Esta semana ha habido un tema recurrente en diferentes espacios que he habitado. Distintas personas, en diversos lugares y contextos, hemos hablado de miradas. Para ser más concisas, diré que el tema principal ha sido desde dónde nos miran y el impacto que esto tiene en las personas. Voy a compartir con vosotras tres viñetas que hablan de ello.
La primera tiene como protagonista a una mujer que he acompañado durante la hospitalización parcial. Confié en ella cuando ni ella podía hacerlo. Desde el primer día la vi, incluso cuando no se sintió vista, en esa primera entrevista, yo estaba mirándola. En la segunda cita, desde la ternura, pude encontrarme con ella, cuando me contaba que no quería volver, que yo no la había visto, que no se sintió vista. Me sentí mal y bien a la vez: triste por la sensación que se llevó ella de una visita que yo valoré como buena; contenta por volver a verla en una segunda cita y que me contara la experiencia displacentera de la primera. Qué valiente. Admiración.
Después de semanas, ella es otra, emprende un nuevo camino, se va. Está agradecida y lo verbaliza en el despacho y en el grupo. Escucho sus palabras, su despedida. Cuando habla de nosotras, destaca de nuestro trabajo la mirada y la forma en que miramos. Ella se emociona y yo también.
La segunda escena también ocurre en el hospital de día, concretamente entre los profesionales sanitarios. En el equipo, esta semana ha estado una persona en sustitución, una persona nueva. Que venga alguien nuevo obliga al equipo a hablar de estructura y de relación, a poner palabras a lo básico, a lo cotidiano, a las acciones del día a día. Se hace explícita nuestra historia, nuestro recorrido y nuestra filosofía. Hemos hablado de miradas. Aquí se está bien, a la gente le gusta venir: claro, a todas las personas nos gusta que nos vean y nos cuiden un poco; y eso es lo que hacemos aquí.
Por último, también en los grupos Balint (entre profesionales) de este mes hemos hablado de miradas. El grupo compartía cómo vive el modo de relación predominante, desde el rol de experto, dentro y fuera del ámbito hospitalario. La presión y exigencia que esto supone puede llegar a ser abrumadora. De repente, se plantea si nosotras, las profesionales sanitarias, hemos estado suficientemente vistas por nuestros familiares. Si lo más reconocido en nosotras es nuestro rol de profesional de la salud, no es de extrañar que sea lo que vamos mostrando aquí y allá, porque nosotras también necesitamos que nos miren. Pero no es esta la mirada que buscamos realmente: pedimos ser vistas como personas, más allá de nuestra profesión, para crecer seguras y confiadas.
Las personas en la vida necesitan ser vistas como tales. Qué importante resulta tanto mirar como sentirse vista. Conectar con el aquí, el ahora y con quien tengo delante. El mundo necesita, nosotras necesitamos, miradas recíprocas.