Conocida como “la Rosa Roja”, Rosa Luxemburgo fue una líder de origen polaco y judío que repercutió enormemente en la sociedad alemana de principios del siglo XX.
Sus ideas de fuerte base marxista y su crítica hacia los conflictos armados, en los que se enfrentaban hermanos contra hermanos, le hicieron poner el grito en el cielo y defendió que las huelgas de trabajadores eran el mejor modo de manifestarse en contra de los conflictos perpetrados por las potencias capitalistas.
A pesar de ser víctima de los prejuicios de su época contra quien era, supo superar los obstáculos y convertirse en una de las grandes voces femeninas de la revolución obrera. Descubramos quién fue esta lideresa política a través de una biografía de Rosa Luxemburgo.
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Breve biografía de Rosa Luxemburgo
Rosa Luxemburgo fue una revolucionaria polaca-alemana que comenzó a trabajar en el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y que fue una inspiración para los movimientos comunistas en Europa.
Pese a ser partidaria de las doctrinas que originalmente defendía su partido, sus críticas hacia la deriva beligerante del mismo y del II Reich Alemán en el transcurso de la Primera Guerra Mundial le costó ser encarcelada en varias ocasiones.
Fue una prolífica escritora, con vasta producción teórica y práctica. En sus obras destacan los temas que forman parte de su legado y que constituyen, una vez hubo fallecido, lo que se denominó “luxemburguismo”, una escuela marxista con características propias: pacifista, en contra del revisionismo y defensora de la democracia en el seno de la revolución. Sus posturas, a veces muy inflexibles, le hicieron confrontarse con figuras muy relevantes dentro del socialismo marxisma como Lenin, Trotski, Bernstein e, incluso, Kautsky.
Rosa Luxemburgo argumentó siempre a favor del internacionalismo como forma de pensar, vivir y actuar. El Manifiesto Comunista de Karl Marx terminaba con la célebre frase “¡Proletarios de todos los países, uníos!” y Luxemburgo junto con Karl Liebknecht la harían suya, especialmente en el transcurso de la Primera Guerra Mundial. La socialdemocracia había defendido tradicionalmente que, en caso de guerra entre potencias capitalistas, los trabajadores debían negarse a combatir y hacer huelga general, pero este no fue el caso del SPD, en cuyas acciones prevaleció la patria sobre la clase social y apoyó la guerra.
Es por todo esto que la figura de Rosa Luxemburgo ha adquirido un papel tan trascendental en la historia reciente. Crítica con la guerra y crítica contra quienes no aplicaban el marxismo internacionalista verdadero. Añadido a esto, su condición de mujer polaca y judía luchadora contra la adversidad en una sociedad en la que prácticamente todo el mundo le ponía obstáculos la han convertido en un verdadero referente feminista.
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Primeros años
Rosa Luxemburgo nació el 5 de marzo de 1871 en Zamość, cerca de Lublin, en la Polonia bajo el Imperio Ruso. Sus padres fueron Eliasz Luksenburg III, un comerciante maderero, y su madre era Line Löwenstein, siendo la quinta hija del matrimonio. Se crió en el seno de una familia de origen judío en una sociedad en la que, si ya los polacos lo tenían crudo para destacar en la Rusia zarista, lo era todavía más para los judíos.
Pero pese a los prejuicios y la adversidad, la brillante inteligencia de Rosa Luxemburgo le permitió estudiar, asistiendo en 1880 a un instituto femenino en Varsovia. Era tan inteligente que, años después, su amigo Franz Mehring la definiría como “la mejor cabeza después de Marx”, aunque no destacaba por tener unas buenas dotes organizativas.
En cuanto a su presenica física, era una mezcla de fuerza y ternura, descrita como una mujer pequeña, con una cabeza grande y rasgos típicamente judíos con una gran nariz y una ligera cojera culpa de un defecto congénito. La primera impresión era poco favorable, pero bastaba estar hablando con ella unos pocos minutos para descubrir la vida y energía que albergaba esa mujer de gran intelecto y oratoria impecable.
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Exilio a Suiza y refugio en Alemania
Mientras acudía al instituto femenino, tuvo la oportunidad de oír hablar del partido polaco izquierdista “Proletariat”, al que acabó uniéndose. Cuando acabó los estudios, y debido a su militancia socialista, Luxemburgo tuvo que exiliarse a Suiza en 1889 teniendo solo 18 años. Iría a parar a Zúrich, en donde estudiaría en su universidad varias carreras al mismo tiempo: filosofía, historia, política, economía y matemáticas.
En el país helvético no únicamente se dedicó a estudiar, sino también a establecer contacto con otros exiliados socialistas, expandiendo todavía más sus conocimientos del marxismo y alimentando sus ansias de revolución, especialmente en su país de origen.
En 1898 decidió trasladarse a Alemania con la intención de unirse al poderoso Partido Socialdemócrata germano (SPD) y participar en los debates teóricos, caldeados desde la muerte de Karl Marx y Friedrich Engels. Luxemburgo fue la única de todos que se mantuvo firme a las ideas marxistas por lo que, a partir de 1906, ocupó puestos importantes en la dirección del partido junto con Karl Liebknecht.
En este período, Luxemburgo fundó el Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia y creó un periódico llamado “La causa de los trabajadores”. No era nacionalista, ni creía en la autodeterminación de los polacos ni otros pueblos. Ella quería que los trabajadores del mundo se unieran obviando las fronteras nacionales y culturales. Sin embargo, el hecho de haber nacido en un país bajo el dominio de otro le hizo entender la necesidad y el potencial de la revolución y la resistencia ante las injusticias históricas.
En 1898 Berlín se convertiría en su hogar, en el que viviría por el resto de su vida. Allí se casó con Gustav Lübeck, el hijo de una amiga con quien nunca vivió, pero que le sirvió para poder obtener la ciudadanía alemana. Esto era un movimiento estratégico, puesto que Rosa Luxemburgo estaba convencida de que Alemania comenzaría la revolución definitiva.
Luxemburgo se asoció a Karl Kautsky y se convirtió en la representación de la ortodoxia del marxismo frente al revisionismo de Eduard Bernstein. Hizo importantes aportaciones teóricas en torno al imperialismo y al derrumbe del capitalismo, que en su opinión consideraba que era cuestión de tiempo que se ocurriera.
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Inicios del siglo XX
Entre 1904 y 1906 Luxemburgo fue convertida en presa política a causa de sus constantes manifiestos en contra del imperialismo y de las guerras en contra otras potencias, políticas que irónicamente habían sido defendidas por la SPD. Mientras no se encontraba presa se dedicó a enseñar a futuros miembros del partido, entre los que destaca Friedrich Ebert futuro presidente de la República de Weimar. Curiosamente, Ebert sería quien daría la orden de apresar a los comunistas insurrectos tras la Primera Guerra Mundial.
En 1913 Luxemburgo publicó la que es considerada su principal obra: “La acumulación del capital” (“Die Akkumulation des Kapitals: Ein Beitrag zur ökonomischen Erklärung des Imperialismus”). En este libro realizó importantes aportaciones al marxismo, sobre todo relacionadas con el imperialismo y la teoría de la huelga general. Si bien en esta obra se capta un espíritu claramente revolucionario y partidario de las huelgas, Luxemburgo también se destaca por ser crítica con la violencia y optar por el pacifismo.
Con el paso del tiempo también se distanció de Kautsky y del resto del partido a medida que estos se fueron inclinando hacia los métodos parlamentarios. Esto la acabaría convirtiendo en la líder principal del ala más izquierdista del SPD. Pese a ello, también se mostró crítica con sus principales referentes de izquierda, entre ellos al propio Vladimir Lenin por su concepción centralista y autoritaria del partido de revolucionarios profesionales.
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La Liga Espartaquista
Al inicio de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) Rosa Luxemburgo encabezaría junto con Karl Liebknecht varias protestas, motivadas por el hecho de que la SPD hubiera renunciado definitivamente al internacionalismo pacifista y apoyara el conflicto. Fruto de criticar a su propio partido y las decisiones que estaba tomando Alemania en la guerra, Luxemburgo volvería a pisar la cárcel en 1915, siendo ya conocida como “la Rosa Roja”.
Pese a su reclusión, Luxemburgo continuó influyendo enormemente escribiendo desde la cárcel. Durante el tiempo que permaneció en la sombra, Rosa Luxemburgo escribió junto con otros miembros del partido críticos con el mismo las conocidas como “Cartas de Espartaco”, unos panfletos de oposición al conflicto armado firmados en nombre del mítico gladiador tracio.
Estas misivas acabaron convirtiéndose en las bases del movimiento espartaquista, también conocido como “Liga Espartaquista” fundado en 1918, el año en el que Luxemburgo saldría de prisión. Un año más tarde, esta liga se escindiría definitivamente de la SPD y se convertiría en el Partido Comunista Alemán (KPD).
Pero pese haber sido fundadora intelectual del Partido Comunista Alemán, Luxemburgo escribió varios ensayos en los que advertía de los peligros de que la revolución bolchevique acabase en una dictadura. Después de la Revolución Rusa de octubre de 1917, Luxemburgo reprendió a los bolcheviques que disolvieran la Asamblea Constituyente electa y que eliminaran los partidos rivales. Ella misma decía:
"La libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido, por muy numerosos que sean, no es libertad en absoluto.
Y defendía:
"La libertad es siempre y exclusivamente libertad para aquel que piensa de manera diferente".
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Últimos años y muerte
Al finalizar la Primera Guerra Mundial y ser Alemania derrotada, Luxemburgo abogó por participar en la Asamblea que acabaría dando lugar a la República de Weimar, algo que no apoyaban sus compañeros comunistas que decidieron organizar un movimiento insurreccional. Eran tiempos de postguerra, una época oscura para Alemania que acababa de ver como su emperador Guillermo II era obligado a abdicar.
En 1919 Luxemburgo, junto con su colega Liebknecht decidieron lanzar la Revolución Espartaquista. Del 5 al 12 de enero de 1919, Berlín se convirtió en el escenario de una huelga general de grandes proporciones. Los manifestantes soñaban con replicar en suelo germano lo mismo que había ocurrido en Rusia, poniendo final a la tiranía de unos pocos y darle la decisión de gobernar a todos. Era el paso previo para una sociedad proletaria.
Estas huelgas en la capital alemana se conocerían como el Levantamiento Espartaquista, aunque en realidad la Liga Espartaquista no la convocó ni dirigió. Sin embargó, y dada la gran trascendencia que estaba adquiriendo el movimiento, la Liga acabó cooperando aunque con sus reticencias. De hecho, la propia Rosa Luxemburgo señaló que la situación de Alemania en 1919 y la de Rusia en 1917 no era la misma, y que el pueblo no contaba con lo necesario para derrocar al gobierno.
Y, en efecto, tenía razón. Todo estaba en su contra, siendo esta insurrección lo que marcaría el final de la líder polacogermana. El presidente de la República de Weimar, Friedrich Ebert, quien hubiera sido pupilo de Luxemburgo, ordenó a los Freikorps que detuvieran la rebelión. Este grupúsculo paramilitar, considerado una especie de protonazis, detuvo a Rosa Luxemburgo junto con Karl Liebnecht el 15 de enero de 1919.
La golpearon, torturaron y humillaron. Uno de los paramilitares le rompió el cráneo a base de darle con la culata de su rifle. Con la sangre brotando de su herida, metieron a Rosa Luxemburgo en un coche donde sería asesinada a tiros y arrojada al canal Landwehr de Berlín. Tenía 47 años.
Cuatro meses y medio después se encontró un cadáver que se concluyó que era el de Rosa Luxemburgo a juzgar por sus guantes y los restos de su vestido. Si bien no se puede afirmar que esos fueran sus restos verdaderos, su hallazgo y posterior entierro fue un evento que permitió expresar al pueblo el dolor y el sentimiento de buscar justicia. Odiada y amada a partes iguales, quienes la idolatraban hicieron mucho ruido para que el mundo supiera que se había ido una gran líder.
Sería despedida en su entierro por su amiga Clara Zetkin, compañera en la liga espartaquista, con las siguientes palabras:
“En Rosa Luxemburgo, la idea socialista fue una pasión dominante y poderosa del corazón y del cerebro; una pasión verdaderamente creativa que ardía incesantemente. (…) Rosa fue la afilada espada, la llama viviente de la revolución”.
Se cree que las últimas palabras que escribió la influyente líder marxista fueron:
“Mañana la revolución se levantará vibrante y anunciará con su fanfarria, para terror de ustedes: ¡Yo fui, yo soy y yo seré!”.