La demencia es uno de los grandes retos de la salud pública en el siglo XXI. Afecta a millones de personas en todo el mundo, alterando no solo su memoria y capacidad de pensar, sino también la vida de sus familias y cuidadores. Tradicionalmente, el aumento de la esperanza de vida y el envejecimiento poblacional han hecho pensar que los diagnósticos de demencia seguirían creciendo de manera imparable.
Sin embargo, un reciente estudio realizado en Estados Unidos ha revelado una paradoja sorprendente: aunque cada año se detectan menos casos nuevos, el número total de personas que viven con demencia continúa en aumento. Esta aparente contradicción obliga a repensar cómo entendemos la enfermedad y sus implicaciones sociales y sanitarias.
¿Por qué disminuyen los diagnósticos nuevos? ¿Por qué hay más personas viviendo con demencia? ¿Qué desafíos plantea esta tendencia para las familias, los sistemas de salud y la sociedad? A lo largo de este artículo, exploraremos las claves de esta paradoja y las posibles respuestas para enfrentar el futuro de la demencia con mayor preparación y empatía.
¿Qué es la demencia?
La demencia es un término general que engloba a un conjunto de trastornos cerebrales caracterizados por el deterioro progresivo de la memoria, el pensamiento, el comportamiento y la capacidad para realizar actividades cotidianas. No se trata de una enfermedad única, sino de un síndrome causado por diversas patologías, siendo la enfermedad de Alzheimer la más frecuente, seguida por la demencia vascular y otras menos comunes como la demencia con cuerpos de Lewy o la frontotemporal.
Los síntomas suelen aparecer de forma gradual y empeoran con el tiempo, afectando la autonomía y la calidad de vida de quienes la padecen. Además de la pérdida de memoria, pueden presentarse dificultades para comunicarse, desorientación, cambios de humor y problemas para tomar decisiones. La demencia no forma parte del envejecimiento normal y su detección temprana es fundamental para planificar el cuidado y mejorar el pronóstico.
El estudio: menos diagnósticos, más prevalencia
Un reciente analizó datos de más de 25 millones de beneficiarios de Medicare en Estados Unidos entre 2015 y 2021, arrojando resultados sorprendentes sobre la evolución de la demencia en la población mayor. Los investigadores observaron que la incidencia de nuevos diagnósticos de demencia, es decir, la proporción de personas que recibieron el diagnóstico por primera vez en un año dado, disminuyó del 3,5% en 2015 al 2,8% en 2021. Esto sugiere que, año tras año, menos personas están siendo diagnosticadas con demencia por primera vez.
Sin embargo, el mismo estudio reveló que la prevalencia, es decir, el porcentaje total de personas que viven con un diagnóstico de demencia en un momento determinado, aumentó del 10,5% al 11,8% en ese mismo periodo. En 2021, casi 2,9 millones de personas mayores, cerca del 12% de los inscritos en Medicare tradicional, convivían con la enfermedad.
Esta aparente contradicción —menos casos nuevos, pero más personas afectadas en total— constituye la paradoja central que plantea el estudio. Para entender mejor estos conceptos, es útil pensar en una bañera: la incidencia sería el agua nueva que entra por el grifo (nuevos diagnósticos), mientras que la prevalencia es el nivel total de agua en la bañera (todas las personas que viven con la enfermedad). Si el agua entra más despacio pero sale aún más lentamente (porque las personas viven más tiempo con demencia), el nivel sigue subiendo.
El estudio también analizó las diferencias por edad, sexo, raza y nivel socioeconómico, encontrando que la incidencia y prevalencia varían considerablemente entre distintos grupos, lo que añade complejidad al fenómeno y subraya la importancia de políticas de salud adaptadas a cada realidad.
¿Por qué disminuyen los diagnósticos nuevos?
El descenso en la incidencia de nuevos diagnósticos de demencia observado en los últimos años es un fenómeno complejo que puede explicarse por la interacción de varios factores. Uno de los más relevantes es la mejora en la prevención de enfermedades asociadas a la demencia, como las cardiovasculares.
Numerosos estudios han demostrado que mantener hábitos de vida saludables —como una dieta equilibrada, la práctica regular de ejercicio físico, el control de la presión arterial y la diabetes, y evitar el tabaquismo— puede reducir significativamente el riesgo de desarrollar demencia, especialmente en la vejez. Además, el acceso a una mejor educación y a actividades que estimulan la mente también se ha relacionado con una mayor “reserva cognitiva”, es decir, una mayor capacidad del cerebro para resistir los daños propios del envejecimiento.
Otro factor a considerar es el aumento de la concienciación pública y profesional sobre la demencia en las últimas décadas. En años anteriores, muchas personas pudieron haber sido diagnosticadas de forma más temprana debido a campañas de sensibilización y mejoras en las herramientas diagnósticas. Esto pudo haber generado un “pico” de diagnósticos en el pasado, que ahora se estabiliza o incluso desciende, ya que los casos más evidentes se han detectado antes.
También es posible que los cambios en los criterios diagnósticos y en el acceso a los servicios de salud estén influyendo en las cifras. Por ejemplo, algunas personas con síntomas leves pueden no recibir un diagnóstico formal, ya sea por falta de recursos, barreras culturales o porque los síntomas se atribuyen erróneamente al envejecimiento normal. Además, la pandemia de COVID-19 pudo haber afectado temporalmente el acceso a la atención médica, retrasando o reduciendo el número de nuevos diagnósticos en los últimos años.
Por último, es importante señalar que los datos provienen de registros médicos y pueden estar sujetos a sesgos, como la subestimación de casos en poblaciones menos atendidas o con menor acceso a servicios de salud. Por ello, aunque la tendencia es alentadora, es fundamental seguir investigando para comprender a fondo las causas de esta disminución y asegurar que todas las personas tengan acceso a un diagnóstico temprano y preciso.
¿Por qué hay más personas viviendo con demencia?
A pesar de que cada año se diagnostican menos casos nuevos de demencia, el número total de personas que viven con esta condición sigue aumentando. Este fenómeno se debe, en gran medida, a que las personas con demencia viven más tiempo que antes. Los avances en la atención médica, el mejor control de enfermedades crónicas y el acceso a tratamientos que ayudan a retrasar el avance de los síntomas han permitido que los pacientes mantengan una mayor esperanza de vida, incluso después del diagnóstico.
Otro factor clave es el envejecimiento de la población. Cada vez hay más personas mayores, y la edad avanzada es el principal factor de riesgo para desarrollar demencia. A medida que la proporción de adultos mayores crece, también lo hace el número de personas expuestas a la enfermedad, lo que incrementa la prevalencia general.
Además, la mejora en los cuidados y el apoyo social ha hecho posible que muchas personas con demencia permanezcan en sus hogares o en residencias especializadas durante más tiempo, en lugar de fallecer prematuramente por complicaciones asociadas. Este aumento en la supervivencia, aunque positivo para los pacientes y sus familias, representa un reto importante para los sistemas de salud y los servicios sociales, que deben adaptarse para ofrecer atención prolongada y de calidad.
Desigualdades y desafíos sociales
El estudio también pone de manifiesto profundas desigualdades en la incidencia y prevalencia de la demencia según el sexo, la raza, la etnia y el nivel socioeconómico. Las mujeres presentan tasas más altas de demencia, lo que puede deberse tanto a su mayor esperanza de vida como a factores biológicos y sociales. Además, los datos muestran que las personas negras e hispanas, así como quienes viven en barrios desfavorecidos, tienen un riesgo significativamente mayor de desarrollar demencia en comparación con la población blanca o quienes residen en zonas más acomodadas.
Estas diferencias reflejan desigualdades históricas en el acceso a la educación, la atención sanitaria y la prevención de enfermedades crónicas, así como la exposición a factores de riesgo como el estrés, la pobreza y la discriminación. También existen barreras culturales y lingüísticas que dificultan el acceso a un diagnóstico temprano y a servicios de apoyo adecuados.
Abordar estas disparidades es un desafío urgente. Requiere no solo mejorar la equidad en el acceso a la salud, sino también diseñar políticas públicas y estrategias comunitarias que consideren las particularidades de cada grupo, garantizando que todas las personas, independientemente de su origen o condición social, reciban un diagnóstico y atención de calidad.
Conclusiones
La paradoja de las demencias revela una realidad compleja: aunque cada vez se diagnostican menos casos nuevos, el número total de personas que viven con esta condición sigue creciendo. Este fenómeno, impulsado por el envejecimiento poblacional y una mayor supervivencia tras el diagnóstico, supone un desafío urgente para los sistemas de salud y la sociedad.
Además, las desigualdades en el acceso al diagnóstico y al cuidado subrayan la necesidad de políticas más inclusivas y equitativas. Afrontar el futuro de la demencia requiere invertir en prevención, investigación y apoyo a cuidadores, así como fomentar la conciencia social. Solo así podremos garantizar una atención digna y de calidad para todas las personas afectadas y sus familias.


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