Todos aquellos que sean amantes de los libros conocerán a autores como Lev Tolstoi, Fédor Dostoievski o Nikolai Gógol. La literatura rusa ha marcado profundamente el camino de las letras, y desde su (re)nacimiento (en aquel Siglo de Oro ruso que fue el XIX) su poesía, sus novelas y sus relatos cortos han pasado a ser universales.
Pero, ¿qué es lo que hace tan universal a la literatura rusa? Y, sobre todo, ¿qué es la literatura rusa, más allá de su contexto geográfico?
Las características de la literatura rusa más importantes
En este artículo trataremos de desentrañar las 6 características esenciales de la literatura rusa, que comparten, en mayor o menor medida, todos sus autores.
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1. La literatura rusa como denuncia social
Muchos años antes de que los revolucionarios de Octubre pusieran el dedo en la llaga y denunciaran las miserias y opresiones en que estaba sumergido el país, los escritores del siglo XIX ya habían plasmado esta realidad en la literatura.
El primer escritor en hacer una denuncia social (y también el primer gran escritor, con mayúsculas, de la patria rusa), fue Alexander Pushkin. Reconocido por los suyos como el “padre de la literatura rusa”, Pushkin denunció en forma de verso la tiranía, la mentira y la opresión, así como la hipocresía y las frivolidades de la aristocracia peterburguesa y moscovita.
En su obra más importante, Eugène Onegin, nos ofrece el retrato, satírico y trágico a un tiempo, de un noble ruso que vive entregado a una vida disipada, sin tener en cuenta el dolor de aquellos que arrastra a su paso.
Digno continuador de la obra de Pushkin, Nikolai Gógol se consolidó en el terreno de la literatura rusa pocos años después de la desaparición de su predecesor, muerto, por cierto, a causa de un absurdo duelo, al más puro estilo romántico.
Al igual que Pushkin, Gógol imbuye a su realismo de un aliento mágico y poético, que puede rastrearse perfectamente en su obra cumbre, Almas muertas, para muchos el pistoletazo de salida de la crítica social de la literatura rusa.
En Almas muertas, Gógol realiza una sátira mordaz a la Rusia rural, en la cual los siervos de las haciendas todavía podían ser comprados y vendidos como animales. Este aspecto sarcástico siguió ligado a la literatura rusa en lo sucesivo y fue el vehículo mediante el cual los autores se cuestionaron el mundo que les rodeaba.
Después de Pushkin y Gógol, todos, absolutamente todos los escritores rusos pusieron su grano de arena en la denuncia social, de una u otra manera. Ya fuera Dostoievski con su Crimen y Castigo o sus Relatos del subsuelo; Maxim Gorki con Los bajos fondos (donde retrata la vida en un albergue para personas sin techo) o, más recientemente, Vassili Grossman con Todo fluye, donde nos deja el crudo testimonio de la vida y el sufrimiento de los prisioneros de los campos de trabajo de Siberia.
2. Búsqueda de las verdades de la vida
Para poder entender profundamente la literatura rusa, es necesario que nos unamos a sus cavilaciones. Los rusos no solo explican una historia: se cuestionan, se hacen preguntas. Toda novela rusa es una búsqueda vital: primero, sobre el sentido de la vida del individuo; segundo, sobre el papel de este individuo en el engranaje universal.
Decía Shostakovski que la literatura rusa tiene sed de justicia divina y humana. Y así es. En cierto sentido, podemos considerar a todo su rosario de escritores como una especie de "mesías" de la verdad. Y a través de sus plumas, los personajes recogen este testigo. Andréi Volkonski, de la colosal Guerra y paz, se pregunta sobre el sentido de la vida y el porqué de la muerte. Cuando, gravemente herido, se echa a descansar en el campo de batalla y eleva la vista al cielo, se dice a sí mismo que no desea morir.
De la misma manera, Iván Ílich, de la también tolstoniana La muerte de Iván Ílich, postrado en su lecho de muerte, se plantea, en un terrible monólogo interior, sobre el sentido de su existencia. Y Oblómov, el protagonista de la novela homónima de Iván Goncharov, se pasa los días tumbado en el diván de su casa, sin ningún propósito vital, hasta que se empieza a plantear el sentido de la existencia...
Es imposible, repetimos, entender la literatura rusa sin tener presente esta necesidad tan eslava de rebuscar entre los misterios de la vida y de la muerte. Por ello, las obras rusas, especialmente las del XIX, son monumentos al alma y al sufrimiento humano, en la que todos podemos sentirnos reflejados.
3. La sátira
La búsqueda de la verdad no es óbice para que los rusos desplieguen, en su literatura, toda su artillería humorística. De hecho, como ya hemos visto en el primer apartado, es habitual que utilicen la sátira y el sarcasmo como vehículo de denuncia social.
En una de las mayores obras que ha dado la literatura rusa (en este caso, de la época soviética), El Maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov, el autor utiliza la burla y el humor con prodigalidad para construir una demoledora crítica a la URSS de Stalin. Ello le valió, por supuesto, el ostracismo y el olvido. Su novela no fue publicada hasta la década de los 60, en plena apertura política (y profusamente censurada); o sea, más de 20 años después de su muerte.
En argumento de El Maestro y Margarita tiene tintes de relato fantástico. El Diablo, que se hace pasar por un tal profesor Voland, llega a Moscú y se dedica a tergiversarlo todo y a desvelar los secretos más escabrosos del Partido Comunista y de su gente. En su trabajo mesiánico, el Diablo nos llega a caer incluso bien porque, además, es agradable y atractivo.
El estilo de Bulgákov, fresco y moderno, causó auténtica sensación entre los rusos de los años sesenta, acostumbrados a la encasillada y monótona literatura soviética de los años de la dictadura estaliniana.
4. La epopeya
Todos los relatos rusos, por muy cortos que sean, están impregnados de un sentimiento de epopeya que los hace enormes, cósmicos, atemporales. Y eso es porque, como ya hemos visto, sus miras van más allá del contexto social y geográfico y se vuelven universales.
No hace falta leer Guerra y Paz para darse de bruces con la epopeya de la literatura rusa. No es el contexto de la guerra, o de la revolución (como en el caso de El doctor Zhivago de Boris Pasternak) lo que hace a la literatura rusa comparable a la Ilíada de Homero.
Es esa marca indeleble de cosmovisión humana, de sufrimiento universal. La literatura rusa no habla de rusos, a pesar de estar circunscrita a Moscú, San Petersburgo, a los Montes Urales o a las estepas siberianas. La literatura rusa habla de la humanidad entera.
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5. Pesimismo
Es una sombra que pende siempre sobre los textos rusos. No puede dejar de vislumbrarse en los miserables retratados por Dostoievski, Gorki o Grossman. En los interminables monólogos interiores de los personajes, existe siempre un halo de pesadumbre, de melancolía, que nos conmueve y nos sacude por dentro.
Sin embargo, el pesimismo ruso está muy lejos de ser el pesimismo de Émile Zola. El escritor naturalista retrata las miserias de su Francia natal, pero su visión es descarnada, desnuda. En cambio, el escritor ruso (un Tolstoi, un Dostoievski), trasciende esa realidad miserable y la eleva a la poesía.
Los rusos miran la vida tal como es (son expertos en sufrimiento a causa de su propia historia), pero siempre existe en ellos esa ansia de belleza, de luz, de trascendencia. Y es esta ansia de trascendencia lo que nos lleva a la sexta y última característica.
6. Espiritualidad
He dejado para el final este punto precisamente porque creo que es el más importante a la hora de adentrarse en las letras rusas.
Toda la literatura rusa está impregnada de espiritualidad. Absolutamente toda. Precisamente por su búsqueda de las verdades humanas y divinas (y por tanto, universales), las historias y sus personajes tienden un puente hacia lo trascendente.
Uno de los máximos ejemplos de ello lo encontramos en el personaje de Raskolnikov, protagonista de la colosal Crimen y Castigo. Raskolnikov es un joven estudiante que malvive en un cuartucho de San Petersburgo y que asesina a una anciana usurera que es vecina suya.
El crimen, en principio, es cometido para robarle joyas y dinero. Sin embargo, poco a poco va saliendo a la superficie el poso putrefacto que se esconde en el alma de Raskolnikov, y que deja en evidencia que el acto es más bien fruto de un desorden “de alma”, de un desengaño profundo con la vida y con el sentido de esta.
La novela es un auténtico canto al perdón y a la redención. Primero asistimos a la caída del protagonista, y paulatinamente somos testigos de su lento ascenso (y con muchos altibajos) hacia su expiación, de la mano de Sonya, la joven prostituta, que ejerce el papel de ángel liberador.
Algo parecido hallamos en una de las últimas obras de Lev Tolstoi, Resurrección, donde el título mismo es bastante elocuente y expresivo. En esta novela, Nejliúdov, un aristócrata que en su juventud seduce y abandona a una muchacha de su hacienda, emprende su propio camino hacia el perdón defendiéndola, años más tarde, de un crimen que no ha cometido...
Adentrarse en el mundo de la literatura rusa es una empresa dura y fascinante a la vez. Un camino a veces un tanto pedregoso (como el camino de Raskolnikov o de Nejliúdov), pero que, con las pautas adecuadas de lectura, puede convertirse en un maravilloso peregrinaje al fondo mismo de nuestra alma.
Referencias bibliográficas:
- Tolstoi, L. (2010). Guerra y paz.Barcelona: Austral.
- Gógol, N. (2013). Almas muertas. Barcelona: Austral.
- Bulgákov, M. (2018). El maestro y margarita. Barcelona: Debolsillo.
- Nabokov, V. (2016) Curso de literatura rusa. Barcelona: Editorial B.
- Pikouch, N. (2011). Cinco ensayos de literatura rusa contemporánea. México D.F.: Siglo del hombre.