En la última década, el clima político global ha adoptado una temperatura emocional cada vez más alta. Las luchas identitarias en Estados Unidos, la guerra de Ucrania, el aumento del antisemitismo o la crispación en Europa por el auge de los extremismos definen un escenario de confrontación permanente.
La polarización política, lejos de ser solo un fenómeno ideológico, está emergiendo como un factor de riesgo para la salud mental colectiva. En este sentido, la investigación científica señala que el enfrentamiento sociopolítico sostenido genera estrés, ansiedad, miedo y ruptura del tejido social, afectando no solo a los individuos más implicados políticamente, sino al conjunto de la sociedad.
El estrés político como estresor colectivo
La política dejó hace tiempo de vivirse únicamente en las urnas. Hoy se experimenta en las redes sociales, en los medios, en la familia y hasta en los espacios de ocio. Estudios realizados en Estados Unidos revelan que quienes perciben mayor distancia política con su entorno reportan más días de mala salud mental al mes, así como aumento del estrés, reactividad emocional y pérdida de sueño. Y, claro, la polarización deja de ser una discusión abstracta para convertirse en un estresor sociopolítico que altera la vida cotidiana.
Cuando un clima político se vuelve impredecible, cargado de hostilidad y amenazas simbólicas, la respuesta psicofisiológica colectiva se activa en estado de alerta. Las personas duermen peor, experimentan más preocupación respecto al futuro y desarrollan síntomas depresivos y ansiosos con mayor frecuencia. En este sentido, la política adquiere la forma de una amenaza constante, más parecida a una crisis crónica que a un debate democrático saludable.
Identidad política y miedo al otro
Un factor clave para entender estos efectos es la llamada polarización afectiva. No se trata solo de tener opiniones diferentes, sino de percibir al adversario como un enemigo peligroso. Se instala una narrativa de “ellos” contra “nosotros” que alimenta el miedo y la desconfianza. En Estados Unidos, esta dinámica se ha expresado en agresiones políticas, teorías conspirativas y rechazo hacia expertos, científicos o medios de comunicación.
Algo similar encontramos en los movimientos nacionalistas europeos o en las tensiones globales en torno a conflictos armados. El clima de sospecha hacia inmigrantes, minorías en términos de identidad sexual o grupos con posiciones contrarias se vuelve caldo de cultivo para la ansiedad colectiva. El otro se convierte en una posible amenaza, y las relaciones sociales se tensan a un punto que puede romper amistades, parejas e incluso la cohesión dentro de una misma familia.
El miedo al diferente es un potente disparador de respuestas de defensa que deterioran la convivencia democrática y generan sufrimiento emocional. La incertidumbre política se traduce en incertidumbre vital.
Trauma político y pérdida de seguridad compartida
Quizá la prueba más dura del impacto psicológico de la polarización sean los datos que vinculan eventos electorales con síntomas traumáticos. Según un estudio publicado en Politics and the Life Sciences, tras las elecciones estadounidenses de 2020, un porcentaje significativo de votantes mostró niveles compatibles con trastorno de estrés postraumático, independientemente de su partido. La experiencia política se vivió como un evento potencialmente traumático: miedo al colapso institucional, riesgo de violencia interna y sensación de que el país podía quebrarse.
En contextos de guerra o conflicto geopolítico, como en Ucrania o en Medio Oriente, el trauma es doble: el directo de la violencia y el simbólico de vivir en un mundo donde las alianzas, la seguridad y la estabilidad parecen resquebrajarse. Aunque muchos observadores no se encuentren en la zona de conflicto, experimentan un impacto emocional intenso al ver que el orden internacional se vuelve frágil y que el futuro es incierto.
Pandemia, polarización y consecuencias mortales
La pandemia de COVID-19 amplificó la relación entre política y salud mental. La desconfianza institucional y el rechazo a la información científica se propagaron al mismo tiempo que el virus. Pero además, el partidismo influyó de manera determinante en decisiones tan críticas como la vacunación. La consecuencia fue una brecha de mortalidad entre bloques políticos, evidencia de que la polarización no solo enferma la mente: también influye en temas de salud pública.
El negacionismo, el miedo a la manipulación y la erosión de la confianza en las fuentes de información minaron la capacidad de acción colectiva, esencial en situaciones donde la cooperación salva vidas. El enfrentamiento político se convirtió en un obstáculo para la salud pública.
Cargas dispares y desigualdad emocional
Aunque los efectos son generalizados, no todas las personas experimentan la polarización de la misma manera. Quienes pertenecen a colectivos históricamente vulnerados (minorías raciales, población LGBTQI+, personas migrantes o mujeres activistas) padecen un nivel superior de estrés político. Las agresiones, la discriminación y la amenaza a derechos conquistados se traducen en mayor sufrimiento psicológico.
El impacto político refuerza desigualdades previas: aquellos que ya estaban en situación de desventaja social viven la tensión con más miedo y menos recursos para afrontarla.
Ciclos de refuerzo: cuando la ansiedad alimenta el conflicto
La relación entre polarización y salud mental no es unidireccional. A mayor ansiedad y tensión emocional, más se buscan certezas en discursos simplificados y más hostilidad se dirige al adversario. A su vez, estas dinámicas intensifican el conflicto y elevan el estrés colectivo. Se forma un círculo vicioso donde el deterioro emocional alimenta aún más la radicalización de posiciones y el deterioro del clima social.
Si la política se convierte en una fuente constante de amenaza, la sociedad vive en un estado de hiperactivación emocional que reduce la capacidad de pensar con calma, empatizar y cooperar. Como resultado, se debilita la resiliencia colectiva.
Hacia un cuidado colectivo de la salud mental
Comprender la polarización política como un determinante de la salud mental colectiva implica reconocer que sus efectos van más allá del individuo. La prevención requiere fortalecer la confianza institucional, promover pensamiento crítico para contrarrestar la manipulación informativa, crear espacios donde el diálogo no se convierta en una guerra emocional y proteger los vínculos sociales que permiten sostener las diferencias.

Esther Tomás Ruiz
Esther Tomás Ruiz
Psicóloga, coach y terapeuta de familia y parejas
Cuidar nuestra salud mental también implica cuidar la calidad de nuestra vida democrática. Reducir el miedo al otro, la desinformación basada en bulos alarmistas y la hostilidad es una tarea tanto psicológica como social. En tiempos de conflicto permanente, recuperar la posibilidad de escuchar, matizar y convivir con la discrepancia es una medida de salud pública.


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