Napoleón: biografía del emperador de los franceses

Te contamos la vida de Napoleón Bonaparte, desde su encumbramiento hasta su exilio definitivo.

Napoleón

Thomas Jefferson, que conoció a Napoleón Bonaparte personalmente durante su época de Primer Cónsul, lo tachó de hacedor de sufrimiento ajeno y de “maníaco”. Por su parte, el escritor francés François-René de Chateaubriand lo llamó “encarnación del espíritu del mal”, un tirano que había sacrificado su patria, Francia, a su desmedida ambición. Sin embargo, otros consideraban a Napoleón como un auténtico héroe nacional, y el imperio que levantó tras el caos de la Revolución, el verdadero resurgir de la nación francesa.

¿Quién era, en verdad, este personaje, nacido en la apartada isla de Córcega y que llegó a general con solo veintiséis años? ¿Cuáles son sus luces, pero también sus sombras? ¿Qué significó para Francia y para Europa su paso por la historia?

En el artículo de hoy repasamos la vida y la trayectoria de Napoleón Bonaparte, desde su llegada a la cumbre hasta su caída en desgracia y su exilio definitivo en la isla de Santa Elena, donde falleció enfermo y olvidado por todos. Acompáñanos a este viaje a través de la biografía del Gran Corso.

Breve biografía de Napoléon Bonaparte: las luces y las sombras de un mito

Pocos personajes en la historia han obtenido juicios tan variopintos. En Francia, tradicionalmente se le ha considerado una especie de héroe (no en vano, sus restos siguen en Los Inválidos, un monumento colosal que va parejo a la egolatría del emperador), a pesar de que, afortunadamente, en los últimos tiempos se ha empezado a revisar su figura. Por otro lado, ingleses y españoles han alimentado una especie de “leyenda negra”, habitual en la mayoría de los personajes históricos reseñables. Admirado e incluso idolatrado por unos, denostado por otros, Napoleón se erige como un mito repleto de contrastadas luces y sombras.

El pequeño militar corso

Le petit caporal (el pequeño cabo); así le empezaron a llamar sus soldados cuando Napoleón cosechó sus primeras victorias en Italia. Y es que nuestro personaje sólo medía 168 centímetros, aunque en estas reducidas dimensiones cabía un dilatado ego que se fue engrandeciendo a medida que iba acumulando éxitos militares y políticos.

Había nacido en Ajaccio, una pequeña ciudad corsa en agosto de 1769, apenas meses después de que la isla pasara a la corona francesa. De hecho, su padre, Carlos María Buonaparte, estuvo durante bastante tiempo comprometido con el movimiento nacionalista isleño, que se levantaba en contra de Francia y reivindicaba su cultura y su autonomía. Irónico que uno de sus ochos hijos (habidos con María Letizia Ramolino, una autoritaria e intrépida mujer) se coronara, mucho más tarde, emperador de los franceses.

A los diecisiete años, el joven Napolione (su verdadero nombre) finaliza sus estudios en la Academia Militar de Brienne, en Francia, a donde su familia se había trasladado después del fin de las hostilidades nacionalistas corsas. Al parecer, Carlos María se había cuestionado la utilidad de seguir apoyando a los insurrectos y la conveniencia de “pasarse al bando francés”. En todo caso, y sea como fuere, poco después de su salida de la academia encontramos a Napoleón convertido en militar, instalado en la guarnición de Valence. Estamos ya en las puertas de la Revolución Francesa, un acontecimiento que iba a cambiar la trayectoria de la historia y también la vida de nuestro protagonista.

Las ventajas y los inconvenientes de ser revolucionario

El estallido de la revolución coincide con nuevas insurrecciones antifrancesas en Córcega. Pero Napoleón tiene muy claras sus preferencias; probablemente viendo las ventajas que supone para su carrera militar, se alinea a favor de Francia y secunda aquella revolución que está empezando a dar sus primeros pasos. En concreto, uno de sus principales valedores será el hermano de Robespierre, bajo cuyos auspicios acudirá a Tolón y contribuirá, mediante su evidente talento para la estrategia militar, aplastar una revuelta antirrevolucionaria propiciada por los ingleses, enemigos acérrimos de la Francia jacobina.

Gracias a su éxito en Tolón, Napoleón es elevado a general de brigada con sólo veintisiete años, lo que lo convierte en uno de los generales más jóvenes de la historia. Sin embargo, el imprevisible viraje de los acontecimientos revolucionarios lo lanzará desde la cúspide al fango. En julio de 1794 se produce el golpe de Termidor, en el que Robespierre es destituido, apresado y condenado a la guillotina. Acababa de esta forma el espantoso régimen del Terror que había comenzado apenas un año antes y que tanta sangre había derramado en Francia.

Como jacobino (ni que fuera por conveniencia) del círculo cercano de Robespierre, Napoleón es encarcelado, y salva su cuello de puro milagro. Pero tras la sacudida violenta del terror jacobino empieza un período más tranquilo, al menos en apariencia, que la historia ha llamado Directorio, en el que los habitantes de aquel París hundido se levantan de sus cenizas y se entregan en cuerpo y alma a la diversión. Es la época de los incroyables y las merveilleuses, hombres y mujeres jóvenes, la mayoría escapados por poco de la guillotina, que visten y se comportan de la manera más extravagante.

Josefina de Beauharnais, el gran amor

Entre estas merveilleuses se encuentra una joven de treinta y un años oriunda de la Martinica, Marie-Josèphe Rose Tascher de la Pagerie, a la que la guillotina ha convertido recientemente en viuda. Napoleón la conoce en una ocasión curiosa, en la que el hijo de la mujer, Eugène, a la sazón sólo un muchacho, reivindica por “honor familiar” la espada de su padre muerto.

Marie-Josèphe Rose es en aquel momento la amante de uno de los hombres más poderosos del Directorio, Paul Barras (1755-1829); es hermosa, es inteligente y tiene un indiscutible savoir faire. Napoleón cae rendido a los pies de la criolla, y parece ser que ella se siente atraída también por el pequeño general. Ambos contraen matrimonio civil en 1796 y, a partir de entonces, él empieza a llamarla Joséphine, Josefina, nombre que encuentra más adecuado para su estatus. La relación de esta pareja tuvo sus altibajos (tanto el uno como la otra tuvieron amantes, y bastantes) pero, aún así, parece ser que su complicidad duró hasta el fallecimiento de Josefina, que murió en mayo de 1814, a los cincuenta y un años. Curiosamente, la misma edad con que fallecería Napoleón, pero casi diez años más tarde.

A pesar del afecto que sentía le petit caporal hacia su brillante esposa, una vez convertido en emperador de los franceses y ante la necesidad acuciante de dar a Francia un heredero (una misión que Josefina parecía incapaz de cumplir), el Gran Corso no tuvo más remedio que divorciarse de ella. Era el 10 de enero de 1810; habían compartido casi veinte años de existencia. Josefina se trasladó a la mansión de Malmaison, cerca de París, donde se dedicó a cuidar los magníficos jardines (en especial, las rosas, afición que parece hacer honor a su segundo nombre, Rose) y también a derrochar alegremente las rentas nada desdeñables que su exesposo le había asignado. Aún así, la pareja siguió carteándose hasta la muerte de ella, lo que demuestra, una vez más, esa ligazón que les unía y que nada parecía poder aniquilar.

“La Revolución ha terminado”

A su regreso de la campaña de Italia, Napoléon es ya un héroe nacional. Receloso de su éxito, el Directorio, con Paul Barras a la cabeza, lo envía a Egipto, para que rechace a los ingleses.

La vida de Napoleón

La campaña egipcia es quizá una de las más conocidas del general (que, por cierto, en aquella época ya ha cambiado su apellido corso, Buonaparte, por el más francés Bonaparte); a pesar de que fue un auténtico fracaso (el almirante Nelson barrió a los franceses sin ningún tipo de piedad) Napoleón supo explotar su estancia en Egipto a través de una cuidada propaganda, que exaltaba la incursión como un éxito cultural.

A decir verdad, razón no le faltaba, porque fue en esta campaña cuando se descubrió la famosa Piedra de Rosetta, que permitió años más tarde al erudito Jean-François Champollion (1790-1832) descifrar los jeroglíficos egipcios.

Es el año 1798, y el Directorio está prácticamente acabado. El pueblo francés se siente realmente cansado de diez años de revolución, y anhela a alguien que ponga orden a ese “caos”. A Napoleón, que todavía se encuentra en Egipto, le llegan noticias esporádicas de la situación en París. Consciente de que ha llegado su gran oportunidad, embarca rumbo a Francia (a riesgo de que le acusen de deserción) y llega a tiempo para participar en el famoso golpe de estado del 18 de Brumario, o, lo que es lo mismo, del 9 de noviembre de 1799. Finaliza el Directorio, comienza el Consulado.

En esta nueva realidad política, Napoleón era el hombre fuerte. Aunque oficialmente compartía responsabilidades con otros dos (en una especie de triunvirato romano), en la práctica se trataba de un gobierno casi autocrático, en el que él era el Primer Cónsul. La consigna de este nuevo régimen, auspiciado en la Constitución de 1800, era “la Revolución ha terminado”. Una manera de decir que había llegado un único hombre fuerte que sería el que llevaría las riendas del estado en lo sucesivo. Y ese hombre, por supuesto, era Napoleón Bonaparte.

Emperador de los franceses

Si bien Napoleón es muy criticado (y con razón) por el desastre bélico al que llevó a Europa, no es menos cierto que como político llevó a cabo una serie de reformas muy positivas para Francia, de las cuales algunas todavía siguen hoy en día vigentes. Por ejemplo, dotó al Estado de instituciones nuevas que demostraron ser altamente eficientes, saneó la Hacienda pública y acabó con el déficit acumulado.

La estrella del corso alcanzaba su cénit. En 1804 le fue ofrecida la corona de Francia, hecho que se ratificó en la ceremonia del 2 de diciembre de ese mismo año, donde el Primer Cónsul fue coronado como emperador de los franceses en presencia del papa Pío VII. Decimos “en presencia” porque, efectivamente, el pontífice no hizo más que bendecir el acto, pues Napoleón cometió la osadía de coronarse él mismo. Luego extendió sobre la cabeza de su esposa Josefina la corona de emperatriz. La colosal ceremonia, que tuvo lugar en la catedral de Notre-Dame de París, fue inmortalizada por uno de los mayores pintores del Neoclasicismo, Jacques-Louis David (1748-1825).

El primer imperio napoleónico fue testigo de una serie de campañas bélicas que pusieron en jaque a toda Europa y pusieron en guardia a las demás potencias. En 1808, Napoleón penetró en España mediante una sonada treta que engatusó al rey y a su primer ministro (pidió paso franco para invadir Portugal); se iniciaba de esta forma la Guerra de la Independencia, que traería al Gran Corso una serie de derrotas que serían realmente sus primeros fracasos militares.

Por otro lado, Napoleón inició en 1812 la campaña de Rusia, inmortalizada por León Tolstoi (1828-1910) en su magna obra Guerra y Paz. La incursión fue un auténtico desastre, en parte debido al terrible clima ruso (el invierno les cayó encima cuando partían de Moscú) y también a los soldados que, en pequeños grupos, emboscaron intermitentemente a los franceses. A su regreso a París tras el desastre de Rusia, Napoleón ya no era ni mucho menos el mismo de antes.

La estrella de Napoleón se apaga

Posiblemente no ayudó en su estado de ánimo el hecho de que, dos años antes, se hubiera tenido que separar forzosamente de su adorada Josefina. Ese mismo año de 1810, tras el divorcio, Napoleón se casó con la archiduquesa María Luisa, hija del emperador de Austria, con la que finalmente consiguió tener la esperada descendencia: un niño que también llevaría el nombre de Napoleón y que fallecería tristemente a la edad de veintiún años.

En aquellos años, la estrella de Napoleón se había apagado. Tras la campaña de Rusia, las potencias europeas fueron plenamente conscientes del peligro que suponía el ambicioso emperador para su integridad política. Por otro lado, las incursiones napoleónicas habían alimentado la llama del nacionalismo, especialmente en España y en Rusia, y todas las naciones se levantaban contra el usurpador. En 1814 se reúnen en Viena los representantes de las potencias europeas para decidir qué hacer con el barrido político y geográfico que las guerras napoleónicas han causado en el continente. El Congreso de Viena se reunió tras la derrota definitiva del emperador que, aniquilado por la coalición de estados en su contra, abdicó en abril de 1814.

Tras la abdicación, el ex emperador fue enviado a la isla de Elba, y la normalidad pareció regresar a Europa. Todavía faltaba, sin embargo, una sacudida final. Porque en 1815, apenas un año después de su destierro, Napoleón conseguía huir de Elba y regresar a París, aclamado por las multitudes. Se iniciaba así el conocido como Imperio de los Cien Días, en los que el corso intentó recuperar el poder perdido. Nada que hacer. En Waterloo, actual Bélgica, recibió su golpe definitivo.

Desterrado en la remota e inhóspita isla de Santa Elena, en medio del océano Atlántico, Napoleón pasó sus últimos años olvidado por todos. Ni siquiera podía ya escribir cartas a su amada Josefina, que había muerto algunos meses antes. Con la única compañía de algunos oficiales fieles y unos pocos criados, en un alojamiento de comodidad dudosa y con una mala alimentación, las fuerzas del ex emperador se fueron apagando, hasta consumirse definitivamente el 5 de mayo de 1821; oficialmente, por un cáncer de estómago.

Receloso de los médicos ingleses que le cuidaban, Napoleón dejó por escrito en sus últimas voluntades el deseo de que le practicaran una autopsia exhaustiva. Así lo hizo uno de los médicos franceses enviados expresamente por su familia, que no dictaminó nada fuera de lo común. Muchos años más tarde, sin embargo, corrió el rumor de que el emperador había sido envenenado, puesto que, en los cabellos que se le arrancaron tras su muerte, se encontraron altísimas dosis de arsénico. Una teoría no demostrada, pero completamente plausible si tenemos en cuenta que ni a los ingleses ni a los monárquicos partidarios de Luis XVIII les interesaba un posible retorno del conquistador.

  • Bonaparte, N. (2014), Memorias de Napoleón, ed. Biblok Book Export.
  • Fernández, T.; Tamaro, E.; Napoleón Bonaparte. Biografía, en Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea, 2004.
  • Mikaberidze, A. (2022), Las guerras napoleónicas, una historia global, Desperta Ferro Ediciones.
  • Napoleón Bonaparte, podcast de SER HISTORIA, emitido el 9 de diciembre de 2018.
  • Roberts, A. (2016), Napoleón, una vida, ed. Palabra

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

Psicólogo/a

¿Eres psicólogo?

Date de alta en nuestro directorio de profesionales

Artículos relacionados

Artículos nuevos

Quizás te interese