¿Cómo afecta a los Jóvenes la Soledad?

Así es como la soledad no deseada afecta negativamente a las personas jóvenes.

¿Cómo afecta a los Jóvenes la Soledad?

A lo largo de todo el ciclo vital, los seres humanos deseamos —y necesitamos— estar acompañados. Nuestra naturaleza es social y estamos por definición anudados a la compañía de los demás. Por tal motivo, es esperable que nos resulte espontáneo el remitirnos a nuestros pares constantemente y con un sinfín de pretextos, desde resolver un conflicto hasta buscar afecto.

La soledad suele ser un blanco común entre los miedos más frecuentes de los seres humanos, y con buena razón, puesto que este temor está enraizado en nuestra historia como especie. Además, la soledad podría atentar contra ciertos proyectos significativos que tengamos la intención de emprender en nuestras vidas.

La soledad puede estar muy bien cuando es deseada, puesto que abre un mundo de posibilidades para la introspección y el autoconocimiento. No obstante, la experiencia de sentirse solos y no desearlo puede ser, además de dolorosa, predictora del deterioro de la salud mental y de trastornos psicológicos.

Diversas investigaciones científicas han puesto en evidencia que la soledad está vinculada a mayores riesgos de depresión y suicidio y de un peor estado de salud general, incluyendo una mayor mortalidad por todas las causas.

Esto se ha estudiado de forma exhaustiva en la población de adultos mayores. Sin embargo, existe una tendencia a obviar que la soledad puede afectar también a los jóvenes. Los efectos en esta población pueden ser igualmente graves, más aún teniendo en consideración las particularidades de esta etapa de la vida. Por esa razón, en este artículo desarrollaremos cómo afecta a los jóvenes la soledad.

La soledad: ¿por qué nos afecta tanto?

A los seres humanos nos afecta tanto la soledad porque estamos “configurados” para la vida en sociedad. La necesidad de pertenencia puede ser analizada desde dos grandes perspectivas. Por un lado, desde una visión evolutiva: gracias a la convivencia con nuestros pares hemos podido aterrizar en el punto donde hoy en día estamos. Hace miles de años, hemos podido elaborar estrategias cada vez más complejas para cazar o para defendernos de los depredadores por el hecho de vincularnos con otros seres humanos. En consecuencia, hemos podido desplegar un arsenal de mecanismos para la adaptación que hoy conservamos a modo de bagaje y que se hallan inscriptos en nuestro cerebro.

Por otra parte, evadimos la soledad y tendemos a formar redes de apoyo social en tanto muchos de nuestros proyectos personales son, en definitiva, proyectos interpersonales. Los seres humanos, a partir del proceso de socialización, hemos internalizado las normas que impone el medio social y hemos aprendido a orientar nuestras conductas dentro de los márgenes de lo que es posible hacer y lo que no.

De hecho, es curioso cómo ambas perspectivas en algún punto se entrecruzan: la corteza prefrontal —a nivel evolutivo, una de las últimas áreas del cerebro en desarrollarse— es el soporte neurobiológico para aquellas funciones que nos permiten vivir en sociedad de forma armoniosa y que, en definitiva, aseguran la supervivencia. Tal es el caso de una de las funciones ejecutivas, el control inhibitorio, que permite que seamos capaces de inhibir conductas sociales inadecuadas. Éstas, en última instancia, serían poco útiles para la adaptación, por ejemplo, gritar en una biblioteca en la que muchas personas están leyendo (bajo el riesgo de que, con buena razón, podrían prohibirnos el ingreso después).

Los efectos de la soledad no deseada

En definitiva, no estamos preparados para el aislamiento y, por lo tanto, es esperable que la experiencia de sentirnos solos nos genere altos niveles de malestar. Aunque varía según la población estudiada, la mayoría de investigaciones coinciden en que una de cada cuatro personas se siente sola. Por otra parte, los estudios avalan que la soledad no deseada afecta a las personas de forma notoria y negativa. La soledad está relacionada a una mayor probabilidad de desarrollar conductas perjudiciales para la salud, como un mayor consumo de tabaco y riesgo de hipertensión y enfermedades coronarias, menores niveles de actividad física. No obstante, la más afectada es la salud mental.

Ésta última puede sufrir un grave deterioro. Por citar un caso, una investigación llevada a cabo en España concluyó que las personas encuestadas que afirmaron sentirse solas puntuaron peor en la variable “salud mental” que las personas que no decían sentirse así; cuatro veces peor en hombres y tres veces en mujeres.

Los jóvenes, cada vez más solos: ¿por qué?

Muchas problemáticas suelen atribuírseles fácilmente a los jóvenes, pero la soledad no está entre las más habituales. Existe la creencia errónea de que la experiencia de sentirse solos es propia de la vejez y que, por lo tanto, es incompatible con otras instancias del ciclo vital como la juventud. Esta creencia no es más que consecuencia de una concepción de la juventud como la etapa que representa “la plenitud de la vida”; donde el cuerpo biológico se encuentra en su máximo potencial y las posibilidades de cara al futuro aparentan ser infinitas. Diversos autores adjudican la consolidación de esa visión de la juventud a las transformaciones socioculturales que tuvieron origen en los años sesenta.

El estereotipo de la juventud y el estigma social

Sin embargo, tal perspectiva puede invisibilizar las vivencias de muchos jóvenes que, a pesar de encontrarse en el “punto cúlmine” de sus vidas, se sienten solos. A esta idea, en algunas ocasiones, le acompañan estereotipos sobre lo que supone “ser joven”. Por tanto, quienes no se ajustan a tal estereotipo son estigmatizados. En muchas ocasiones, el joven que se siente solo hasta internaliza ese estigma: cree que no debería sentirse así, que no tiene motivos auténticos para experimentar pensamientos y emociones desagradables a causa de la soledad. Su experiencia, a pesar de ser válida y estudiada científicamente, es velada por lo que creemos que es la juventud: amistades, proyectos, diversión. Más allá de esto, enfatizamos el hecho de que la soledad en los jóvenes no es un fenómeno aislado o extraño, sino que es cada vez más frecuente a nivel global.

El contacto por redes sociales

Además, por paradójico que aparente ser, una de las principales razones por la cual este fenómeno ocurre es que muchos de los jóvenes mantienen contacto con sus vínculos sociales mediante Internet y redes sociales en lugar de privilegiar el cara a cara. Esto los ubica en un lugar particularmente vulnerable ante el fantasma de la soledad: las relaciones se tornan frágiles, efímeras, en términos de Bauman, líquidas. Más que vínculos, podríamos hasta decir que mantienen conexiones con sus amigos.

La mensajería es fugaz, instantánea, y los jóvenes pueden inferir cómo se siente otra persona por el contenido que publica en sus redes sociales.

No obstante, sabemos bien que detrás de una imagen puede residir un cúmulo de sufrimiento. Las conexiones digitales nos limitan a la hora de saber de forma concreta cómo se siente el otro y qué necesita de los demás. La soledad juvenil, como fenómeno parido en la era digital, no es un problema que deba resolverse de forma individual: se trata de una problemática que aqueja a toda una generación y que representa, quizás, la contracara de todos los beneficios que trae el Internet a nuestras vidas.

Por suerte, hay plataformas digitales que contrarrestan esta tendencia a mantener las relaciones en el ámbito de las pantallas. Looplan es un claro ejemplo de ello, pues esta divertida app, que está pensada para hacer amigos, propone actividades a hacer junto a las personas que hemos conocido en esta aplicación. Un contexto perfecto para desvirtualizar a gente con la que tenemos mucho en común.

En conclusión, la soledad no deseada es una experiencia que vulnera el bienestar y la salud, tanto física como mental, y puede afectar no solo a adultos y adultos mayores, sino también a los jóvenes. Tal como muchos profesionales aseguran, es importante que aprendamos a estar solos y a permanecer “puertas adentro”. No obstante, para ser eso posible es indispensable contar con una red de apoyo como trasfondo; con un grupo de seres queridos capaces de contener a un individuo ante las adversidades de la vida. Por ese motivo, enfatizamos en la importancia de acudir con un profesional de la salud mental en caso de sentirse solo y de acompañar a cualquier joven que pueda estar atravesando esta situación.

  • Martín Roncero, U., & González-Rábago, Y. (2022). Soledad no deseada, salud y desigualdades sociales a lo largo del ciclo vital. Gaceta Sanitaria, 35, 432-437.
  • Pérez, M., & Quiroga-Garza, A. (2019). Uso compulsivo de sitios de redes sociales, sensación de soledad y comparación social en jóvenes. Redes. Revista hispana para el análisis de redes sociales, 30(1), 68-78.

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