La mentira es una de nuestras capacidades superiores desarrolladas por la evolución. En cierta manera, nos ayuda a sobrevivir en ciertas situaciones.
Así, el autoengaño tiene dos funciones: en primer lugar permite engañar a los demás de una mejor manera (pues nadie miente mejor que quien se miente a sí mismo), lo cual es especialmente útil en una era donde la capacidad de relacionarse con los demás (inteligencia social) ha adquirido prioridad, utilizando en muchos casos la manipulación como herramienta fundamental (véase cualquier negocio). Eso no quiere decir que manipulación y mentira sean dos conceptos similares, pero probablemente cuando firmas un contrato con una empresa nadie te dice “en realidad solo queremos tu dinero”.
Por otro lado, el autoengaño es una forma de preservar nuestra autoestima y se relaciona en cierto modo con la evitación. Sí, el autoengaño es una forma de evitación. ¿Y qué evitamos?
La razón de ser de la evitación
Evitamos las emociones negativas de las maneras más creativas que se te puedan ocurrir. Por ejemplo, según el modelo de evitación del contraste, la preocupación, como núcleo del trastorno de ansiedad generalizada, cumpliría la función de evitar exponerse al “bajón”, al cambio de pasar de experimentar una emoción positiva a pasar a experimentar una emoción negativa (algo así como “como los problemas son una parte inevitable de la vida, si estoy preocupado cuando todo va bien, estoy preparado para cuando las cosas vayan mal). Es, en definitiva, una forma de represión emocional.
La preocupación también reduce el malestar de la presencia de un problema, pues es un intento de resolución cognitiva del mismo. Mientras me preocupo por un problema, siento que estoy haciendo “algo” por resolverlo, aunque en realidad no lo resuelva, disminuyendo así mi malestar por no hacer frente en realidad al problema. La hipocondría por su parte es una manera de enmascarar un rasgo egocéntrico (el paciente está tan centrado en sí mismo que cree que todo le pasa a él). En términos biológicos esto significa que nuestro cerebro es vago.
El autoengaño es un parche que nos puso la evolución al no poder hacernos más inteligentes o capaces para encarar determinadas demandas externas. O mejor dicho, se debe a la incapacidad de la especie humana de evolucionar y cambiar a la misma velocidad que lo hace el mundo en el que vivimos.
Por ejemplo, el término de disonancia cognitiva de Festinger hace referencia al malestar que nos produce ser incoherentes entre nuestros valores y nuestras acciones. En este caso recurrimos al autoengaño para explicar nuestras acciones.
La racionalización es otra forma de autoengaño en que damos una explicación aparentemente razonable a una acción pasada que no lo es o que no tenía buenos motivos para ser realizada.
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Su aplicación a la autoestima
Expliquemos esto: el autoestima o valoración que hacemos de nosotros mismos en base a cómo somos, lo que hacemos y por qué lo hacemos, produce malestar si es negativa.
El malestar es una emoción adaptativa cuya función es replantearnos aquello que está mal en nuestra vida para modificarlo. Sin embargo, nuestro cerebro, que es muy listo y resistente al cambio, dice “para qué vamos a modificar cositas de nuestra vida, enfrentarnos a realidad que duelen o que nos dan miedo, asumir riesgos como dejar el trabajo, hablar con cierta persona de un tema muy incómodo, etc, cuando en su lugar podemos replantearnos esto y decirnos que estamos bien y así evitar el sufrimiento, evitar situaciones que nos van a poner más incómodos, evitar el miedo…”.
El autoengaño y la evitación son mecanismos de reducción del gasto energético que el cerebro debería emplear en modificar conexiones, traducidas a conductas, actitudes y rasgos (cuyo sustrato neurobiológico pertenece a muchas conexiones equivalentes y muy estables de nuestro cerebro). En términos psicológicos significa que nuestra conducta y nuestro procesamiento cognitivo tienen un estilo personal y difícilmente modificable para hacer frente a aspectos ambientales para los que no estamos preparados.
La mayoría de heurísticos que utilizamos para pensar habitualmente causan sesgos o errores y están orientados a preservar nuestra autoestima. Se dice que las personas depresivas tienden a ser más realistas ya que su procesamiento cognitivo no está orientado a mantener una autoevaluación positiva. De hecho, por esta razón la depresión es contagiosa: el discurso de la persona depresiva es tan consistente que las personas a su alrededor pueden interiorizarlo también. Pero los pacientes con depresión tampoco escapan a otras formas de autoengaño, ni mucho menos a la evitación.
Como dijo Kahneman, los seres humanos tendemos a sobreestimar nuestra importancia y a subestimar el papel de los acontecimientos. Lo cierto es que la realidad es tan compleja que nunca sabremos del todo por qué hacemos lo que hacemos. Los motivos que podamos creer, en caso de no ser producto del autoengaño y la evitación, son solo una pequeña parte de los diversos factores, funciones y causas que podemos percibir.
Por ejemplo, los trastornos de personalidad son egosintónicos, es decir, los rasgos no producen malestar en el paciente, por lo que considera que los problemas que tiene son a causa de determinadas circunstancias de su vida y no de su personalidad. Si bien los factores para evaluar cualquier trastorno parecen muy explícitos en el DSM, muchos de ellos no son fáciles de percibir en una entrevista. Una persona con trastorno narcisista no es consciente de que todo lo que hace va orientado a aumentar su ego así como una persona paranoide no considera patológico su grado de vigilancia.
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¿Qué hacer?
Muchos conceptos de psicología pueden encasillarse en autoengaño o evitación. Lo más habitual en cualquier consulta psicológica es que los pacientes realicen conductas evitativas sobre las que se autoengañan para no asumir que están evitando. Así se perpetúa el problema a través del potente refuerzo negativo.
En consecuencia, es necesario definir a nuestro yo ideal y evaluar esa definición racionalmente, averiguando qué cosas son controlables y modificables, y cuáles no lo son. Sobre las primeras es necesario proponer soluciones realistas. Sobre las segundas es necesario aceptarlas y resignificar su importancia. Sin embargo, este análisis requiere desprenderse de la evitación y el autoengaño.