¿Cuántas veces decimos que estamos bien porque es lo habitual y socialmente esperable? Y realmente, ¿estamos bien?
A lo largo de mi vida personal y profesional me he encontrado con personas que sí se sienten satisfechas y felices, que trabajan día a día para mirar hacia adelante y tienen un manejo más o menos eficaz de lo que les ocurre.
Tienen herramientas para afrontar los devenires menos afortunados de la vida y sobre todo se sienten personas afortunadas porque perciben una correspondencia entre lo que hacen y lo que les ocurre. Practican la gratitud hacia cada situación, incluso aquellas que no esperaban o no buscaban porque saben que algo aprenderán y saldrán enriquecidas de la experiencia.
Son personas de las que podemos aprender y que numerosas investigaciones nos demuestran que no son superhéroes, son personas “normales y corrientes”, “personas de a pie” que han aprendido a aceptar e integrar lo que les ocurre. Aceptación, que no resignación. Aceptando lo que ocurre pueden buscar, encontrar y poner en marcha estrategias para salir adelante, focalizarse en el aprendizaje que deja cada experiencia y superarse.
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Por qué debemos saber reconocer que no estamos bien
En mi camino también me he encontrado con personas que sienten que siempre “tropiezan con lo que les ocurre”, que se ven sorprendidas por circunstancias adversas una y otra vez, que lo intentan y lo intentan y lo vuelven a intentar y desfallecen; personas que se sienten desafortunadas, atrapadas en situaciones que no saben cómo afrontar; personas a las que los golpes que han recibido las han dejado emocionalmente marcadas y ya no tienen ganas de seguir, o sencillamente no saben cómo; personas a las que les cuesta la vida y ¡les cuesta tanto!.
Tanto lo piensan, que llegan a un punto de resignación. Quiero hacer explícito que estas personas tienen todo el derecho a sentirse así.
No estoy hablando de tomar una actitud derrotista o de “pobrecita de mí”. No me estoy refiriendo a quedarse ahí, dando vueltas y más vueltas, rumiando mentalmente un día tras otro lo que les ha pasado. Estoy puntualizando que no se trata de esconder lo que se siente, sino de permitir que el malestar aflore para mirarlo de frente, sentirlo y entonces (y sólo entonces) poder hacer algo al respecto.
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Aceptar el presente para mejorar nuestro futuro
Para cualquier persona que quiera estar preparada para sentir un bienestar profundo y real, es imprescindible escucharse a sí misma y hacer consciente lo que realmente está pasando por dentro, lo que está sintiendo: en malos momentos, ese no querer seguir, ese negativismo que surge... ¿Qué dolor esconde detrás?
Atenderse a sí misma como persona, como hombre, como mujer; atender a lo que realmente se sufre por dentro, es el primer paso, tan necesario como inevitable.
Cuando no aceptas lo que está ocurriendo ni reconoces lo que estás sintiendo en tu interior por lo que estás viviendo, o no eres consciente del malestar que te produce esa vivencia, entonces no puede haber cambio.
De esta manera, cuando la cultura del optimismo inquebrantable se convierte en un automatismo reactivo ante las adversidades, se sobre-utiliza e impide ejercer nuestro derecho a sentirnos mal; cuando nos negamos a sentirlo, ¿cómo vamos a superarlo? El optimismo permanente como estrategia de choque ante lo malo que ocurre en la vida, no nos permite percibir ni atender el sentimiento de malestar y deja una peligrosa huella: niega o cuanto menos despista las emociones menos agradables; es como si se pusiera una máscara tras la cual queda lo que no quiero ver. Se convierte entonces en un ladrón sigiloso de nuestra libertad de ser y estar, robándonos nuestro derecho fundamental de ser quienes somos.
Así, adormecemos lo que no queremos o no podemos afrontar. ¡Claro que esto nos permite seguir adelante!, pero solo porque anestesia lo que duele o molesta. Esto puede ‘facilitar’ durante un tiempo el sobrellevar el dolor o la no aceptación de lo que ocurre, y solo por ayudar en un tramo del camino, vale la pena, y está bien. El problema aparece cuando convertimos esta forma de ‘evitar’ en un hábito de escape. Esto -ya investigado por la ciencia desde hace décadas- siempre tiene consecuencias nocivas claras en nuestra salud.
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Aceptando el reto del cambio
Cuando algo no te gusta, aceptar lo que te está ocurriendo por dentro es prerrequisito indispensable para poder cambiarlo. En un principio, la aceptación no implica ‘hacer’ nada. Puede empezarse simplemente por decirse para uno mismo: “Acepto que siento ‘esto’. No me gusta, pero acepto que lo siento”.
Puedes estar pasando momentos difíciles en tu vida. Para salir de ese malestar, independientemente de si es un sentimiento que surge dentro de ti sin motivo aparente, o si es una dificultad con tu pareja, alguna situación familiar, o incluso un problema en el trabajo o social… Tú puedes cambiar la forma en la que te sientes. No es fácil, lo sé. No esperes más: Ahora mismo puedes empezar a tomar responsabilidad de tu tranquilidad mental. Si se te hace difícil, contáctanos, encuentra a un profesional de la psicología especialista en psicoterapia para que te acompañe en tu camino a encontrar tu equilibrio.
Alia Pérez
Alia Pérez
Psicóloga y Psicoterapeuta de Pareja e individual.
Recuerda, sin aceptación no hay cambio.