El hecho de experimentar emociones desagradables forma parte de la vida y no puede considerarse un problema psicológico. En realidad, forma parte de lo que nos permite evitar situaciones capaces de dañarnos, y también es parte de lo que nos motiva a mejorar nuestra situación en los momentos de crisis. Es por ello que nadie debería ir al psicólogo por el simple hecho de sentirse mal de vez en cuando.
Sin embargo, cuando los cambios de humor son muy bruscos, muy frecuentes y muy pronunciados, esto sí es un indicio de que existe una mala dinámica de gestión de las emociones. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con la inestabilidad emocional causada por la acumulación de problemas emocionales no resueltos; veamos en qué consiste este fenómeno.
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¿Por qué surge la inestabilidad emocional?
El hecho de experimentar una emocionalidad inestable, propensa a cambiar rápidamente hacia estados de bienestar y de malestar ante situaciones que no justifican esa reacción, es un fenómeno psicológico que ocurre por varios motivos. Por ejemplo, es una de las características de trastornos del estado de ánimo como el trastorno bipolar, y también puede estar desencadenado por el consumo de ciertas drogas.
Sin embargo, también puede estar ocasionado por trastornos de ansiedad, o incluso por complicaciones psicológicas que no encajan del todo con los criterios diagnósticos de ninguna psicopatología en concreto. De hecho, es relativamente común que la raíz del problema tenga que ver con los problemas emocionales no resueltos, los cuales pueden haber ido acumulándose a lo largo de los meses o incluso de los años.
¿A qué se debe esto? La inestabilidad emocional es una de las consecuencias de la gestión disfuncional del estrés y la ansiedad. Cuando nuestro sistema nervioso entra en la dinámica de mantenernos siempre alerta y prestando atención a las posibles señales de que algo va mal a nuestro alrededor, esto nos predispone a caer en la rumiación psicológica y en los pensamientos de tipo obsesivo.
Dicho de otro modo: hace que seamos más vulnerables a los pensamientos intrusivos que, en cuestión de muy poco tiempo, nos ponen “a la defensiva” por lo que pueda pasarnos. Nos lleva a revisar constantemente nuestros recuerdos y a explorar hipótesis preocupantes a través de nuestra imaginación. Esto nos puede anclar en una mezcla de ansiedad anticipatoria que se alimenta a sí misma, por un lado, y por otro, generarnos miedo a tomar decisiones y a realizar la acción equivocada en los momentos clave.
Así pues, la inestabilidad emocional hace que seamos muy sensibles a las ideas e imágenes mentales capaces de hacer que se disparen nuestros niveles de ansiedad. Y y a partir de este estado psicológico, podemos pasar a una mezcla de angustia y tristeza (si pensamos en la diferencia entre cómo nos gustaría sentirnos y cómo nos sentimos), culpa (si asumimos que el malestar que sufrimos y/o que hemos causado es enteramente nuestra responsabilidad), miedo (si creemos que no actuar rápidamente nos puede llevar a sufrir mucho más), etc.
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La inestabilidad emocional y los problemas psicológicos no resueltos
Tal y como hemos visto, esta tendencia a sufrir cambios de humor bruscos obedece a una dinámica de acumulación de problemas, un “efecto bola de nieve”. Cuando nos sentimos vulnerables por algo que nos ha ocurrido y ha dejado en nosotros una huella emocional que produce malestar, es fácil que muchas cosas que nos ocurren nos hagan pensar en eso que nos ha hecho sufrir.
De este modo, esos recuerdos emocionalmente dolorosos quedan más reforzados y asociados a nuestra manera de pensar acerca del mundo y acerca de nosotros mismos, con lo que hay más situaciones capaces de llevarnos a evocar esos contenidos de nuestra memoria (aunque sea de manera automática y sin que lo pretendamos).
A partir de ese círculo vicioso, quedamos atrapados en la rumiación psicológica. Como nos cuesta gestionar las emociones negativas que nos producen esos recuerdos, vamos renunciando poco a poco a interactuar con nuestro entorno de un modo que nos permita dejar de sentirnos mal, y nos centramos en combatir el malestar a través de la introspección: intentamos suprimir la ansiedad, dejar de pensar en lo que nos pone tristes, etc.
Pero esto no es una manera eficaz de superar los problemas psicológicos no resueltos, ya que es imposible controlar totalmente nuestras emociones. Y a la vez, perdemos oportunidades de tomar medidas para mejorar nuestra situación a través de acciones concretas que nos permitan ir atendiendo nuestras responsabilidades, pedir ayuda, prever la acumulación de tareas y gestionar el tiempo adecuadamente, etc.
En resumen, los problemas psicológicos o resueltos atraen más problemas psicológicos no resueltos, ya que nos conducen a:
- Centrar nuestra atención en lo mal que nos sentimos, en vez de en las posibles soluciones en el aquí y ahora.
- Intentar evitar en ciertos recuerdos generadores de ansiedad, postergando nuestras responsabilidades.
- No pedir ayuda cuando la necesitamos, ya que nos obsesionamos con intentar sentirnos mejor desde la introspección y no desde la interacción con el entorno.
Como resultado, van multiplicándose los estímulos capaces de hacernos pensar en aquello que nos preocupa y nos genera angustia, y por ello, en cuestión de minutos podemos pasar de sentirnos bien a sentirnos muy mal.
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¿Qué se puede hacer en psicoterapia?
En terapia psicológica es posible aprender las habilidades de gestión emocional necesarias para que la inestabilidad emocional por problemas psicológicos no atendidos dejen de desgastar nuestra calidad de vida. Las principales maneras para intentar conseguir esto son las siguientes:
- Entrenamiento en la gestión del tiempo y la secuenciación de tareas.
- Entrenamiento en la gestión de la ansiedad basado en la aceptación y la no evitación de emociones.
- Reestructuración cognitiva para no alimentar los sistemas de creencias excesivamente culpabilizadores.
- Aprendizaje de técnicas que nos permitan pasar de la culpabilidad a la mentalidad proactiva y constructiva de resolución de problemas.
- Entrenamiento de habilidades sociales para expresar el malestar de una manera adecuada y saber pedir ayuda.
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