Así es el diálogo químico entre tu cerebro y tu estómago

Nuestras emociones y decisiones también están influidas por nuestras vísceras y la flora intestinal.

Sabemos que el cerebro es el principal elemento encargado de controlar y gestionar el conjunto de procesos que llevan a cabo en nuestro cuerpo. Pero lo cierto es que también el resto de sistemas tienen una gran importancia para el mantenimiento de éste y tienen potencial para influir sobre su actividad.

Un ejemplo de ello es el sistema digestivo, gracias al cual podemos obtener los nutrientes necesarios para mantenernos con vida. Cerebro y estómago están relacionados y se comunican a través de los impulsos nerviosos y la transmisión de sustancias químicas.

Divisiones funcionales del sistema nervioso

Cuando hablamos de sistema nervioso generalmente dividimos este en sistema nervioso central, en el que encontramos principalmente cerebro y médula espinal, y sistema nervioso periférico o autónomo, que correspondería al conjunto de ganglios y nervios que inervan los diferentes órganos y provocan que la información de los órganos pase al cerebro y viceversa.

Dentro del sistema nervioso autónomo, solemos identificar dos subsistemas básicos, el simpático y el parasimpático, los cuales se encargan de gestionar el conjunto de actividades que el organismo realiza de forma ajena a nuestra conciencia y de preparar a nuestro cuerpo para hacer frente a situaciones peligrosas (o bien disminuir la activación una vez pasada dicha situación).

Sin embargo, existe un tercer subsistema del sistema nervioso autónomo, poco estudiado y a menudo ignorado a pesar de su tremenda importancia para la supervivencia. Se trata del sistema nervioso entérico, una parte de nuestros cuerpos relacionado con el fascinante fenómeno del diálogo entre vísceras y cerebro.

El sistema nervioso entérico

El sistema nervioso entérico tiene una importancia capital en la supervivencia del organismo. Se trata del conjunto de fibras nerviosas que inervan y controlan el funcionamiento del sistema digestivo. Controla aspectos como el movimiento de los músculos del tubo digestivo que permiten que la comida llegue al estómago, la secreción de ácidos y enzimas que disuelven la comida, la absorción de nutrientes y la expulsión de residuos.

Este sistema está formado de millones de neuronas (en una cantidad semejante a la de la médula espinal) repartidas por todo el tubo digestivo y que si bien se ve influido por los sistemas simpático y parasimpático es controlado por los ganglios entéricos de forma parcialmente independendiente, actuando de forma refleja. No en vano, el sistema digestivo en ocasiones ha sido denominado el segundo cerebro.

En este sistema también puede encontrarse una gran cantidad de hormonas y neurotransmisores (partículas que actúan como mensajeras entre neuronas), como por ejemplo serotonina (de la cual la mayor parte de la que presentamos en nuestro organismo se encuentra y es sintetizada en este sistema, si bien también es producida por el cerebro), la dopamina, la sustancia P o el GABA entre otros muchos.

Estos neurotransmisores son regulados por el propio sistema entérico, si bien existe una influencia en este sistema por parte de los propios del sistema central.

La comunicación nerviosa estómago-cerebro

Aunque cuenta con cierta independencia, el sistema entérico y el sistema nervioso central se encuentran vinculados y algunos nervios del sistema nervioso central se conectan con diferentes órganos del tubo digestivo.

El nervio vago es el principal medio de comunicación nerviosa entre cerebro y sistema digestivo. Este nervio tiene gran importancia en diferentes sistemas corporales; en el caso del estómago, se ha encontrado que se establece una comunicación bidireccional en la que de hecho la cantidad de información que va de estómago a cerebro es mayor que la que va de cerebro a estómago.

Que exista una mayor transmisión de información del estómago al cerebro que viceversa es debido a la necesidad de controlar la ingesta. La conducta de alimentarse está regida por el cerebro, lo que provoca la necesidad de que el cerebro reciba información del buen o mal funcionamiento del sistema digestivo o de si lo consumo nos resulta nocivo o beneficioso, así como de si el nivel de consumo está siendo excesivo (sensaciones de saciedad y hambre).

A pesar de ello, el vago contribuye a controlar la actividad del intestino especialmente cuando el organismo se encuentra en una situación de tensión o de peligro. En esa situación el sistema simpático contribuye a parar el funcionamiento del sistema digestivo. Cuando la situación de peligro pasa, es el nervio vago el principal responsable de que se reactive su funcionamiento al actuar a nivel parasimpático. También participa en la emisión de bilis.

Además, si bien el sistema entérico es capaz de sintetizar y gestionar los neurotransmisores, también se ve afectado por el funcionamiento del cerebro. Situaciones que generen estrés o ansiedad afectan al sistema nervioso entérico y su motilidad, así como desequilibrios neuroquímicos como los que ocurren durante la depresión. Algunas de las hormonas implicadas en esta relación cerebro-tubo digestivo son la serotonina, la noradrenalina y la dopamina. También la acetilcolina, siendo esta importante por ejemplo en el funcionamiento del nervio vago.

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El papel de la flora intestinal en la comunicación

Además del papel de la conducción nerviosa y de los neurotransmisores, la flora intestinal también tiene un efecto en la comunicación entre sistema nervioso entérico y sistema nervioso central.

Los microorganismos que pueblan nuestro tracto digestivo tienen influencia a la hora de que el sistema entérico informe del buen o mal estado del sistema al cerebro, a través de la modificación de la secreción de neurotransmisores. Asimismo, afecta al funcionamiento del sistema inmune, lo que a su vez genera un efecto indirecto sobre la conducta y el estado de salud.

Diversas investigaciones con roedores reflejan asimismo que el funcionamiento del sistema digestivo y la flora y fauna intestinal pueden incluso tener un efecto sobre la conducta a través de variaciones sobre la estructura y funcionamiento del cerebro, alterando las respuestas a determinados neurotransmisores.

Efectos de la comunicación entre cerebro y sistema digestivo

El hecho de que cerebro y sistema digestivo se encuentren conectados tiene una gran importancia y tiene implicaciones muy relevantes. Y es que existe una influencia por parte del sistema digestivo en el funcionamiento cerebral, y viceversa.

La presencia de trastornos intestinales puede tener vinculación con aspectos como la ansiedad, y se ha demostrado que la presencia de trastornos ansiosos o depresivos puede generar el empeoramiento o incluso la aparición de problemas digestivos como la úlcera péptica o el colon irritable.

Incluso se ha detectado que algunos de los microorganismos que recubren nuestro sistema digestivo pueden generar sustancias antioxidantes y antiinflamatorias que pueden llegar a afectar positivamente a nuestro cerebro, estimulando a unas células protectoras llamadas astrocitos y pudiendo retrasar la neurodegeneración. Ello puede hacer interesante realizar una mayor investigación sobre estos efectos.

Pero incluso hoy en día es frecuente que entre las diversas pautas que se recomiendan en algunos trastornos mentales aparezcan menciones a aspectos dietéticos y alimentarios como un menor consumo de determinadas sustancias o el seguimiento de dietas concretas (por ejemplo aumentando el nivel de triptófano consumido, que a su vez tiene relación con la secreción de neurotransmisores).

Referencias bibliográficas:

  • Guyton, A.C. (2001).Tratado de Fisiología Médica. (10ª ed), Ed. McGraw-Hill Interamericana.

  • Mirre, J.C. (2012). La importancia del segundo cerebro. Discovery Salud, 147.

  • Rothhammer, V. et al. (2016). Type I interferons and microbial metabolites of tryptophan modulate astrocyte activity and central nervous system inflammation via the aryl hydrocarbon receptor. Nature Medicine, 22; 586-597.

Psicólogo en Barcelona | Redactor especializado en Psicología Clínica

Barcelona

Graduado en Psicología con mención en Psicología Clínica por la Universidad de Barcelona. Máster en Psicopedagogía con especialización en Orientación en Educación Secundaria. Cursando el Máster en Psicología General Sanitaria por la UB.

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