Los seres humanos caminamos permanentemente sobre la cuerda floja entre herir y ser heridos. El dolor es una parte inherente a la vida humana, y en la mayoría de ocasiones son otros humanos quienes lo causan. Ya sea por la forma en la que actuamos o por las palabras que elegimos para comunicarnos, podemos repercutir negativamente en el otro aunque esa no haya sido nuestra intención inicial.
En su contrapartida, a todos nos han lastimado alguna vez, incluso personas que queremos mucho: un hermano que se dirigía hacia nosotros de forma agresiva en nuestra infancia, una madre que no respeta nuestros límites, o una pareja al sentenciar un último hasta aquí llegamos. Estas heridas emocionales pueden cocer en nuestro interior por muchos años. Tal es así que tenemos la capacidad de guardar resentimiento hacia personas que ya no están presentes en nuestras vidas. Esto tiene todo el sentido del mundo: es más que válido ofendernos, enfadarnos o sentirnos tristes en consecuencia a los actos de los demás que consideramos injustos u ofensivos. Decidir permanecer en esas emociones es una decisión aceptable para quien así lo desee. Sin embargo, la alternativa de elegir perdonar al otro podría representar una experiencia mucho más liberadora de lo que parece. En este artículo desarrollaremos los aportes de la Psicología del Perdón para sanar heridas emocionales y construir una vida libre de cargas prescindibles.
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¿Por qué perdonar a quien me hirió?
Es comprensible que las personas, al oír la propuesta de perdonar, se planteen la siguiente pregunta: ¿por qué debo perdonar a quien me hirió? De hecho, esta actitud responde a algo elemental. A grandes rasgos, cuando nos encontramos frente a personas, lugares o eventos aversivos —es decir, en los que potencialmente podríamos ser dañados o experimentar malestar— los seres humanos contamos con una mochila evolutiva que nos invita a alejarnos de esos estímulos, con el objetivo de adaptarnos al medio eficazmente. La resistencia a perdonar a alguien que nos ha herido no surge de la nada, sino que tiene este fundamento. Esto también explica que ser lastimados por otros tiene, en un primer momento, efectos afectivos, cognitivos y conductuales en las personas.
Cuando alguien nos ofende, solemos experimentar sentimientos de tristeza, confusión, rabia y una sensación de haber sido traicionados por el otro. También podemos elaborar preguntas acerca de por qué se ha comportado así el ofensor, o fantasear con vengarnos de él. Por último, en el plano conductual, las personas tendemos a evitar a quien nos ha herido con el objetivo de distanciarnos y que la situación no se vuelva a repetir, aunque también podemos optar por otras acciones, como la expresión pública del llanto o la confrontación al agresor.
Sin embargo, en los últimos años, distintos equipos de investigación han puesto el foco en el potencial del perdón como recurso para aliviar el malestar cuando somos lastimados. La idea de perdonar no es completamente nueva, ya que un amplio abanico de religiones han caracterizado al perdón como una virtud divina o una actitud que adoptar ante los desafíos de la vida. Pero el perdón que fue puesto a prueba en estudios experimentales no tiene que ver con espiritualidad, sino que se trata de un recurso psicológico (entre varios posibles) para superar la experiencia subjetiva del resentimiento respecto a alguien. Teniendo esto en cuenta, antes de adentrarnos en la práctica, debemos distinguir las modalidades que el perdón puede adquirir.
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Los dos tipos de perdón
Perdonar es un proceso que puede ser concebido tanto de forma negociada —es decir, involucrando al agresor—, como de manera unilateral —con completa independencia a él—. El perdón negociado implica fomentar el diálogo entre el agresor y la víctima con el objetivo de que el primero reconozca su acción, asuma su responsabilidad y exprese su arrepentimiento por lo que ha hecho. Este tipo de perdón, comparable a la habilidad de pedir disculpas, es sumamente útil para la resolución de conflictos interpersonales. Sin embargo, sabemos bien que esta situación no siempre es posible. Muchas veces, el agresor no está presente, no reconoce que haya hecho un daño, o si lo hace, podría suceder que diga cosas como “no fue para tanto”, invalidando la reacción de la víctima o los efectos de sus acciones sobre ella.
El perdón interpersonal no tiene lugar en todos los vínculos y momentos de la vida. Sin embargo, el perdón intrapersonal es independiente a la presencia del otro para sanar. Esta manera de perdonar es un acto ajeno a las acciones del agresor, tanto en el pasado como en el presente y futuro, en el que la persona herida no tiene la pretensión de recibir algo a cambio del perdón. En otras palabras, no se espera que el otro cambie o pida disculpas por lo sucedido, sino que se trata de un proceso enteramente individual. El hecho de dejar ir una carga muy pesada es lo que la motiva a perdonar. De cierta manera, sigue la lógica de esta frase de Mark Twain: “El perdón es la fragancia que derrama la violeta en el talón que la aplastó”. No importa que el talón continúe su curso, es la violeta la cual segrega su aroma tan puro, incluso habiendo sido dañada.
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Consejos para perdonar a quien me lastimó
El perdón unidireccional o intrapersonal es suficiente para sanar heridas emocionales. De hecho, la investigación científica sugiere que los tratamientos basados en el perdón resultan en cambios positivos respecto a variables como la depresión, la ansiedad y la esperanza. Se trata de una habilidad tan potente que incluso intervenciones con niños basadas en el perdón han probado ser muy efectivas para reducir su malestar.
El proceso de perdonar es privado y subjetivo, por lo cual la persona lo lleva a cabo de acuerdo a sus experiencias personales y las particularidades de la relación con el ofensor. Más allá de esto, basándonos en los puntos en común que suelen tener los tratamientos clínicos enfocados en el perdón, a continuación listamos algunas sugerencias para sanar heridas emocionales:
- Reconocer que fuimos ofendidos o lastimados en lugar de negarlo. No se trata de magnificar el daño, sino de validar el hecho de que los actos del otro nos afectaron.
- Intentar considerar el punto de vista del ofensor. Esto no quiere decir estar de acuerdo con lo que hizo ni justificarlo; sino reconocer que la persona que nos hirió probablemente no contaba con las herramientas emocionales para resolver la situación de una manera saludable.
- Tampoco implica quitarle la responsabilidad de sus actos; es simplemente intentar comprender por qué actuó como lo hizo.
- Las sugerencias previas nos conducirán a empatizar con él o ella aún estando en desacuerdo con sus acciones, y aún sintiendo dolor al remitir a la situación conflictiva. El proceso de perdonar no tiene que sentirse bien en un primer momento, pero incluso en presencia de ese dolor podemos ser capaces de perdonar.
- Recordar que en algunas ocasiones nosotros hemos dañado a los demás y nos hemos sentido bien cuando otro nos perdonó.
Avance Psicólogos
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Centro de Psicología en Madrid
Estos consejos pueden servir para perdonar al otro y así alivianar esa carga que puede acompañarnos por mucho, mucho tiempo. Por último, creemos necesario recalcar que la mejor forma de afrontar situaciones en las que fuimos dañados siempre es, si está dentro de nuestras posibilidades, la consulta con un psicoterapeuta.