La psicofarmacología y la psicoterapia son dos formas diferentes de abordar los trastornos psicológicos, cada una con su misión, su utilidad y, también, con sus límites.
Por un lado, los psicofármacos pueden aliviar síntomas de manera rápida y mejorar funciones que permiten a la persona volver a su rutina. La psicoterapia, por su parte, busca un entendimiento bastante profundo de lo que está pasando y ofrece recursos para afrontar los problemas de otra manera.
Hoy vamos a hablar, entonces, de hasta dónde llega la psicofarmacología cuando la comparamos con la psicoterapia, y en qué escenarios es necesaria la unión de ambas para conseguir mejores resultados.
Entendamos la función de los psicofármacos
Los psicofármacos han cambiado de manera radical la forma en que se tratan muchos trastornos mentales. Desde mediados del siglo XX, con la llegada de fármacos como la clorpromazina, el litio o los primeros antidepresivos, se abrió una nueva etapa en la psiquiatría. Gracias a estas sustancias se redujeron hospitalizaciones largas, se aliviaron síntomas graves y se amplió la esperanza de recuperación de miles de personas.
Su función principal es regular procesos químicos en el cerebro que están alterados en ciertas condiciones: aumentar o reducir la actividad de neurotransmisores como la serotonina, la dopamina o la noradrenalina. De este modo, logran disminuir síntomas como la ansiedad intensa, la tristeza incapacitante o la desorganización del pensamiento.
Hoy en día, los psicofármacos abarcan distintas categorías: antidepresivos, ansiolíticos, antipsicóticos, estabilizadores del ánimo e hipnóticos, entre otros. Todos ellos se utilizan para condiciones que van desde la depresión mayor hasta los trastornos bipolares, los ataques de pánico o la esquizofrenia.
Su aporte no se puede negar, ya que en muchos casos representan un alivio real y rápido. Sin embargo, su efecto es principalmente sobre los síntomas, no sobre las causas que llevan a que estos síntomas aparezcan.
La psicoterapia y su papel
La psicoterapia es un espacio en el que la persona, con ayuda de un profesional, explora sus emociones, pensamientos, experiencias y formas de relacionarse. El objetivo es entender mejor lo que está ocurriendo y encontrar recursos para vivir con mayor bienestar.
Existen distintos enfoques, como la terapia cognitivo-conductual, la terapia psicodinámica, o las terapias sistémicas, y cada una se centra en aspectos diferentes. Algunas trabajan directamente sobre los pensamientos que alimentan el malestar, otras buscan resignificar experiencias del pasado, y otras ponen el acento en cómo la persona se relaciona con su entorno.
Lo interesante es que, a diferencia de los fármacos, la psicoterapia no actúa únicamente sobre los síntomas visibles, sino que ayuda a cuestionar patrones, a fortalecer la capacidad de afrontar conflictos y a crear un sentido de agencia personal. Además, fomenta el desarrollo de habilidades emocionales que permiten a las personas afrontar nuevas situaciones en el futuro sin necesitar siempre una intervención externa.
Limitaciones de la psicofarmacología y de la psicoterapia por separado
Aquí es donde conviene detenerse. Los psicofármacos, aunque útiles, tienen límites muy claros. Uno de ellos es que no resuelven los factores psicológicos o sociales que suelen estar detrás del malestar. Una persona puede dejar de sentir ansiedad intensa gracias a una medicación, pero si no aprende a manejar sus pensamientos, a poner límites en sus relaciones o a procesar traumas pasados, es probable que esa ansiedad reaparezca o que se transforme en otro síntoma.
Además, los fármacos tienen efectos secundarios importantes. En el caso de los antidepresivos más comunes, como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), se ha visto que entre un 30% y un 70% de las personas pueden presentar disfunciones sexuales, apatía o una sensación de indiferencia. También existe el riesgo de dependencia o de que, al dejar de tomarlos, la persona sea más vulnerable a recaídas. Otro problema frecuente es que muchas veces se prescriben sin acompañamiento psicoterapéutico, lo que reduce su efectividad y puede generar un uso prolongado innecesario.
Pero, ojo, la psicoterapia por sí sola también tiene sus limitaciones. En trastornos graves, como una depresión mayor con riesgo suicida o un brote psicótico, la intervención farmacológica puede ser indispensable para estabilizar a la persona y permitir que la terapia funcione. Hay casos en los que la psicoterapia no puede avanzar si antes no se reduce la intensidad de los síntomas.
Así que ninguna de las dos herramientas es suficiente en todos los escenarios. La clave está en reconocer hasta dónde llega cada una.
La unión de ambas herramientas
Lo interesante es que psicofarmacología y psicoterapia no tienen por qué estar en conflicto, al contrario, se complementan. La investigación científica ha mostrado, de forma repetida, que la combinación de ambas suele ser más eficaz que utilizarlas por separado.
Por ejemplo, en la depresión mayor se ha visto que los fármacos ayudan a aliviar los síntomas en los casos graves, mientras que la terapia aporta recursos para prevenir recaídas y mejorar la calidad de vida. En los trastornos de pánico, los medicamentos reducen la intensidad de las crisis, pero la terapia permite entender las señales del cuerpo y trabajar la ansiedad anticipatoria. En el trastorno bipolar, los estabilizadores del ánimo son fundamentales, pero la psicoterapia ayuda a la adherencia al tratamiento y a manejar los cambios emocionales.

Formación Mensalus
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Un aspecto clave es que los fármacos pueden facilitar el acceso a la psicoterapia. Cuando alguien está en un nivel de ansiedad insoportable o en una depresión profunda, quizás no tiene fuerzas para hablar de lo que siente. En esos casos, el alivio farmacológico abre la puerta a que la terapia sea más llevadera. Y, al mismo tiempo, la psicoterapia ayuda a que la persona entienda la importancia de seguir con la medicación cuando es necesaria, evitando abandonos prematuros.
En la práctica clínica, lo que más se recomienda es un abordaje integrado, adaptado a cada persona. Y, ¡a ver!, no significa medicar a todo el mundo, sino evaluar en qué casos la combinación aporta beneficios reales.
Una mirada final
Después de ver todo esto, queda claro que la psicofarmacología tiene un papel muy importante, pero no puede suplir el trabajo que se realiza en psicoterapia. Los fármacos regulan síntomas y permiten recuperar estabilidad, pero la terapia da herramientas para comprender, afrontar y transformar. Y, del mismo modo, la psicoterapia puede quedarse corta si los síntomas son tan intensos que bloquean cualquier avance.
Por eso, lo más sensato es dejar de pensar en estas dos opciones como enemigas. La salud mental es demasiado compleja como para reducirla a una sola vía de intervención. La combinación de ambas, bien usada y supervisada con cuidado, puede ser la manera más completa de apoyar a una persona que atraviesa un trastorno psicológico.
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