Un acercamiento a la tragedia de 'Edipo-Rey' de Sófocles

Una reflexión sobre la famosa obra de Sófocles y sus implicaciones psicológicas.

Un acercamiento a la tragedia de 'Edipo-Rey' de Sófocles

Edipo significa "pies hinchados". Es poco probable que éste fuera el nombre que le dieron sus padres. ¿Le habían dado uno, además, a quien, nada más nacer, habían destinado a morir? Este nombre es el signo de una marca, de un estigma que Yocasta curiosamente no reconocerá cuando esté casada y tenga tiempo de sobra para pasearse amorosamente por las características físicas de su marido. Este nombre no despertará en ella ninguna sospecha, ningún estremecimiento, como tampoco lo hará la corta edad de su marido, elementos que, sin embargo, están en perfecta congruencia con la conocida profecía. ¿No le preguntó ella por su pasado? ¿Voluntad de olvidar, de no saber, de no ver, aunque estemos en el teatro?

Es cierto que la vida, a través de un marido brutal, le había robado un hijo, el único que había podido tener hasta entonces. Aunque el mito ha tenido poco eco en sus protestas de entonces, todo hace pensar que este episodio pudo hacerla menos tolerante con la idea de que le robaran sus logros posteriores.

El cambio en el transcurso del tiempo, asumido aquí en la psicología de Yocasta, sirve precisamente para lo que pretende evitar: la repetición. Más allá de su caso personal como madre y esposa, su acción ilustra la implacable ironía del destino: la voluntad subjetiva de evitar el destino está al servicio más directo de su cumplimiento. Un dispositivo perfectamente trágico y sin salida, en el que los opuestos se intercambian con una facilidad desconcertante y pasan tan fluidamente el uno por el otro. Una soga perfecta que utiliza el peso del cuerpo para apretarse alrededor del cuello.

Revisitando el Edipo-Rey

Edipo, desde antes de perforarse los ojos, tiene los pies hinchados. ¿De qué hinchazón estamos hablando? Como señala Claude Lévi-Strauss, el mito contiene muchas referencias discretas pero insistentes a la relación perturbada de los personajes con el elemento terrenal. El enigma de la Esfinge trata del número de soportes de que dispone el Hombre para distinguirse de la Tierra, de la que procede y a la que volverá al final de su vida. El lugar del conocimiento y del gran Otro, Delfos, donde se encuentra el ombligo del mundo, está en contacto directo con las divinidades y las fuerzas telúricas más primordiales. Cuando regrese de Delfos y se encuentre con ese viejo arrogante que no le cederá ni un ápice, Edipo será muy reacio a dejarse pisotear.

La hinchazón de los pies es una erotización turgente, una histerización sintomática. Es el órgano mismo que permite el desplazamiento, que permite la transferencia, que está marcado por la inflamación. Estos pies hinchados y perforados le llevarán sin embargo a diferentes lugares que constituirán la geografía de su destino: Tebas y su palacio real como punto de partida, luego el monte Citerón, Corinto, Delfos, la carretera como espacio intermediario entre el mundo humano y el mundo salvaje, la Esfinge, y finalmente Tebas y su palacio real, lugar último y principesco, que tendrá el privilegio de situarse ante la mirada de los espectadores atenienses en la ladera de la colina del Partenón.

Y por eso el espectador ateniense viene aquí, a mirar. Teatro, del griego thea, "mirar" y tron, que significa "lugar", theatron es "el lugar desde el que se mira". Pero, ¿mirar qué? Es el puro misterio de la limpidez.

"Esta noche, querido espectador, se propondrá una acción francamente prometedora para tu pulsión escópica: ¡esta noche será incesto y parricidio! Querías un espectáculo, lo tendrás. Se te servirá la escena primordial, verás lo que tú mismo creíste ver alguna vez. No se requiere ningún esfuerzo particular por tu parte, solo tienes que dejarte llevar por la pendiente de la excelente educación que has recibido: se te pide que te sientes, te calles y observes, nada más. La transferencia se producirá por sí sola".

La propuesta parece tentadora e idónea para atraer al paseante ocioso y al distinguido mundano, lo que permitirá al segundo explicar después al primero lo que había que ver en aquello que ambos vieron.

"Salvo que, querido espectador... ¿Alguien te ha dicho alguna vez que las promesas se hacen para ser cumplidas o se te ha ocurrido a ti solo esta idea? Por tus ganas de ver, me temo que vas camino de frustrarte. En lugar del prometido despliegue de violencia y erotismo sólo obtendrás un largo eco discursivo. De la cuchilla que raja la carne, del último rayo de luz que se escapa del ojo de la víctima cuando comprende, de los gemidos que salen del lecho impuro de Yocasta y Edipo, solo tendrás las historias más o menos falsas que se cuentan los personajes al cruzarse oportunamente ante la escalinata del palacio real, y ante ti, para detenerse un momento y contarse sus turpitudes".

No hace tanto, sin embargo, que en tiempos de Sófocles, unas décadas atrás a lo sumo, el teatro no se había diferenciado aún de su suelo natal ceremonial y religioso y no había enmarcado todavía el salvajismo del rito sangriento con las regulaciones apolíneas, que nos parecen, desde la distancia, la esencia misma del arte teatral.

En aquella época del prototeatro, no había personaje diferenciado de la colectividad, ni acción dramática, solo un coro, una hipóstasis escénica del público que, agitado con cantos y danzas, acudía al lugar ceremonial para celebrar al dios de la embriaguez y el caos. Dioniso, que preside la danza y el movimiento, el desbordamiento hasta el exceso, el vino y la sangre, un dios extraño a los griegos, un dios excéntrico procedente de Asia, era objeto de un culto estacional en Atenas. Cantos, danzas, vino, música y embriaguez, oraciones, cantos y danzas, flautas, gritos, tambores, trance, sexo y sacrificio.

En el momento de mayor intensidad de la tensión colectiva, en el momento más sagrado, la culminación del ritual y su clímax: el sacrificio del chivo. El chivo en griego es tragos, y oidè es el canto. Tragos oidè, el canto del chivo, la tragedia. La sangre derramada que alivia y calma a la horda primordial que renueva el acto fundador, el sacrificio que expía, y este chivo que solo estaba allí porque no había hecho nada a nadie y no podía vengarse de nadie.

"No recordamos muy bien lo que pasó anoche en el teatro... Es porque hemos sido un poco alterados como sujetos del inconsciente y tendemos a retener sólo ciertos elementos del caos. Algunas personas afirman haber visto al dios bailando, y no estoy muy lejos de creerles".

¿Qué queda de todo esto en el Edipo Rey de Sófocles unas décadas más tarde, una vez concluida la operación de transferencia de la rápida evolución de esta práctica cultural? ¿Qué ve el espectador de esta Grecia que acaba de entrar en su edad clásica antes de caer con la misma rapidez en su decadencia? Todo gira en torno a la investigación que Edipo lleva a cabo y de la que ignora ser objeto. El espectador ya lo sabe, pues tiene un conocimiento previo del mito. No es lo que sucederá o no lo que le interesa, sino el cómo sucederán las cosas. Ver a Edipo, en el preciso momento en que "le cae el veinte" y en que le escapa el sonido concomitante de la comprensión del alumno. Estar allí frente a él y contemplar en su ojo el reflejo de lo que él ve en ese preciso instante con los ojos de la mente: toda su vida de un plumazo, su destino, tan claro y evidente.

Lo imposible de ver, lo imposible de decir, que se resolverá en el pasaje al acto de sacarse sus propios ojos. Qué curioso personaje es este espectador, ¿en qué ha llegado a agotar su mirada? Si tiene tendencia al cuestionamiento filosófico, como estaba de moda en la época, puede incluso hacerse varias preguntas como: "¿Qué es mirar?". Pero, ¿qué es lo que viene a juzgarse de nuevo, qué es lo que viene a repetirse? ¿A qué viene el espectador? ¿La purgación de las emociones, la descarga a través del miedo y la compasión, la abreacción? ¿Este espectador es pasivo o activo? La percepción visual es consciente, pero las acciones motrices de acomodación de la vista son inconscientes. ¿Se trata de imaginar lo real de ese simbólico?

Hay una demanda de ver, o una demanda por ver, en el espectador, que es mucho más interrogativa que contestataria, y de la que se hace eco en la obra una demanda de conocimiento por parte de los personajes. Este conocimiento es un objeto fálico, se tiene o no se tiene. La falta de él es una característica dominante de su modo de aparición. Nunca es inequívoco: nunca se asegura del todo, tampoco se niega del todo, aunque solo sea en forma de retazo, a quienes no lo buscan, como los pastores que son convocados a comparecer durante la investigación. A veces se le supone absoluto, como cuando emana del oráculo, pero siempre es sospechoso de estar invadido por su contrario, de estar contaminado por la ignorancia cuando lo abraza un sujeto singular.

Su contrario, además, no es tanto la ignorancia como el error, que es la creencia en la posibilidad o en la eficacia de su posesión consumada. Es objeto de una búsqueda ansiosa, es cuestión de vida o muerte. Si pensamos en el conocimiento como lugar y no como contenido, podríamos situarlo a toda costa en las gradas, en el espectador que ya conoce toda la historia, si no fuera por la extraña facultad que tiene de olvidar todo lo que sabe en el momento en que la ilusión teatral surte efecto. Se podría igualmente atribuir la omnisciencia al autor, al tipo-Sófocles, y suponer que sabía lo que hacía.

Sin duda sabía un par de cosas, pero atribuirle la omnisciencia no es más que una suposición que dice mucho de nuestra propensión a colgar este conocimiento omnisciente en las figuras culturalmente valoradas. En el escenario, este conocimiento se encarna a modo de alegoría en el personaje fantástico de la Esfinge y en un enigma cuya solución no resuelta equivale a la muerte. Monstruo híbrido, es una figuración del deseo de Edipo a través del pecho prominente que nunca recibió de su madre, a través de las garras y colmillos que le prometen todos los rasguños y las devoraciones amorosas. Salvajismo desenfrenado del impulso oral, el beso de la muerte.

El joven Edipo adulto se cree muy listo por haber sabido descifrar el enigma, por haber regresado sano y salvo, como Ulises, de esta excursión a los confines de lo monstruoso, a través de los peligrosos meandros de lo femenino. Su narcisismo encuentra sin duda satisfacción y sueño en la idea de que es un héroe. Nada ni nadie, durante un largo periodo de calma, contradice sus certezas. La sed de conocimiento ha encontrado en un error un lugar para descansar.

Pero los males vuelven y la angustia despierta a los personajes de una vida cuyo alcance creían haber medido. Necesitan volver a saber, para estar seguros, hay que partir hacia Delfos, el lugar del oráculo y del gran Otro, el lugar eminente de la humilde petición de Conocimiento. Delfos, santuario religioso de misteriosas profecías, es también el lugar donde resuena en la distancia otra historia, similar a la de Edipo: Zeus, hijo de Cronos, cuyo nacimiento también está bañado por una profecía que afirma que destronaría a su padre. Un padre que, para frustrar la profecía, no es mucho más astuto que Laios y devora a todos los hijos que le da su esposa. Una madre, Rea, que, para salvar a su último hijo, lo sustituye por una piedra. El padre que se la traga y la escupe es el omphalos, el ombligo del mundo. El hijo crece y destrona al padre, etc., etc. La saga de los olímpicos, los titanes, toda la cosmogonía griega, antes que ellos las moiras y en el último estadio, el primer principio, el Caos que muy pronto, aquí en Delfos invocado a través de todos los dioses que son su emanación, va a tomar en sus manos a un pobre mortal.

Valéry Renault

Valéry Renault

Lic. en Psicología

Profesional verificado
Ciudad de México
Terapia online

¿Dónde está el conocimiento? ¿Dónde hay que ir para obtenerlo? ¿A quién invocar para recibirlo? ¿Cómo purificarse para acogerlo? ¿Cómo fortalecerse para tomarlo? ¿Cómo utilizar la astucia para tenderle una trampa? No basta con decir que el conocimiento absoluto es una ficción para que se disipe, ni basta con denunciarlo para disolverlo. Resurgirá constantemente de sus cenizas y se hará falo a los sujetos privados de plenitud. Una actitud diferente y quizá algo más realista para cambiar los datos del problema podría consistir en preguntarse desde qué lugar y hacia qué dirección se lo busca, si con los pies hinchados o no.

Artículos relacionados

Artículos nuevos

Quizás te interese