La labor del psicólogo no reside únicamente en dominar técnicas y teorías; también está profundamente marcada por su manera de ser, su estilo interpersonal y su forma de relacionarse con los demás. Y es que la personalidad del profesional, esa combinación de rasgos estables, predisposiciones emocionales, valores y actitudes, ejerce un papel silencioso pero contundente en la calidad del vínculo terapéutico, en la forma de intervenir y en los resultados obtenidos en la práctica clínica. Por eso, una parte del trabajo de los psicólogos es anticiparse a los efectos que su personalidad tiene en su manera de trabajar.
Los efectos de la personalidad del psicólogo en su trabajo
Partiendo de nuestra experiencia y de la evidencia científica disponible, aquí te explicaremos cómo se manifiesta esa influencia de la personalidad en distintos ámbitos del ejercicio del profesional del psicólogo.
1. Rasgos de personalidad y su impacto en la alianza terapéutica
La alianza terapéutica —entendida como el vínculo colaborativo y de confianza entre terapeuta y paciente— es uno de los predictores más sólidos del buen desarrollo de la terapia. En este escenario, los rasgos de personalidad del psicólogo actúan como “clima relacional” que modula la captación de la otra persona, la seguridad percibida, la apertura al diálogo y la sostenibilidad del vínculo. Por ejemplo, investigaciones encuentran que terapeutas con niveles más altos de amabilidad (agreeableness) o extraversión tienden a recibir valoraciones más positivas por parte de sus clientes en cuanto a alianza.
Sin embargo, los datos también muestran que no siempre “más” de un rasgo es mejor; por ejemplo, se observó que altos niveles de apertura (openness) en psicoterapeutas cognitivo-conductuales se asociaron a resultados menos favorables. Esto sugiere que la personalidad del profesional no es un factor lineal de “mejor cuanto más” sino que debe considerarse en interacción con la modalidad terapéutica, el estilo del terapeuta y las características del paciente.
2. Influencia de la personalidad en la elección de orientación y en el estilo de intervención
Más allá del vínculo, la personalidad del psicólogo interviene en la forma de ejercer. En qué enfoque se siente cómodo, cómo organiza la sesión, qué tipo de método prefiere, cómo muestra sus propias actitudes y motivaciones. Estudios señalan que los rasgos de personalidad están asociados con la elección de la orientación terapéutica y con las habilidades interpersonales desplegadas. Por ejemplo, un profesional con fuerte tendencia a la planificación, control y orden (rasgos próximos a la responsabilidad o “conscientiousness”) podría sentirse más a gusto en enfoques estructurados, frente a otro con mayor apertura o espontaneidad que prefiera modalidades más explorativas.
La noción de “Estilo Personal del Terapeuta” (PST, por sus siglas en inglés) recoge esta idea: se entiende como ese conjunto singular de modos de operar que el psicólogo imprime a su trabajo, con dimensiones como flexibilidad/rígido, emotividad/distance, compromiso/neutralidad. Comprender este estilo es relevante porque permite visualizar cómo la forma de “ser” del profesional se traduce en la forma de “hacer”.
3. Atención a la persona del terapeuta: autoreflexión, regulación emocional y auto-conciencia
La personalidad del psicólogo no es exclusivamente un factor “positivo” u “inevitable”: también requiere un trabajo consciente. La autoreflexión, la capacidad de reconocer prejuicios propios, la regulación emocional y la autoconciencia se revelan clave para que los rasgos personales no se conviertan en obstáculos. Una investigación con terapeutas en formación mostró que quienes desarrollaron mayor conciencia de sus propias emociones, valores y sesgos mejoraron su involucramiento interpersonal. Otro trabajo apunta a que la competencia técnica o los años de experiencia, cuando se controlan los rasgos de personalidad, no se relacionan directamente con mejores resultados clínicos.
Esto implica que la dimensión “humana” del profesional —cómo se relaciona consigo mismo y con el otro— es tan relevante como la técnica. Terapia, en este sentido, no solo es lo que el psicólogo hace, sino cómo lo hace.
4. Concordancia entre terapeuta y paciente: la interacción de personalidades
La personalidad del psicólogo cobra aún más sentido cuando se sitúa en relación con la del paciente. No se trata de elegir a pacientes que “encajen” necesariamente, sino de ser consciente de cómo diferentes combinaciones pueden favorecer o entorpecer el proceso. Hay estudios que muestran que la similitud en rasgos entre terapeuta y paciente (por ejemplo, niveles parecidos de neuroticismo o responsabilidad) puede favorecer mejores resultados.
Igualmente, si el terapeuta tiene un estilo de apego poco seguro y el paciente también, se incrementa el riesgo de rupturas en la relación terapéutica. Este tipo de hallazgos subraya que el factor “relacional” va más allá de la técnica y que la “co-construcción” entre dos personas es central en la psicoterapia.
5. Implicaciones para la formación, supervisión y práctica profesional
¿Qué implicaciones tiene todo esto para el psicólogo que ejerce o está formándose?
Primero, reconocer que los rasgos de personalidad no son simplemente “dados” que no pueden cambiarse, sino que se pueden acompañar con consciencia, reflexión y supervisión. La formación no debe limitarse al aprendizaje de técnicas, sino incorporar el desarrollo de habilidades de autoreflexión, regulación emocional, actualización del estilo profesional.
Segundo, la supervisión puede incluir la observación del estilo personal, la contratransferencia, la influencia de la propia historia del terapeuta. Tercero, en la práctica, valorar la propia sintonía personal con los pacientes, los ajustes necesarios, el grado de flexibilidad —no caer en rigidez ni en evasión—. Finalmente, comprender que la personalidad del psicólogo puede ser un recurso o un límite: trabajada con consciencia, puede facilitar vínculos más auténticos, pero desatendida puede generar bloqueos, rupturas o desgaste.
Una parte del autoconocimiento del terapeuta
En definitiva, la personalidad del psicólogo es un elemento que atraviesa su práctica de forma sutil pero efectiva, y por ello el profesional debe tenerla en cuenta para compensar sus predisposiciones y sesgos. No basta con “tener buenas técnicas”: el modo en que el profesional se relaciona consigo mismo y con los otros, la forma en que regula sus emociones, reflexiona sobre su trabajo y adapta su estilo relacional, influye en la calidad del vínculo, en la elección de métodos y, de forma más indirecta, en los resultados terapéuticos.
No existe un “perfil ideal” de personalidad universal para terapeutas, pero sí cabe afirmar que la consciencia de uno mismo, la flexibilidad interpersonal y la capacidad de ajuste al otro y al contexto forman parte de las competencias esenciales. Para el psicólogo comprometido con la excelencia clínica, cultivar la persona que está detrás del rol profesional es tan relevante como perfeccionar el dominio técnico.

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