Si alguien nos pide que expliquemos qué es tener poder, es muy posible que la definamos como el hecho de tener mucha influencia en los demás. Esto puede resultar muy útil, ya que no deja de ser una manera de extender nuestros recursos a la hora de hacer cumplir nuestra voluntad. El hecho te tener influencia en los demás, por ejemplo, gracias a nuestra popularidad, puede llegar a ser más útil y más eficaz que el dinero a la hora de condicionar el comportamiento de los otros.
Ahora bien… ¿cuál es el precio de ser una figura de referencia para los demás? Ya en el siglo XVI, el filósofo Michel de Montaigne reflexionó sobre el modo en el que la fama y la influencia nos esclavizan.
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¿Quién fue Michel de Montaigne?
Michel Eyquem de Montaigne fue uno de los filósofos y ensayistas más importantes de la Europa del Renacimiento. Nacido en el año 1533 en el seno de una familia rica residente en un castillo cerca de Burdeos, no pudo disfrutar de los lujos de su linaje durante su primera infancia, ya que sus padres lo mandaron a vivir con una familia de campesinos pobres hasta que pasó de los tres años de edad, en principio para que conociese lo que es la vida humilde.
Más adelante gozó de una educación liberal basada en la costumbre de cuestionarlo todo, una tendencia que ganaba mucha fuerza en Europa tras los siglos de dogmatismo religioso. Eso sí, hasta los seis años solo se le permitió hablar en latín, y el francés fue su segunda lengua.
Los esfuerzos que la familia de Montaigne realizó para convertirlo en un miembro de la élite intelectual dieron sus frutos. En 1571 entró a formar parte del parlamento, lugar en el que trabajó durante más de una década hasta que sintió para disfrutar de la herencia familiar.
En el año 1680, además de empezar a viajar por Europa, publicó su primer conjunto de ensayos, a los que seguirían otros dos volúmenes más adelante. Vivió sin pasar por grandes preocupaciones económicas y poco antes de su muerte volvió a ocupar un cargo político, esta vez como alcalde de Burdeos.
La teoría de la influencia de Michel Montaigne
Hay muchas formas de influir en los demás sin tener una gran reserva de dinero; por ejemplo, estar en una posición en la que las decisiones que tomemos pueden beneficiar o perjudicar mucho a otros de manera objetiva. Muchos políticos entrarían en esta categoría.
Pero, más allá de esto… ¿tiene algún precio el hecho de tener mucho poder de influencia gracias a la fama? Montaigne creía que sí y que este precio es alto. Veamos de qué manera lo argumentaba.
1. La tranquilidad es el estado preferido
Montaigne creía que todo lo que hacemos, en principio, lo hacemos para vivir sin preocupaciones. El estado natural del ser humano, es, por consiguiente, no estar obligado a afrontar momentos de estrés innecesarios, y aceptar lo malo con sencillez y sin dramas.
2. La tranquilidad tiene que ver con la imagen pública
Por el simple hecho de vivir en sociedad, lo que vayamos a experimentar depende en parte de cómo interactuamos con los demás. Nuestros vecinos y conciudadanos pueden llegar a condicionar mucho nuestras vidas.
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3. Intentamos dar buena imagen
Para tener capacidad para amortiguar el riesgo de que nuestras relaciones con los demás vayan mal, intentamos tener una buena imagen pública, algo que pueda hacer que los otros tengan una buena predisposición al tratar con nosotros. Pero, a la vez, podemos intentar no solo evitar riesgos, sino utilizar una imagen pública muy poderosa para influir en los demás y disfrutar de un trato privilegiado.
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4. La imagen pública es un problema extra
Montaigne creyó que, aunque el propósito de tener fama o una imagen social positiva es disfrutar de unas condiciones de vida más agradables que nos den acceso a recursos a los que podríamos no tener acceso sin estos elementos, su presencia supone tener muchas preocupaciones extra.
Con tal de realizar el mantenimiento de esa herramienta que usamos para influir en los otros, dedicamos tiempo y esfuerzo a aparentar, a hacer apariciones públicas e incluso a crear lazos de supuesta amistad con el fin de mantenernos relevantes.
5. La tranquilidad y la fama son incompatibles
Puede que la posibilidad de tener fama parezca muy atractiva en ciertas circunstancias, pero en todo caso es algo que nos garantiza tener que atender a preocupaciones extra. De algún modo especulamos con nuestro bienestar, complicándonos la vida para mantener un artefacto (la imagen pública) que requiere un mantenimiento constante y que puede estropearse completamente en cuestión de segundos, por ejemplo, si se descubre que en un concierto en el que estamos cantando hay playback.
La filosofía de Michel de Montaigne, pues, nos lleva a tomarnos la vida con sencillez.
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