La tarde del 28 de julio de 1932, una joven de 24 años toma una pistola y se pega un tiro. Su carrera apenas había despegado, pero ya empezaba a consagrarse como una de las escultoras más prometedoras de la España republicana. Su nombre: Marga Gil Roësset. El motivo del suicidio: oficialmente, su amor imposible y no correspondido por el poeta Juan Ramón Jiménez.
¿Quién fue Marga Gil Roësset? ¿Cómo llegó a tan dramático final? Hoy hablamos de una de las mujeres que formaron parte del grupo denominado Las Sinsombrero, la generación femenina (y olvidada) del 27.
Breve biografía de Marga Gil Roësset, la escultora de la generación del 27
Como suele suceder, lo que más se conoce de Marga Gil Roësset es su trágico suicidio. Es algo común en las artistas femeninas, dejar a un lado su obra creativa y centrarse en los aspectos más sórdidos de su existencia.
Sin embargo, Marga Gil fue una extraordinaria escultora (además, autodidacta) cuya obra, personal y extremadamente original, fue reconocida poco antes de fallecer. Marga fue, además, una excelente dibujante, responsable de las ilustraciones de dos cuentos que editó con su hermana Consuelo, El niño de oro y Rose des Bois. Dicen que sus dibujos inspiraron al mismísimo Saint-Exupéry, el autor de El principito. Quién sabe.
Una artista total
Marga Gil Roësset nació en 1908, en una familia cultísima que, desde muy pequeña, la animó a seguir el camino del arte. Su hermana mayor, Consuelo, se sentía inclinada por las letras; las dos constituyeron un magnífico tándem que dio a luz a dos obras imprescindibles para entender su trayectoria: los cuentos El niño de oro (1920) y Rose des Bois (1923).
Marga tenía solo trece años cuando realizó las ilustraciones de El niño de oro, un delicioso cuento escrito por su hermana. Los dibujos de Marga son excelentes, más notables si cabe si tenemos en cuenta que fueron realizados por una adolescente.
En Rose des Bois, el segundo cuento realizado por las hermanas Gil Roësset y editado en París, las ilustraciones de Marga aparecen más ‘deformadas’ e irreales, y recuerdan a los motivos de la Secession vienesa: especialmente, a Gustav Klimt (1862-1918) i Egon Schiele (1890-1918).
Sin embargo, y a pesar de su enorme talento por el dibujo (que nunca abandonó), Marga estaba especialmente interesada en la escultura. Para alentar su vocación, la familia Gil Roësset contacta con Victorio Macho (1887-1966), uno de los escultores de vanguardia más notables del momento, para que se encargue de la instrucción de la joven. Sin embargo, Macho es reticente: según él, enseñar a la muchacha sería equivalente a destrozar el talento natural y espontáneo que posee. Así pues, Marga debe contentarse con ser una escultora autodidacta.
La fuerza del volumen
Marga Gil Roësset empieza a esculpir por cuenta propia. Sus obras son totalmente originales, pues emergen de su interior más profundo. Como ella misma declaró en una entrevista de 1930, a propósito del éxito de su obra Adán y Eva: ‘... mis trabajos (...) llevan el esfuerzo de querer manifestar su interior’.
Esta fuerza expresiva la consigue Marga con los volúmenes de sus figuras, contundentes y rebosantes de fuerza. En las líneas de la obra de la joven predominan las formas esféricas, como en la deliciosa escultura Para toda la vida (1930), que representa a dos niños desnudos entrelazados en un tierno abrazo. Sus cabecitas, así como sus panzas, están resueltas en bulto redondo, puramente geométrico.
Por desgracia, conservamos pocas obras de Marga para valorar su trayectoria. Antes de suicidarse, la artista destruyó gran parte de ellas, por lo que solo nos quedan unas pocas esculturas que demuestran su enorme talento.
Una de estas obras maestras es Adán y Eva, realizada poco antes de morir. En ella, vemos a un hombre y una mujer desnudos y de anatomía contundente, que reclinan sus cabezas uno en el otro y trenzan sus brazos en un gesto lleno de amor.
De nuevo, las esferas adquieren una importancia capital: el seno de Eva es totalmente esférico, al uso de las antiguas Vírgenes de la leche medievales. Marga aporta un toque exótico al representar a Adán con rasgos africanos. Al fin y al cabo, la cuna del ser humano es África, y puede que ella fuera consciente de esto al realizar la escultura.
Adán y Eva se expuso en 1930 y fue un éxito para la artista. Marga empezaba a saborear el triunfo... pero su alma estaba destrozada.
‘Muerte... cómo te quiero’
En 1932, Marga conoce en la ópera al matrimonio Jiménez-Camprubí. Ella, Zenobia Camprubí (1887-1956), es una mujer cultísima, traductora al castellano del poeta bengalí Rabindranath Tagore, y tanto Marga como Consuelo la admiran. Él es el famoso poeta Juan Ramón Jiménez (1881-1958), en aquellas fechas un atractivo hombre maduro de cincuenta y un años.
Parece ser que la atracción por parte de Marga fue fulminante. La joven escultora se enamora perdidamente del poeta, y la amistad que comienza con el matrimonio no le ayuda para nada a olvidarse de él. Marga se siente mal; Zenobia es su amiga, y ella se está enamorando de su esposo. Un esposo que, por cierto, la ve como lo que es: una niña dulce e inteligente, pero una niña al fin y al cabo.
Algunas fuentes insisten en que Juan Ramón Jiménez alentó la pasión de Marga, a pesar de que nunca pasó nada entre ellos. Otras sostienen una curiosa teoría: que el verdadero objeto del amor de la escultora no era él, sino Zenobia, la admirada escritora. De ser cierto esto, podríamos entender mejor la desesperación de Marga, pues una relación lésbica en la conservadora España del momento habría sido su perdición y, por supuesto, el fin de su trayectoria como artista.
Sea cual sea la verdad, lo cierto es que Marga entra en una espiral autodestructiva que se recrudece en el verano de 1932. Su diario, en este sentido, es tremendamente esclarecedor: en él, la artista anota, con un estilo vago y vacilante, todas sus sensaciones y recelos. Marga Clark, su sobrina, recuperó hace poco el texto en una hermosa y triste obra llamada Amarga luz (ver bibliografía), que permite conocer mejor la figura de Marga Gil Roësset.
La tarde del 28 de julio de 1932, y después de destruir parte de su obra, Marga entrega un paquete a Juan Ramón Jiménez. Al principio, él no le da importancia, porque no es la primera vez que la chica le da algunos versos para que él se los corrija. Sin embargo, aquel día de verano es diferente. Mientras el paquete todavía descansa en la mesa, sin abrir, Marga se pega un tiro en la sien. Cuando Juan Ramón lo abre poco después, se encuentra con el diario de la joven, donde aparecen sus más íntimos pensamientos de amor.
El nombre de la escultora fue un tabú para la familia durante los años sucesivos. Así lo recuerda Marga Clark, la sobrina, que lleva, sin embargo, el nombre de la tía suicida. Poco a poco, y afortunadamente, se va recuperando la memoria de esta escultora extraordinaria, englobada en la generación del 27 y que habría llegado muy lejos de no ser por aquella fatídica tarde de verano de 1932.