Todos nos hemos enfadado alguna vez en nuestra vida, ya sea a raíz de una discusión, cuando nos han insultado, dentro de un atasco… Lo cual es completamente natural, ya que esta emoción cumple una función adaptativa que en un principio era necesaria para nuestra supervivencia.
El enfado es una emoción desagradable (sobre todo para los que nos rodean) que surge cuando sentimos que estamos siendo atacados o están violando nuestros derechos, o incluso cuando este ataque es hacia nuestros seres queridos o personas con las que empatizamos.
La ira es una emoción muy similar al enfado, siendo básicamente su versión más intensa. Sin embargo, en ocasiones esta emoción es excesivamente intensa, llegando a perder su función adaptativa. Hace que perdamos el control y provoca consecuencias terribles.
¿Y por qué ocurre esto? ¿Cómo llegamos a no tener el control de nuestros actos por la ira? En este artículo explicamos qué son los ataques de ira y causas comunes de la falta de control de ira.
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¿Qué son los ataques de ira?
Conocemos como ataques de ira o explosiones de ira a las reacciones desmesuradas que se tienen en ocasiones al sentir ira. Esta emoción llega a niveles de intensidad tan altos que no se puede controlar lo que se hace ni lo que se dice, se reacciona irracionalmente y se vuelven agresivos física y/o verbalmente.
Generalmente, los ataques de ira suelen ser desencadenados por situaciones que generan enfado o frustración, pero su intensidad no se ajusta a los sucesos. Incluso pueden surgir por una mala interpretación, surgiendo la ira por algo que no ha ocurrido. Por eso, pueden ser impredecibles. Tras la explosión de ira, las personas suelen sentirse brevemente aliviadas y cansadas, ya que suponen una descarga de energía bastante fuerte.
Dada esta falta de control y agresividad, los ataques de ira conllevan consecuencias a nivel social, en concreto con aquellas personas a las que hayamos dirigido nuestra ira. Esto puede implicar riesgo de despido laboral, pérdidas de relaciones de amistad, ruptura de pareja… Y sobre todo, un miedo continuo en el círculo social a hacer cualquier cosa que moleste a la persona, y el agotamiento que esta tensión acarrea.
Al mismo tiempo, supone un perjuicio para el bienestar psicológico. Estas personas se suelen sentir culpables al volver en sí y darse cuenta del daño que han causado. En casos extremos, se llega a olvidar completamente lo que ha ocurrido durante el ataque. Además, estas personas pueden terminar aisladas, ya sea porque su entorno social ha terminado rechazándoles, o porque la propia persona decide aislarse para no causar daño físico o emocional a nadie.
La frecuencia, intensidad y duración de los ataques de ira dependen de la persona, en cada caso es distinto. Si los tres componentes son altos, o incluso no siéndolo, los ataques de ira están provocando consecuencias muy graves (incluso a nivel legal), lo mejor es acudir a un profesional de la salud mental para poder ser ayudado/a y que este problema no se cronifique en el tiempo.
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Causas de la falta de control de ira
Las causas de los ataques de ira son difíciles de determinar, ya que dependen de la situación y de la persona en la que se dé. Sin embargo, en este artículo hemos querido describir causas comunes de la falta de control de ira, distinguiéndolas en dos clasificaciones aproximadas: causas a nivel biológico y causas a nivel psicológico.
Causas a nivel biológico
Un factor a tener en cuenta es la edad. Hasta después de los 20 no termina la maduración de la corteza prefrontal, la última área cerebral en desarrollarse y de las primeras en deteriorarse. La corteza prefrontal tiene diversas funciones cognitivas y ejecutivas, entre ellas la del control de impulsos y la amortiguación de las emociones. Esto hace más comprensible que los niños, adolescentes y ancianos puedan ser más impulsivos y no tengan la capacidad de gestionar adecuadamente sus emociones.
Asimismo, el sexo es determinante debido a que las emociones dependen en gran medida de nuestras hormonas. A pesar de que las mujeres son las que más fluctuación de niveles hormonales sufren por la menstruación, los ataques de ira se dan más frecuentemente en hombres. Esto es debido a la hormona sexual masculina: a mayores niveles de testosterona, menor capacidad de control de impulsos y más reactivas se vuelven la amígdala y el hipotálamo, las zonas del cerebro encargadas de las emociones.
La amígdala juega un papel muy importante en los ataques de ira, independientemente de la edad y el sexo. Cuando la emoción que sentimos se vuelve extremadamente intensa, la amígdala se sobreestimula y corta la comunicación con el hipotálamo, la cual es la encargada de comunicar las emociones a la corteza prefrontal para poder gestionarlas. A este fenómeno se le llama secuestro amigdalar, ya que se dice que la amígdala toma el control e inhibe la función ejecutiva de la corteza prefrontal.
La consecuencia es que nos volvemos puramente emocionales e irracionales, no pudiendo atender a razones ni pensar con claridad. Esto ocurre cuando no se ha podido gestionar la emoción a tiempo para que no llegue a esos niveles tan alto (por no saber identificar la emoción o por no tener los recursos necesarios) o porque el estímulo que ha provocado la emoción ha causado un gran impacto en la persona.
A estos factores les sumamos la genética, y es que la intensidad con la que sentimos las emociones y la predisposición que tenemos a sentir unas u otras dependen en parte de la carga genética. Por último, el consumo de sustancias (como el alcohol y otras drogas desinhibidoras) provocan que se altere el funcionamiento de la corteza prefrontal y no seamos capaces de controlar nuestros impulsos, haciéndonos más susceptibles a reaccionar exageradamente si sentimos ira.
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Causas a nivel psicológico
Como has podido notar, el control de impulsos tiene gran relación con el control de la ira, y es que realmente el control de impulsos tiene una estrecha conexión con la gestión emocional en general. Cuando sufrimos una emoción desagradable y no somos capaces de soportarla, pueden aparecer impulsos, es decir, conductas rápidas que buscan acabar con la emoción o evitarla, sin pensar en los riesgos o consecuencias que conllevan.
Los impulsos, por tanto, son una forma de gestión emocional, pero bastante problemática; mientras que el control de impulsos suele estar asociado a una buena gestión emocional con buenos resultados. Pues digamos que los ataques de ira son una concatenación de impulsos que no podemos frenar por el secuestro amigdalar. Por eso, tras el ataque de ira nos sentimos aliviados, porque nos hemos liberado del malestar por un momento.
La intolerancia a la frustración también tiene relación con la falta de control de la ira. Si no somos capaces de soportar la frustración, es fácil que esta emoción se duplique para intentar acabar con las situaciones que nos hagan sentirnos así. De esta forma, podemos entrar en un bucle de sentirnos frustrados por tener frustración y acabemos teniendo un ataque de ira.
Estos factores no tendrían tanta relevancia si no fuera porque estas personas no han aprendido a gestionar la ira de otra manera. Esto puede deberse a una ausencia de límites a lo largo de su vida, permitiéndole que exprese la ira de esa forma tan expresiva sin haber tenido consecuencias desagradables (si no ocurre nada malo tras tener el ataque de ira, los ataques de ira no son tan graves, ¿no?). O puede incluso que a la persona le den igual las consecuencias graves que tiene un ataque de ira y por eso se permite repetirlos.
Froilan Ibáñez
Froilan Ibáñez
Psicólogo Clínico Educativo y pericial
También puede ocurrir por aprendizaje vicario: la persona ha crecido junto con otra persona que no sabe gestionar la ira y tiene explosiones frecuentemente. Y es que nuestras formas de gestión emocional dependen en gran medida de lo que aprendemos en nuestro entorno. En este punto, es importante tener en cuenta los roles de género, y es que los hombres típicamente no expresan emociones como la tristeza (porque lo interpretan como señal de debilidad) y se sienten frustrados ante estas emociones, convirtiéndola al final en ira.