Según estadísticas de las Naciones Unidas, alrededor del 54% de población mundial vive en ciudades; es decir, más de la mitad. Hoy en día las aglomeraciones urbanas nos resultan normales y “cotidianas”; incluso un pueblo, por muy pequeño que sea, reúne los requisitos mínimos para que lavida de sus habitantes sea cómoda y moderna.
Sin embargo, no siempre fue así. Nuestros antepasados vivían en grupo, pero practicaban el nomadismo. Al tratarse de comunidades cazadoras-recolectoras, se veían obligados a seguir a los rebaños, que migraban dependiendo del clima. Este nomadismo, por supuesto, impedía el establecimiento fijo de los grupos.
En el artículo de hoy hablamos de los orígenes de los primeros asentamientos humanos y de cómo estas comunidades empezaron a quedarse de forma permanente en un lugar, el embrión de nuestras futuras ciudades.
Los orígenes de las primeras ciudades
Los primeros asentamientos humanos coinciden, pues, con la aparición de la agricultura y la ganadería. Al abandonar la necesidad de seguir al “alimento”, los seres humanos abandonaron también el nomadismo y establecieron una residencia fija.
Surge la agricultura
Tenemos testimonios de asentamiento en pequeñas aldeas que datan de entre el 12.500 y el 10.300 a.C. Concretamente, la llamada cultura natufiense, en el actual Israel, nos da valiosas pistas de cómo debían ser aquellos primeros asentamientos urbanos. Una de las poblaciones más antiguas es Jericó, en Palestina, donde se han hallado vestigios de casas de forma circular y una muralla que protegía el poblado, todo ello levantado hace unos 10.000 años.
Estos primeros asentamientos no habrían sido posibles sin el surgimiento de la agricultura, que data aproximadamente del 10.000 a.C. Es precisamente esta transición, que llevará a la humanidad a una economía productiva, lo que marca el inicio del Neolítico.
Algunos expertos, como el arqueólogo australiano Gordon Childe, afirman que el cambio climático que se dio con el fin de las grandes glaciaciones (aprox. en el 12.000 a.C.) propició la aparición y la expansión del Neolítico, es decir, de este sistema de vida sedentario que garantizaba una mayor estructuración social y una mayor producción.
Como es obvio, la agricultura y la ganadería garantizaron un aumento de la producción de alimentos que, a su vez, hizo crecer la población humana. Cuando tú mismo controlas el crecimiento de los cereales y la reproducción de los animales, es mucho más fácil producir excedentes que, además de eliminar los periodos de hambre, permiten intercambios con las ciudades cercanas.
Es precisamente este extraordinario crecimiento demográfico el que, según los arqueólogos Lewis R. Binford y Kent V. Flannery, propició una presión que originó una mayor estructuración social. Ello dio pie a la aparición de una jerarquía urbana que, con el tiempo, se fue haciendo cada vez más sofisticada.
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La especialización del trabajo
Si bien la construcción de las casas en los poblados primitivos como Jericó era, probablemente, incumbencia de sus inquilinos, la muralla se debía a la colaboración estrecha de los habitantes de la ciudad, con vistas a un beneficio común. Es decir, que en estas primitivas ciudades se observa con claridad la aparición del trabajo en común, de una colaboración en aras a la salvaguarda de la comunidad.
Poco a poco, sin embargo, empezaron a aparecer las primeras diferencias sociales. En esto tuvo que ver, como ya hemos apuntado, el surgimiento de excedentes de producción derivados del fin del nomadismo y el auge de la agricultura, que permitieron un incipiente comercio y, por tanto, la aparición de una primitiva clase social poderosa.
Esta diferencia de clases trajo pareja la aparición de los oficios y del trabajo profesional. Los ciudadanos se empiezan a especializar en actividades concretas (el herrero, el alfarero, el campesino…), por lo que desaparece esta primitiva colaboración casi “familiar” y el trabajo se convierte en característica definitoria de la clase social del individuo.
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Los primeros asentamientos humanos documentados
Así, tenemos varias causas para el asentamiento humano en ciudades primitivas. Primero, la domesticación de los animales y la aparición de las técnicas de cultivo de cereal, que originaron la agricultura, verdadera base del Neolítico. De esta forma, los seres humanos ya no necesitaban seguir constantemente a los rebaños para asegurarse el alimento.
Por otro lado, la necesidad de organización del trabajo (ya fuera en la construcción de las defensas del núcleo poblacional, ya fuera en el sembrado, cuidado y recolección de los alimentos) propició que estos primitivos asentamientos evolucionaran hacia una mayor jerarquización, por lo que aparecieron los primeros oficios. Esta diferenciación social estuvo también alimentada por la aparición de excedentes de producción, que permitió un incipiente comercio y, por tanto, la aparición de las riquezas y de una élite.
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Jericó, el más antiguo
Ya hemos comentado que este asentamiento, ubicado en Palestina, es la ciudad más antigua documentada. Data aproximadamente del 10.000 a.C. y estaba formada por diversas casas de forma circular protegidas por una muralla. El caso de las viviendas de Jericó es totalmente inusual, puesto que en los asentamientos posteriores los restos indican que las casas se construían en forma rectangular.
Las primeras excavaciones datan del siglo XIX, pero las técnicas del momento y la antigüedad de la ciudad no permitieron extraer demasiada información. No fue hasta mediados del siglo XX, con la arqueóloga Kathleen Kenyon y los métodos de excavación contemporáneos, que se consiguió avanzar significativamente en el conocimiento de la ciudad.
Kenyon encontró, en el estrato identificado con el 7.000 a.C., una serie de moldes de cráneos humanos en yeso que parecían haber pasado por ciertos rituales, lo que probaba un antiquísimo culto a los muertos. Sin embargo, las famosas murallas de la Jericó legendaria que canta la Biblia no se manifestaron. La fortificación que se encontró tenía señales de haber sido destruida, probablemente por un terremoto, pero no parecía haber sido reconstruida, por lo que no pudo haber sido la protagonista del asedio de los israelitas de Josué.
Çatal Hüyük
Detrás de Jericó, en la línea del tiempo encontramos la ciudad de Çatal Hüyük, en la actual Turquía, que data aproximadamente del 7.500 a.C. La localización de estas primeras ciudades en el levante mediterráneo parece contradecir la teoría de que los asentamientos más antiguos se encuentran en Mesopotamia; de hecho, Uruk, en el actual Irak, data “sólo” del 5.000 a.C.
Çatal Hüyük es uno de los asentamientos más famosos, probablemente debido a sus dimensiones y a su extraña concepción urbana. Durante las excavaciones, iniciadas a principios de la década de 1960, se encontraron hasta 15 niveles, que recorren una horquilla de años que van desde el 6.700 al 5.700 a.C., cuando la ciudad es súbitamente abandonada, posiblemente a causa de un incendio.
Los restos demostraron la existencia de unas 40 casas, que ostentaban interesantes pinturas en los muros: escenas de caza, bailes y lo que parecían rituales. La insistencia de este tipo de decoración en la ciudad hizo pensar a los expertos que Çatal Hüyük era más bien un centro religioso, y que las casas allí encontradas eran la vivienda de los sacerdotes y de los obreros que les servían.
La peculiaridad urbana de Çatal Hüyük se basa en su curioso acceso. No existen calles; las casas, construidas en adobe, se encontraban unidas, y el acceso a las viviendas se ejercía por el tejado, desde el que descendía una escalera hasta el interior de las casas. La vida social, por tanto, se ejecutaba en los techos.
Lo que puede verse como una curiosidad urbana comportó un terrible hacinamiento y una peor ventilación, tal y como demostró el estudio del antropólogo Clark Spencer Larsen, de la Universidad de Ohio. Otra de las conclusiones a las que llegó el estudio de Larsen es que la dieta neolítica, basada sobre todo en cereales, produjo la aparición de las primeras caries humanas. No todo en las primeras ciudades fue, como se ve, positivo.