Seguramente, pasada una edad y con cierta madurez y experiencias vividas, todos podemos hablar de algún amor que se acabó sin saber muy bien el porqué. Resulta muy fácil encontrar por Internet artículos que hablan del sufrimiento del desamor, pero ¿qué es lo que nos ocurre por dentro?
Partamos de un hecho que, aún a día de hoy a mucha gente le cuesta aceptar: El amor viene y se va en el cerebro; el corazón sólo marca unos ritmos, y el desamor sigue una lógica que va más allá de si una persona ha dejado de "gustarnos", simplemente.
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El amor es un hábito, una adicción
Hay estudios que afirman que el amor surge en el sistema límbico, que es la parte del cerebro de la que nacen nuestras emociones. Se libera una sustancia química llamada feniletilamina, que provoca una sensación de euforia, tal y como desencadenan algunas drogas.
Otras sustancias segregadas por el cuerpo humano cuyos niveles se ven alterados con el amor son la dopamina (relacionada con el mecanismo de aprendizaje), la noradrenalina (básicamente la encargada de que nuestro corazón se acelere en presencia de nuestra persona amada) y serotonina (regula el estado de ánimo).
Entendemos pues, de esas alteraciones, que cuando estamos enamorados seamos entes que danzan sobre el aire, con una sonrisa tonta en la cara y constantes subidas y bajadas de humor.
También se han detectado alteraciones en el área de la percepción, lo que podría aclarar que veamos a nuestra pareja de forma idealizada y cuya aparente perfección la hace más especial que cualquier otra persona.
Pero del amor al odio, hay sólo un paso... Puede que menos. El neurólogo Semir Zeki descubrió en una de sus investigaciones cómo se produce la activación de las mismas regiones cerebrales durante el proceso de enamoramiento y del odio, provocando reacciones opuestas, eso sí.
Y llega el desamor... ¿de repente?
A la hora de indagar un poco más acerca del proceso del desamor, cuesta encontrar artículos que nos expliquen qué nos ocurre cuando tomamos el rol activo, es decir, la decisión de romper. Todos parecen centrarse en reanimar al pobre ser al que se ha abandonado de forma unilateral (una pista: es cuestión de tiempo y actitud).
A estas alturas seguramente ya hayas leído que lo que entendemos como “enamoramiento” dura en torno a dos años (cuatro para los que ven el vaso medio lleno). El proceso del desamor no suele llegar de repente; es casi siempre un proceso gradual a la par que doloroso, y también es resultado, en parte, de la actividad cerebral.
El cerebro, con el paso del tiempo, hace que cada vez se segreguen menos todas las sustancias químicas que mencionamos anteriormente, como la dopamina. Esas sustancias nos hacían estar enajenados (perdón, enamorados) y ver perfecta a la otra persona. Y, poco a poco, nos quitan el pañuelo de los ojos y somos capaces de ser más “objetivos” sobre nuestra pareja, viendo más fácil los defectos y sintiendo emociones negativas.
Sufrir ese desamor no conlleva siempre una ruptura; puede evolucionar a otro tipo de relación más sólida y objetiva. Para ver a la otra persona tal y como es de verdad, y no como queremos que sea, nos hace falta suficiente madurez emocional para ser capaces de vivir el amor sin expectativas erróneas, requisitos inalcanzables y emociones incontroladas. Una clave en este proceso es la comunicación en pareja.
El cerebro durante el desamor
Para esta evolución del amor también hay estudios que demuestran cómo ciertas hormonas intervienen a nivel cerebral. Es el caso de la oxitocina, que funciona como el alcohol, otorgándonos bienestar al ser segregada en situaciones vinculadas con el afecto como por ejemplo en un abrazo, y por eso la pareja disfruta de momentos íntimos no tan ligados a la sexualidad.
En el caso de que el desamor no llegue a buen puerto y optemos por la ruptura, el cerebro sufre también ciertos cambios. Se han hecho escáneres cerebrales que demuestran que la persona con el corazón roto muestra más actividad en la zona prefrontal, que está relacionada con la personalidad, la toma de decisiones y la planificación, siempre que no sea un caso de depresión. Eso hace pensar que el cerebro intenta echarnos un cable para hacernos superar el mal trago y equilibrar nuestro comportamiento y emociones.
Así mismo, se ha demostrado que se sufre un síndrome de abstinencia similar al que se padece con cualquier otra droga; el cerebro echa en falta esos circuitos químicos de recompensa que se ponen en marcha al "consumir" la presencia y afecto de la otra persona y, aunque con el tiempo lo asimila, en principio lo que hace es pedirlo a gritos.
Hay que entender que las personas que rompen la relación porque no sienten lo que creen que deberían sentir, sufren todo este proceso igualmente, sólo que todo esto ocurre durante la relación en lugar de después con la ruptura.
¿Qué hacer ante el desengaño amoroso?
Tanto enamorarse como desenamorarse parece estar fuera de nuestro control, lo que sí podemos gestionar es si ese desamor merece la pena llevarlo a otra etapa de amor, o si no merece la pena y hay que dejarlo ir. Ninguna decisión resultará totalmente clara ni fácil, las personas somos animales de costumbres, pero en el juego del amor, no debemos olvidar que no todo vale y que debemos convertirnos en sujetos activos de nuestra propia vida y tomar las decisiones que creamos correctas.
Así que enamórate, sé amado, rompe, vuelve, arrepiéntete, alégrate, llora y vuelve a amar, sin miedos, porque como decía Winston Churchill: “El éxito es sobreponerse al fracaso con el entusiasmo intacto”.