“De esto no se puede decir nada, es tabú”. Seguramente habrás escuchado muchas veces esta frase, o alguna similar. Todos tenemos claro que existen una serie de temas de los cuales es difícil hablar, y que raramente aparecen en las reuniones sociales. Pero ¿por qué se produce este fenómeno? ¿Quién decide cuándo y por qué una cosa es un tema tabú?
Para empezar, es necesario aclarar el significado de esta palabra tan comúnmente utilizada. Un tabú es, en nuestra sociedad, algo o alguien que no se puede mencionar, ni siquiera de pasada. En el caso de las personas, uno de los motivos habituales para considerar a alguien “tabú” es la condición social de la persona, que atenta contra las “normas” de la comunidad (un ex presidiario, un asesino o, hasta no hace muchos años, una mujer divorciada o soltera). En todo caso, estas normas van cambiando, y lo que en una época es tabú, en otra puede no serlo, y viceversa.
Pero ¿cuál es el significado original de la palabra? ¿De dónde viene el hecho de que consideremos “tabú” ciertas cosas, acciones o personas? En el artículo de hoy, te invitamos a realizar un recorrido por el concepto de tabú y su evolución en la historia.
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¿Qué es un tabú?
Si tomamos el diccionario de la Real Academia Española, encontramos la siguiente definición para la palabra tabú: “Condición de las personas, instituciones y cosas a la que no es lícito censurar o mencionar”. Bien, esto encajaría con lo que hemos comentado en la introducción; un tabú, para nuestra sociedad, es algo o alguien del que no se puede hablar por el motivo que sea. Sin embargo, si seguimos leyendo, nos daremos cuenta de que la RAE incluye una segunda acepción para la palabra tabú. Es la siguiente: “Prohibición de comer o tocar algún objeto, impuesta a sus adeptos por algunas religiones de la Polinesia”. Es en esta segunda definición donde encontramos el verdadero origen del vocablo. Veámoslo.
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James Cook y el taboo polinesio
La primera vez que se hace mención en Occidente de la palabra taboo (que, más tarde, derivaría en el español tabú) es en la obra A Voyage to the Pacific Ocean, donde el navegante y explorador James Cook (1728-1779) y su compañero James King recogían las impresiones de su tercer y último viaje. En el libro, se mencionaba la palabra tabú como la denominación que empleaban los pueblos polinesios para referirse a una serie de alimentos cuya ingesta estaba terminantemente prohibida.
Es decir que, en su origen, el tabú era un concepto meramente religioso, que englobaba a entidades (animales o humanas) que estaban revestidas de sacralidad y que, por tanto, no estaba permitido matar, lastimar ni comer. Muchos antropólogos han relacionado el taboo polinesio con una de las primeras estructuras religiosas de los pueblos prehistóricos, el totemismo, cuya base principal es, precisamente, la veneración de ciertas entidades como portadoras de una fuerza sobrenatural que conectaba con la tribu.
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Manifestaciones de una religión arcaica
Así, el tabú sería, originalmente, tanto el elemento portador de la energía sagrada como el acto de acometerle algún mal. En el primer sentido se asimilaría al tótem, el ente protector de la tribu (un animal, en la mayoría de los casos), del que, además, descenderían los miembros de la comunidad. Por tanto, todo aquel que violara la sacralidad del tótem caía en desgracia, pues había atentado contra la misma esencia del clan.
Sigmund Freud (1856-1939) en su obra Tótem y tabú (1913), recoge magníficamente esta idea. El tótem tiene una relación especial con la tribu, puesto que es quien la protege y la unifica. El tótem o tabú está revestido, pues, de una gran carga sagrada, poderosa y desconocida, por lo que atentar contra él es ir contra lo más sagrado del grupo. Es más; según Freud, para estas religiones primitivas quien violaba el tabú quedaba asimismo impregnado de la misma fuerza, y pasaba convertirse, a su vez, en un tabú; un elemento cargado de una energía tan sobrenatural como peligrosa, que despierta a la vez admiración y miedo.
Desde esta perspectiva podemos entender por qué, en algunas religiones, es tabú el consumo de la carne de ciertos animales. En la India, por ejemplo, las vacas son tabú en su doble sentido: primero, porque la vaca es una animal sagrado, el hogar de los dioses; segundo, porque matarlas y nutrirse de su carne significaría atentar contra lo sagrado e impregnar el cuerpo de la misma energía cósmica. En otras palabras; lo vulgar y ordinario (el ser humano común) estaría alcanzando un estatus elevado que no le corresponde.
Un mundo lleno de tabús
Otro ejemplo evidente de la conexión sagrada del tótem lo encontramos en nuestra propia cultura occidental. En la Edad Media, se consideraba a los reyes de Francia e Inglaterra dotados de cierto poder divino, mediante el cual podían curar, a través de la sola imposición de manos, el llamado “mal del rey” (la escrófula, en concreto). Persistía, pues, la creencia arcaica de que el soberano poseía un poder sobrenatural que lo convertía en tabú y que, con un solo contacto, podía transmitir toda su fuerza sagrada al enfermo que, en consecuencia, se curaba.
En algunas culturas antiguas, el soberano era “intocable”, precisamente por su poder intrínseco, y quien osara tocarlo o, incluso, mirarlo a los ojos, caía en desgracia. En Egipto, por otro lado, era altamente preferible que el faraón se desposara y tuviera hijos con alguien de su familia, una práctica incestuosa que, en última instancia, pretendía proteger la “sangre real” y su poder mágico de cualquier contaminación.
Pero no sólo el soberano ha estado considerado tradicionalmente y en todas las culturas como algo “sagrado”. Las sociedades primitivas incluían al sacerdote como tabú, puesto que, en tanto que intermediario entre la comunidad y los dioses, estaba igualmente tocado del poder divino. Por otro lado, también podían ser tabú ciertos momentos en la vida del individuo: la menstruación femenina, el parto, o la iniciación del adolescente.
Las interpretaciones antropológicas del tabú
La antropología se ha interesado siempre por estas manifestaciones arcaicas que, de un modo u otro, todavía perviven en nuestra sociedad. Porque nuestros propios tabús (estas personas, cosas o situaciones que no se pueden pronunciar), están estrechamente ligados con los tabús de estas tribus primitivas. Cuando se nos está moralmente prohibido pronunciar un nombre o hablar de alguien, inconscientemente lo estamos revistiendo de poder; ocultar su existencia es una manera de sustraerse del miedo o de la inquietud que ese elemento nos imprime. Esto es, por otro lado, una de las cosas que interesó a Freud: la conexión del tabú con el inconsciente y el psicoanálisis.
¿Qué explicaciones racionales proporciona la antropología para la existencia de los tabús? En la aparición de este tipo de prohibiciones en las sociedades primitivas, los estudiosos han querido ver un reflejo de la necesidad de supervivencia. Así, la conexión del clan con el tótem/tabú que los protege y, por tanto, la prohibición de hacerle daño, es un intento de conservar la cohesión y la unidad del grupo, el único medio en el cual el hombre y la mujer primitivos podían sobrevivir en un mundo lleno de elementos hostiles.
Algo de ello ha quedado en nuestro mundo. Porque, cuando se nos prohíbe hablar de algo, es bastante probable que no lo hagamos sólo para conservar nuestro estatus en el grupo y evitar, de esta forma, un posible rechazo. Así es como se autorregulan inconscientemente las comunidades humanas: no traspasar los límites que están socialmente permitidos garantiza la integración en el grupo y, por tanto, la supervivencia.
Existen otras explicaciones, en especial acerca de los tabús alimenticios, presentes en todas las culturas. Por ejemplo, el antropólogo estadounidense Marvin Harris (1927-2001) habla del principio cultural materialista o económico-racionalista, por el que los animales tabú serían el resultado de un análisis de la comunidad de la disponibilidad de alimento. Edmund Leach (1910-1989), por otro lado, manifiesta la posibilidad de que la relación cercana que se establece entre el animal y la comunidad haga imposible su consumo.
Conclusiones
En conclusión, podemos decir que los tabús de nuestra sociedad pueden haber diferido en cuanto a forma, pero el contenido sigue siendo parecido al de nuestros antepasados: algo o alguien que posee un poder especial (en cualquiera de los sentidos), y del que, por tanto, no puede hablarse. Esto incluye, por supuesto, a gobernantes y poderosos (en nuestra época, su poder no radica en una fuerza mágica, sino, más bien, en un poder real, obtenido a través de la legalidad o mediante la fuerza y el abuso).
También se incluye en el concepto de tabú prácticas como el sexo, de cuyo poder la mayoría de culturas ha desconfiado (el sexo es uno de los instintos más poderosos), lo que conlleva la prohibición de palabras relacionadas con él o con las partes del cuerpo que permiten llevarlo a cabo. Por otro lado, en nuestra sociedad también son tabús elementos considerados “vulgares”, como el acto de defecar, orinar, vomitar… en este caso, no podemos decir que sea porque los tabús en cuestión estén revestidos de “sacralidad”, sino, más bien, todo lo contrario. Se trata de algo desagradable que no queremos ver ni afrontar.
Pero, probablemente, el tabú más grande de la sociedad occidental es la muerte, a la que, como los súbditos de los reyes intocables, no queremos mirar a la cara. Quizá sea demasiado inquietante, demasiado poderosa, como para hacerlo.
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