Cada vez que hay un atentado terrorista todo el mundo se pregunta lo mismo: “¿Cómo han sido capaces de hacer algo así?” ¿Es necesario tener algún tipo de psicopatología para realizar este tipo de actos? ¿Qué perfil tienen estas personas? ¿Cómo alguien es capaz de perder la vida por un ideal?
El factor de aparente irracionalidad de los terroristas es lo que más confunde a las víctimas, que no consiguen encontrar explicaciones lógicas en las acciones realizadas.
Terrorismo y enfermedad mental: ¿mito o realidad?
Para empezar, es importante saber que no existe un trastorno mental propiamente dicho para estas personas desde el punto de vista de la psicología clínica. No son psicópatas. Por tanto, en el sentido jurídico son personas totalmente imputables desde el punto de vista legal. Son conscientes de sus actos, tanto en la responsabilidad como en la capacidad para regir su voluntad. Sin embargo, algunos psicólogos hablan de patología social o política. Suelen carecer de sentimientos de culpa debido a sus creencias. Son considerados mártires. En ellos, aparece el pensamiento dicotómico, es decir, “o estás conmigo o estás contra mí”.
Su capacidad de matar o perder la propia vida se puede deber a antecedentes históricos o ideológicos, promesas de ascensión al paraíso, ratificación social o simplemente bienestar para él y/o su familia. La intención del terrorista va mucho más allá del simple asesinato múltiple. Su meta incluye provocar el efecto psicológico del caos, producir indefensión, desesperanza, terror, miedo, inseguridad. El terrorista cree que tiene un propósito, incluso puede llegar a considerarse como un salvador de la sociedad.
El perfil típico del terrorista
El perfil suele ser un chico joven, de entre los 20 a los 35 años. Las dificultades de adaptación social de estas generaciones, pueden favorecer estos actos desafiantes que llegan hasta el punto de dar la vida por unos valores, sin que esto suponga un trastorno psiquiátrico en sí mismo. Suelen ser hijos de inmigrantes que ahora viven en Occidente, pero que no han conseguido adaptarse (o no les hemos dejado) en el sistema occidental.
No son distintos a nosotros. De hecho, los seres humanos en situaciones extremas somos capaces de realizar este tipo de actividades con absoluta normalidad. ¿Un ejemplo? Las Guerras Mundiales o la Guerra Civil Española. Por no hablar de situaciones sociales y políticas como el Holocausto nazi. En ellas podías llegar a matar al vecino por el simple hecho de ser del otro bando. Aquí es donde aparece el concepto de categorización social, donde el hecho de categorizar nos convierte en “nosotros” y “ellos”.
En cuanto al grupo, hay presiones grupales y distorsiones perceptivas de grupo. Se produce una sobregeneralización, en la cual todo gira alrededor de sus creencias y pensamientos. Su ideología puede llegar a dominar lo que hacen y lo que piensan. Consideran a su grupo superior y la necesidad de merecer control y poder. Sienten su condición grupal, tienen vínculos morales, religiosos o nacionalistas.
Ideología, dogmatismo y desrealización
Sufren un proceso de desconexión de la realidad de forma lenta, así como una pérdida de empatía con sus víctimas. Tienen fuertes sentimientos de pertenencia y cohesión grupal. Son individuos que no actúan de forma aislada e individual. Dentro del grupo se satisfacen las necesidades personales que la sociedad no les ha proporcionado. Les proporcionan valores, motivaciones, e incluso esperanza. Así como la posibilidad de desempeñar un rol en las acciones grupales. Todo esto puede incluso conllevar al reconocimiento y prestigio que nunca han tenido, convirtiéndose en una motivación existencial y en una búsqueda de aceptación grupal.
El grupo cubre sus necesidades de comunicación, de ser escuchado. De forma que se acaban creando ideas compartidas en el grupo y por lo tanto reforzando la cohesión de los miembros. Eso supone una mayor identificación grupal, mayor obediencia, por la necesidad de seguir perteneciendo al grupo e incluso la posibilidad de realizar algún tipo de conducta que produzca resultados visibles dentro de la sociedad para mostrar su compromiso con “los suyos”.
El fanatismo y los factores psicológicos que lo desencadenan
Puede llegar a aparecer en momentos de máxima presión lo que en psicología se denomina “visión de túnel”, es decir, en una situación de peligro o de gran actividad, juntamente con una presión física y mental, la visión se enfoca simplemente a algún objeto común o peligro que se presenta (en este caso sería la sociedad occidental). Las jerarquías, la disciplina o el respeto a la autoridad, son algunas de las normas grupales que se establecen. La misma presión grupal exige ausencia de dudas y de críticas.
El sujeto, a veces, se considera a sí mismo como una víctima del sistema, mostrando severos problemas de identidad. Muchos son nacidos en Occidente, donde no se sienten integrados. No se sienten ni de un lado ni del otro. Esto, juntamente con las redes sociales, favorece la captación de jóvenes que necesitan obtener una identidad, un futuro, un sentido a su vida.
¿Son unos fanáticos? Puede ser. Los occidentales también lo somos. Nosotros también bombardeamos sus ciudades sin ningún tipo de problema, por el simple hecho de ser “ellos” y no “nosotros”. No hay que confundir todo esto con un lavado de cerebro. El simple sentimiento de pertenencia puede provocar una radicalización de los sujetos, un gran ejemplo básico son los radicales de los equipos de fútbol.
En definitiva, el terrorista suicida se hace, no nace.
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