La popularización del uso de Internet durante los últimos 15 años no ha hecho simplemente que cada vez nos conectemos más a la red de redes. Además de utilizar los recursos a los que tenemos acceso gracias a esta genial invención, muchas personas que hacen un uso habitual de redes sociales han experimentado cómo su autoestima ha quedado conectada a la imagen pública que dan online.
Y si hay personas que notan cómo su bienestar o malestar depende en parte de lo que ocurre en Internet es, justamente, porque estamos juzgando constantemente a quienes hay detrás de esos perfiles de Facebook, Instagram o similares. Incluso aunque no nos demos cuenta, generamos una respuesta emocional positiva o negativa ante los contenidos autorreferenciales que los otros publican.
Podemos elegir si interesarnos o no por lo que los demás piensan de nosotros, pero lo cierto es que independientemente de eso, allí donde haya una publicación nuestra, habrá gente valorándoos, normalmente de un modo poco racional.
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Cómo nos juzgamos a través de Internet
A continuación puedes ver algunas muestras de hasta qué punto se tiende a juzgar a los demás a partir de tan solo algunas fotos y actualizaciones de estado.
Se valora mejor la positividad
Se ha comprobado que las personas que suelen hacer publicaciones negativas, como por ejemplo contenido de denuncia social o quejas sobre los estudios, tienden a ser menos valoradas. Sin embargo, el exceso de alegría en actualizaciones de estado y fotografías genera una sensación artificial que parece haber sido creada para engañar a los demás.
Hay que tener en cuenta que una persona puede entender una red social como un espacio en el que expresar su estrés o concienciar a los demás a partir de la crítica, sin que eso diga gran cosa de su personalidad. Del mismo modo, otros pueden querer usar los álbumes de fotos de Facebook como recopilatorio de imágenes alegres, y eso tampoco dice mucho de ellas. Sin embargo, obviamos esta reflexión y creemos que lo que hay en Internet es un reflejo directo de la personalidad, llevándonos a rechazar o aceptar a esa persona.
Sensibilidad ante los alardeos
Tendemos a mostrar una especial sensibilidad ante publicaciones que pueden ser interpretadas como una muestra de alardeo. De hecho, en general, la valoración que hacemos de alguien es más positiva si el número de publicaciones en las que se habla acerca de los logros y cualidades personales es reducida.
Así, algo tan inocente como celebrar que hemos ganado en un campeonato de karate hace que se nos valore peor, a pesar de que esto sea más importante para nosotros que mucho otro contenido que hemos publicado antes (vídeos musicales, memes, etc.).
En vez de eso, se ve con mejores ojos aquello que tiene que ver con opiniones sobre hechos ajenos a uno mismo, o que ocurren a su alrededor, pero que no son un reflejo directo de sus cualidades. Por ejemplo:
Visitando el templo de la Sagrada Familia en Barcelona. La fachada es increíble.
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¿Por qué en Internet somos tan duro valorando a los otros?
Cuando vemos cientos de publicaciones de varias personas en Internet, tendemos a guiarnos por intuiciones mucho menos racionales a la hora de decidir quién vale la pena y quién no. Eso significa que adoptamos formas totalmente sesgadas e irracionales de pensar sin que eso nos haga sentir extraños.
En definitiva, tenemos una gran cantidad de información sobre los otros, pero esta da pocos detalles y por consiguiente es de mala calidad; así pues, nuestra forma de juzgar a esas personas también es rápida y perezosa.
¿Qué tal si usamos más el chat?
Hay que tener en cuenta que esos sesgos psicológicos a la hora de juzgar a los demás a través de Internet se dan, básicamente, cuando no hay interacción: alguien publica algo y la otra persona lo ve. ¿Qué pasa si en vez de mantenernos en esa actitud pasiva iniciamos conversaciones? A fin de cuentas, una conversación en un chat se parece mucho más a una interacción cara a cara, situaciones en las que estamos acostumbrados a ser más moderados a la hora de emitir juicios sobre cómo es el otro.
Algunos investigadores creen que la solución a esa especie de paranoia que atormenta a muchas personas temerosas de causar una mala imagen en Internet es, simplemente, hablar más, mostrar cómo somos por dentro en un contexto de conversación en tiempo real. De este modo, esos filtros que nos mantienen alejados de los otros empiezan a perder protagonismo; nos obligamos a dedicar tiempo y un cierto esfuerzo a tomar parte en un intercambio de frases, lo cual hace que nos impliquemos y que pensemos que si estamos molestándonos en hacer eso, será porque la otra persona se merece que no nos precipitemos a la hora de juzgarla. Los chats pueden ser espacios de confraternidad en la realidad individualista y fragmentaria de Internet.
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