El mundo emocional de cada persona abarca el espacio de toda una vida. Tal es el interés por el concepto de emoción que muchos científicos de la mente se dedican a estudiarlo a fondo para entender mejor al ser humano.
Desde hace unos años, uno de los debates sobre las emociones va dirigido a resolver una categorización básica: ¿son todas las emociones definibles? ¿Hay emociones buenas y malas? ¿Tenemos que preocuparnos por unas emociones, como la rabia, en favor de otras, como la alegría?
En este artículo expondremos una explicación acerca de este ámbito “negativo” sobre las emociones y explicaremos su razón de ser, aunque en líneas generales avanzamos que necesitamos todas las emociones, nos gusten o no, ya que nos ayudan a entender el mundo y a afrontarlo.
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¿Realmente son emociones negativas o desagradables?
Nos parece interesante hacer esta primera aclaración respecto al título del artículo. Hay que tener en cuenta que el lenguaje siempre influye, como si las palabras fueran colores que delimitasen el paisaje. En este caso, hablar de emociones negativas conllevaría a pensar que siempre tenemos que estar en un estado positivo, sumando, cuando el cerebro no funciona así.
El cerebro es un órgano que se mantiene activo constantemente (siempre en positivo), ya estemos en un estado de pánico o en uno de curiosidad. Por lo tanto, cuando decimos que una emoción es desagradable, hacemos referencia a que:
- No genera sensación de placer, más bien tensión y posiblemente dolor o angustia.
- Nos informa de una amenaza u obstáculo.
- Su función básica es nuestra protección y cuidado.
Muchas personas que nos demandan ayuda tienen miedo de estas emociones, sobre todo miedo a perder el control cuando lo sienten. Por ello, es importante señalar que no tiene que coincidir la emoción con el acto, es decir, sentir rabia no implica agresión. Las normas sociales, familiares y el razonamiento ayudan a modular las emociones desagradables para su gestión.
¿El verdadero problema? Las emociones desajustadas
Estar en consonancia con las emociones desagradables es estar en conexión con nosotros mismos. Cuando estas emociones (las agradables también) se desajustan, se disparan, nos llevan a actos impulsivos, al aislamiento, a la repetición de errores… es momento de contactar con un profesional de la psicología.
Concretamente, cada emoción desajustada funciona como base y movilizadora en cada trastorno mental. Con esto no queremos decir que solucionando el desajuste emocional se soluciona el trastorno, ya que es más complejo que eso, aunque sí admitimos que al curarse la enfermedad, la emoción estará ajustada.
Emociones desajustadas y los trastornos relacionados
Estas son las maneras en las que el desajuste de las emociones puede afectarnos negativamente.
1. Miedo
El miedo paralizante y agitador es la base para los trastornos de ansiedad y de pánico. Su función es la de protegernos ante una amenaza y prepararnos para la huída o el bloqueo.
Al estar desajustadas, las personas que sufren no pueden determinar dónde está la amenaza ni en qué consiste, dejando confuso al cerebro a la hora de tomar una decisión y permaneciendo este estado de ansiedad durante más tiempo.
2. Tristeza
La tristeza prolongada y acusada es la base de un trastorno depresivo. La tristeza nos habla de nostalgia, de pérdida y de necesidad de contacto.
Cuando el estado se prolonga y no hay cambios, la desesperanza y la sensación de incomprensión invaden a la persona que la sufre, pasando de la tristeza a una actitud de renuncia, sometiéndola a un estado aletargado y cada vez más apagado.
3. Ira y Asco
La ira y el asco desmedidos son la base de los problemas de control de impulsos. Estas emociones funcionan como energizantes para solucionar obstáculos y/o amenazas que podemos hacer frente.
Tal como hemos visto antes, cuando podemos reflexionar y actuar de manera adecuada, la ira puede transformarse en asertividad. Es este problema de razonamiento, esa desconexión con la corteza prefrontal, la que puede llevar al impulso y al acto de agresión excesivo.
4. Culpa
La culpa intensa y crónica forma parte de la dependencia emocional. La culpa media en nuestro entorno social, informándonos sobre los límites que existen en nuestra relación con los otros y de la necesidad de reparar daños que hayamos cometido.
Generalmente, las normas familiares y sociales modulan esta emoción. Cuando la culpa es excesiva, bloquea el aprendizaje, se pierde el sentido de la identidad y se mantiene la atención en complacer al otro u otra para no volver a cometer ningún error.
Las emociones son un equipo
Para acabar, queremos apuntar hacia la idea de que las emociones no son entidades separadas, sino que funcionan como un equipo que se distribuye el liderazgo según la situación, y esto se aplica también cuando se desajustan.
Por ejemplo, la ira puede ir hacia uno mismo y, al mantenerse en el tiempo, se genera una actitud de renuncia que puede llevar a una depresión. Esta depresión puede pasar a un trastorno de ansiedad, y posteriormente en una crisis ansiedad es posible pasar del miedo a la ira.