El Tercer Reich tuvo lugar entre 1933 y 1945 en Alemania, con la llegada al poder del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores. Su líder incuestionable, uno de los personajes históricos de más trágico recuerdo: Adolf Hitler.
Experimentos con seres humanos en el nazismo
Durante ese lapso histórico se produjeron hechos que marcarían la historia, como la Segunda Guerra Mundial, así como la persecución y el exterminio de comunistas, judíos, homosexuales y gitanos.
Una de las facetas más desconocidas pero igualmente macabras del periodo histórico de la Alemania nazi es, sin duda, los experimentos que realizaron los médicos del régimen con personas humanas como víctimas. Comparando los experimentos psicológicos más inmorales de la historia con las investigaciones del doctor Mengele, uno se da cuenta que el experimento de la Prisión de Stanford fue, prácticamente, un juego de niños.
La sociedad actual valora a los médicos como aquellas personas que se especializan en sanar a las personas, evitarles dolor, y procurar por su bienestar y su salud. No obstante, durante los años del nazismo los médicos desempeñaron otras funciones. Muchos médicos e investigadores estuvieron implicados en experimentos realizados en los campos de concentración. Un total de 15 de los 23 médicos acusados de haber perpetrado estos horribles experimentos fueron declarados culpables durante los juicios de la Alemania posterior al Tercer Reich.
Hipotermia y congelación
El estudio de la congelación en humanos se realizó con el objetivo de simular las condiciones que padecían los militares en el Frente del Este. Gran parte del ejército fallecía a causa de las bajísimas temperaturas, o a causa de patologías asociadas a éstas, como la gripe o la pulmonía. El experimento con humanos suponía la base científica para predecir mejor la reacción de los cuerpos ante el frío y poder emplear algunas variables para hacer más resistentes a los soldados ante esas condiciones.
Las investigaciones fueron comandadas por el doctor Sigmund Rascher en los campos de Auschwitz, Birkenau y Dachau. En el año 1942, Rascher expuso los resultados en una conferencia. De una parte, mostraba el tiempo necesario para que un cuerpo humano se congelase hasta el fallecimiento, y por otra, se estudiaban métodos de reanimación para estos casos.
Los conejillos de indias de estos experimentos inhumanos fueron jóvenes rusos y judíos. Colocaban a cada una de las víctimas en barriles de agua congelada o se les dejaba completamente desnudos a la intemperie sufriendo temperaturas de congelación. Su temperatura corporal se medía mediante una sonda colocada en el recto. La mayor parte de jóvenes moría al situarse su temperatura corporal por debajo de los 26 grados centígrados.
Además, llegado el momento en que perdían el conocimiento y se encontraban al borde de la muerte, los investigadores realizaron diferentes experimentos para tratar de reanimarlos. Estos intentos de resucitación causaban un gran sufrimiento en los sujetos, a quienes se mantenía al borde del colapso durante largos e interminables minutos. Se les situaba debajo de lámparas de rayos ultravioletas que abrasaban la piel, o se les irrigaba agua hirviendo en el interior del cuerpo, práctica que hacía aparecer ampollas, o se les colocaba en tinas de agua que se iba calentando progresivamente.
Quemaduras con químicos
El campo de Buchenwald también fue escenario de investigaciones espantosas. Se quemaba con fósforo a prisioneros, principalmente gitanos, para estudiar las consecuencias de algunos compuestos químicos en el cuerpo humano.
Pruebas con alta presión a grandes alturas
Probablemente uno de los experimentos más brutales fue el realizado por Sigmund Rascher, el mismo médico que fue artífice de las investigaciones de hipotermia antes explicadas. Himmler, dirigente de las SS, alentó a Rascher para que investigara la conducta humana en condiciones extremas de presión atmosférica. Quiso indagar sobre la altura máxima a la que los soldados paracaidistas y los pilotos de los aviones militares podían saltar al vacío sin padecer daños.
De los más de dos cientos sujetos que participaron en las pruebas de Rascher, setenta fallecieron.
Cuando fue llevado delante de los tribunales por los aliados después de la guerra, una de las investigaciones más macabras salió a la luz. Un informe daba fe de las anotaciones de Rascher, donde se relataba el caso de un judío de 37 años que fue obligado a tirarse desde una altura de 12.000 metros. Después del tercer salto desde esa altura, sufrió una agonía y murió al cabo de pocos minutos.
Experimentos genéticos
El triunfo de la raza aria era uno de los principales objetivos de los nazis. La raza aria, sin embargo, es un concepto pseudocientífico que usó la propaganda nazi para establecer las bases de una sociedad en que esta falsa procedencia étnica marcara la criba entre lo humano y lo inhumano. Desde el nazismo, los arios, popularmente descritos como rubios, con ojos azules y de complexión atlética, debían erigirse como la raza pura que dominaría el planeta. Las personas que no cumplían estos rasgos, poco más que debían ser eliminados. Las leyes que regulaban el matrimonio se encaminaron a investigar la procedencia racial y determinar su pureza.
En los campos de concentración se realizaron múltiples investigaciones en el campo de la genética con el fin de perfeccionar la raza y comprender la naturaleza de los defectos genéticos. Los experimentos más célebres fueron los llevados a cabo por el doctor Josef Mengele, que tuvieron como víctimas a gitanos y hermanos gemelos.
El apodado como “Ángel de la Muerte” escogía a los sujetos que serían investigados apenas se apeaban del tren cuando llegaban al campo de AusImagenchwitz, basándose en ciertos defectos físicos o rarezas que pudieran interesarle.
Mengele recibía el apoyo intelectual del Instituto Káiser Guillermo de Antropología, Eugenesia y Genética en Dahlem, y enviaba los reportes de sus investigaciones al doctor Von Verschuer, quien desde la Universidad de Frankfurt le tutorizaba desde su profundo conocimiento en el campo de la genética de gemelos.
Con los hermanos gemelos que usaba para sus estudios, Josef Mengele los estudiaba durante unas semanas, y cuando les había sometido a las pruebas pertinentes, les administraba una inyección letal de cloroformo directa al corazón.
Otras pruebas espeluznantes
En las lúgubres dependencias de los campos de concentración se efectuaban otras investigaciones y pruebas de una violencia inusitada: torturas durante los interrogatorios, administración de inyecciones que contenían virus a humanos, esterilización forzosa y estudio para el avance en técnicas quirúrgicas.
Sin ir más lejos, el doctor Kurt Heissmeyer fue el artífice en la administración de inyecciones infectadas de tuberculosis a los presos del campo de concentración de Neungamme. Algunos de estos reos también fueron expuestos a gas fosgeno con el fin de realizar investigaciones para hallar un antídoto para la intoxicación, pues el gas fosgeno había sido utilizado como arma biológica durante la II Guerra Mundial.
Los prisioneros víctimas de investigaciones fueron también mutilados para después probar de trasplantar las extremidades en otro preso, también mutilado. El objetivo era descubrir si era posible el trasplante de brazos o piernas, pero la metodología empleada fue terriblemente cruel, y los pocos presos que no fallecieron quedaron mutilados. El experimento no logró ningún resultado concluyente.
Otra macabra idea fue surgida del médico Hans Eppinger, quien andaba intentando descubrir un modo de potabilizar el agua marina. Mantuvo a varios gitanos privados de comida y agua, y les obligó a beber, únicamente, agua de mar. Como resultado, gran parte de los gitanos desarrollaron patologías severas.
En los campos de concentración eran habituales los envenenamientos mediante inyecciones o mediante la ingesta de comida. También se experimentó con la inseminación in vitro en mujeres, llegándose a extender la idea de que se les había inyectado esperma de diferentes animales para crear un monstruo.
Reflexiones éticas
Estos experimentos llevados a cabo durante el nazismo plantearon en lo sucesivo decisivas reflexiones de lo que debía ser la experimentación con humanos y sus límites éticos. La barbarie pertrechada por doctores como Mengele o Heissmeyer son un infausto recuerdo de la sinrazón que llevó a decenas de miles de víctimas a ser torturadas en nombre de una ciencia desprovista de cualquier ética.