Alejandro tiene 31 años y desde hace tiempo desea convertirse en sommelier. Le apasiona el mundo del vino: conocer su origen, entender sus matices, acompañar una buena comida. Lo que empezó como un interés profesional y cultural fue cambiando sin que se diera mucha cuenta.
Ya no tomaba solo durante una cena especial o una cata, sino también al final de cualquier día estresante, en casa, a solas, o incluso como excusa para pasar el tiempo. Con el tiempo, eso empezó a afectar en lo laboral y en su estado de ánimo. Se desconcentraba con facilidad, notaba que estaba cada vez más irritable y con poca motivación.
En su caso, no se trataba de una adicción evidente, pero sí de una relación con el alcohol que había empezado a volverse más presente de lo necesario. Hoy hablamos sobre los efectos psicológicos de normalizar el beber mucho alcohol, un tema más común de lo que parece.
¿Beber es solo una forma de divertirse o hay algo más detrás?
Para muchas personas, tomar una copa forma parte de la vida social. En celebraciones, cenas o incluso encuentros informales, el alcohol suele estar presente. Y como se ha vuelto algo tan cotidiano, es fácil pensar que es inofensivo. Pero, ojo, esa costumbre de integrar el alcohol a casi cualquier momento también puede esconder ciertos riesgos que no siempre se ven a simple vista.
En algunas culturas, beber está tan aceptado que se vuelve difícil notar cuándo una persona está cruzando un límite. Muchas veces, incluso quienes están alrededor no detectan señales de advertencia, porque todo parece “normal”.
Es común escuchar frases como “no pasa nada, solo es una copa” o “así se relaja”. Pero esa visión puede hacer que se minimicen consecuencias importantes, sobre todo cuando el consumo se vuelve más frecuente o se utiliza como una forma de lidiar con emociones.
Y, ¡a ver!, no es que tomar algo de vez en cuando sea un problema en sí mismo. El asunto empieza cuando el alcohol se vuelve un recurso constante, una especie de muleta emocional, o cuando deja de haber control sobre cuándo, cuánto y por qué se toma.
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¿Qué pasa en la mente cuando el alcohol está siempre presente?
Beber produce al principio una sensación de desinhibición y euforia. Eso explica por qué muchas personas lo asocian con momentos de disfrute. Sin embargo, esa sensación inicial suele durar poco, porque el alcohol es un depresor del sistema nervioso central. Después de esa “subida” viene, muchas veces, un bajón emocional que puede manifestarse como tristeza, ansiedad o incluso agresividad.
Cuando el consumo es frecuente, se empieza a notar en áreas importantes del funcionamiento psicológico. Por ejemplo, el alcohol altera el funcionamiento de la corteza prefrontal, una parte del cerebro fundamental para tomar decisiones, evaluar consecuencias y controlar impulsos. Esto puede traducirse en conductas impulsivas, reacciones exageradas o dificultad para mantener el autocontrol.
Tomar alcohol en exceso también influye mucho en la memoria, particularmente en el hipocampo, que es la región del cerebro responsable de la consolidación de los recuerdos. Por esta razón, las personas que beben en exceso pueden tener lagunas o dificultades para recordar cosas importantes, y ese deterioro puede volverse permanente si el consumo se prolonga en el tiempo.
Otro efecto importante es la forma en que se percibe la realidad. El alcohol puede hacer que una persona empiece a autoengañarse, a desconfiar de los demás o a sentirse más insegura. Si ya había síntomas de ansiedad o depresión, estos pueden intensificarse, haciendo más difícil el día a día.
En los casos más graves, el consumo prolongado puede derivar en trastornos mentales severos como demencia alcohólica, psicosis y otras afecciones neurológicas vinculadas al daño cerebral causado por el alcohol.
¿Cuándo conviene replantearse el consumo?
No es necesario llegar a un punto crítico para darse cuenta de que algo puede estar desequilibrado. Hay ciertas señales que pueden servir como una alerta. Por ejemplo:
- Beber sin un motivo claro, como una forma de rutina o para llenar el tiempo.
- Usar el alcohol como forma de calmar emociones difíciles, como el estrés, la tristeza o el enojo.
- Darse cuenta de que cuesta más parar una vez que se empieza a beber.
- Notar que hay consecuencias en el trabajo, en la familia o en el estado de ánimo.
- Sentir que se necesita beber para poder disfrutar de ciertos momentos o relacionarse con otras personas.
Estas señales no significan necesariamente que haya una adicción, pero sí indican que la relación con el alcohol merece una revisión honesta.
Cómo poner límites sin perder lo que te gusta
A muchas personas les preocupa que poner límites al alcohol implique dejar de compartir ciertos momentos o tener que explicar constantemente sus decisiones. De hecho, no es necesario que definir límites sea un proceso extremo o incómodo, ya que se puede empezar por lo más básico: preguntarse por qué se quiere beber, si realmente se disfruta o si es solo un hábito automático.
Una buena forma de empezar es alternar planes que no giren alrededor del alcohol. También es útil hablar con amistades o familiares sobre estas inquietudes, ya que tener un entorno que respeta y acompaña facilita mucho las cosas. Y, si hace falta, buscar apoyo profesional puede ayudar a entender mejor los propios patrones y encontrar herramientas para cambiarlos.
Recordar que está bien no tener respuestas inmediatas y que cada persona puede tomar decisiones diferentes respecto a su bienestar es parte del proceso. Lo importante es que esa elección sea consciente y esté alineada con lo que de verdad necesitas.

Carolina Marín
Carolina Marín
Psicóloga experta en Parejas, Familia, Adolescentes y adultos.
No todo lo que se normaliza está bien
Vivimos en un entorno donde muchas conductas están tan aceptadas que cuesta ver sus efectos. El alcohol, al estar tan presente en tantos espacios, es un ejemplo claro. Pero que algo sea común no significa que sea saludable o que no tenga consecuencias.
Cuestionar la normalización del consumo no se trata de juzgar, sino de abrir espacio para una reflexión más honesta. Entender cómo nos afecta, qué papel tiene en nuestra vida y cómo podemos cuidarnos mejor es una forma de proteger nuestra salud mental sin perder la libertad de decidir.
A veces, basta con parar un momento y observar con más atención. Porque al final, se trata de elegir lo que realmente te hace bien, más allá de lo que “todo el mundo hace”.


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