Nuestro sentido común nos hace pensar que le hacemos favores a la gente que nos gusta y que se los negamos a quienes no nos caen bien. Pero, ¿es esto realmente así? ¿o acaso nos caen bien aquellas personas a las que le hemos hecho favores?
El efecto Benjamin Franklin sugiere que, realmente, no es que seamos agradables con aquellos que nos caen bien, sino que nos caen bien aquellos con los que nos hemos portado bien.
Este curioso fenómeno psicológico tiene mucho que ver con otro muy famoso: la disonancia cognitiva. Descubramos a continuación cómo se da el efecto Benjamin Franklin, su relación con la disonancia cognitiva y algunas situaciones en donde puede ocurrir.
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¿Qué es el efecto Benjamin Franklin?
El efecto Benjamin Franklin, también llamado Ben Franklin, es un fenómeno psicológico que implica un cambio en nuestra percepción sobre alguien en función de cómo nos hayamos comportado con él o ella.
Básicamente, este efecto describe la situación en la que, si le hacemos un favor a alguien que en un principio no nos caía bien o, simplemente, nos era indiferente, empezará a caernos bien. Si bien nuestra lógica nos haría pensar que somos agradables con aquellas personas que nos caen bien, el efecto viene a decir que la relación es inversa: primero viene la acción y después la percepción.
El origen de este curioso efecto lo tenemos en la propia figura de Benjamin Franklin, conocido por ser el inventor del pararrayos y ser uno de los Padres Fundadores de Estados Unidos.
La historia cuenta que, cuando Franklin estaba en la Asamblea Legislativa de Pennsylvania, había un rival político que en alguna ocasión había hablado en su contra. Aunque no conocemos el nombre de ese opositor a Franklin, sabemos por testimonio del mismo Ben que era un hombre de fortuna y educación. Benjamin Franklin se sentía muy inquieto por esta animadversión hacia su persona, y por este motivo decidió ganarse a su rival de una forma realmente ingeniosa, inteligente y curiosa.
Franklin, en vez de ofrecerle al opositor algún favor, se lo pidió. Sabiendo que era un hombre culto y que poseía una biblioteca con volúmenes raros, el ingenioso Ben le pidió a su rival político que le prestara uno de sus libros. El opositor le prestó el libro inmediatamente, halagado por haber sido reconocido como un hombre letrado. Franklin le devolvió el libro al cabo de una semana, con una nota en la que le agradecía enormemente el favor.
Cuando Franklin y su opositor se volvieron a encontrar en la Asamblea Legislativa, el caballero le habló, algo que nunca antes había hecho, y lo hizo con gran educación. Fue a partir de ese entonces que entre los dos hombres se forjó una sólida amistad, la cual duraría hasta su muerte. De hecho, esta anécdota es la demostración práctica de una de las grandes frases de Benjamin Franklin: “Es más probable que te haga otro favor alguien que ya te ha hecho uno previo que no uno que te lo debe a ti”
El efecto y la disonancia cognitiva
¿Cuál es la explicación de tan contraintuitivo fenómeno? Parece ser que la explicación de que ocurra este efecto lo tenemos en el concepto de la disonancia cognitiva. En resumidas cuentas, la disonancia cognitiva hace referencia a la situación de desarmonía interna de nuestro sistema de creencias, valores y emociones que sufrimos cuando tenemos dos pensamientos opuestos o conflictivos.
Por ejemplo, si nos consideramos antirracistas pero resulta que hemos descubierto que nuestro grupo de música favorito ha hecho comentarios discriminatorios hacia personas de una raza, entonces entraremos en un conflicto interno: ¿debemos seguir escuchando al grupo, pese a su racismo? ¿Debemos dejar de escucharlo, aunque su música sea nuestra favorita?
La relación entre el efecto Benjamin Franklin y la disonancia cognitiva tiene que ver con la necesidad tan humana de querer agradar a todo el mundo. Si le pedimos un favor a una persona que siente cierta hostilidad hacia nosotros, ésta se encuentra en una dicotomía emocional: por un lado, está el sentimiento de aversión hacia nuestra persona, pero por el otro, está el hecho de que nos ha hecho un favor.
Si hubiera actuado de forma plenamente coherente, esa persona no nos habría satisfecho ningún favor pero, debido a su necesidad de tener que complacer a los demás, nos lo ha hecho. Para evitar entrar en un conflicto interno demasiado intenso, su mente opta por usar argumentos coherentes con su conducta. Es como si se autoengañara pensando lo siguiente: "si le he hecho un favor a alguien es porque, realmente, me cae bien, por lo tanto, esa persona me cae bien porque le he hecho un favor".
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Ejemplos en la vida real
La disonancia cognitiva estaría detrás de la explicación de por qué se da el efecto Benjamin Franklin. La mente, con la intención de evitar un conflicto interno demasiado tenso, trata de buscar justificaciones a su conducta, en este caso, el haberse portado bien con alguien que, en principio, no le caía bien. Sin embargo, ¿es posible que esto suceda de forma contraria, es decir, odiar a alguien porque nos hemos portado mal con ella?
Realmente sí. Un ejemplo bastante claro de ello son los conflictos armados. Cuando se da una guerra, los soldados que participan en ella y tienen que matar a los del bando enemigo tratan de buscar explicaciones que justifiquen el conflicto y sus acciones. Es decir, tratan de protegerse de la tensión mental que se generaría a causa de tener que matar y la máxima de que matar está mal entran en conflicto.
Para evitar la incoherencia, los soldados se escudan en razones vinculadas a la religión, el nacionalismo o la libertad, viéndolos como argumentos válidos para defender sus acciones y postura.
Yéndonos a contextos más cotidianos y menos belicistas, podemos observar el efecto Benjamin Franklin en situaciones personales y laborales. Por ejemplo, cuando se está en una oficina y se tiene que ayudar a un compañero a quien no le tenemos mucha simpatía. En ese mismo contexto, nuestra mente tratará de buscar explicaciones que justifiquen esa acción, aunque esta se pueda resumir a que ha sido el jefe quien nos ha obligado a ello.
En cuanto a la pareja, es posible que nuestro novio o cónyuge nos pida hacerle un favor que a nosotros no nos acaba de gustar. Pese a que no estemos de acuerdo, como le queremos, hacemos lo que nos pida. Si no lo hiciéramos, no únicamente sería él o ella quien nos soltara la típica frase de “si me quisieras, lo habrías hecho”, sino que seríamos nosotros mismos quienes, en las profundidades de nuestra mente, haríamos resonar esta frase una y otra vez.
Referencias bibliográficas:
- Tavris, C., y Aronson, E. (2007). Mistakes Were Made (But Not by Me): Why We Justify Foolish Beliefs, Bad Decisions, and Hurtful Acts. Orlando, FL: Harcourt.
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