Los pacientes obesos que llegan a consultar psicológicamente lo hacen buscando poder entender algo acerca de su relación patológica con la comida, quieren poder ponerle palabras a eso que les sucede pero que no entienden, que no pueden controlar y que se les presenta como algo mucho más fuerte que ellos mismos.
La mayoría de ellos ya se ha sometido a diversas técnicas y tratamientos previos sin lograr resultados permanentes y llegan a consultar como último intento. Pero arrastrando está vez el daño colateral que ha generado sus intentos previos. Es por eso que llegan a consulta ya frustrados, sin muchas esperanzas en el proceso, en ocasiones muy ansiosos o angustiados.
Los trastornos alimenticios y entre ellos la obesidad constituyen hoy algo muy frecuente en la consulta y es impactante su creciente aumento en la población, sin embargo y pese a lo anterior cuesta hacernos una idea clara de lo que se pone en juego en estos pacientes más allá del aumento de peso y del IMC. Considero que son muchas las cosas que se mueven alrededor de estos padeceres contemporáneos y es por eso que en este artículo de psicología y mente me gustaría realizar una nueva lectura acerca de la obesidad.
Ninguna obesidad es igual a otra
Para poder abordar la obesidad desde otro ángulo es necesario primero sacarnos esa idea falsa de universalidad genérica a partir de donde la solemos entender. La obesidad nunca se presenta para todos por igual, hay diferencias de peso, de IMG, diferentes causas que la gatillan, diferentes estructuras en las que se presenta, diferentes formas de gozar con el alimento y también diferentes formas de relacionarse con él.
Es por esto que las coordenadas sólo sirven como eso, pautas para leer qué es lo que ocurre o con que se podría relacionar, pero siempre teniendo en cuenta que la lectura final sólo se podrá hacer después de analizar cada caso desde su propia particularidad. Algo muy importante a saber es que la obesidad suele presentarse como una solución auto terapéutica que encuentra la persona para lidiar con su angustia.
En ese sentido “la dependencia al alimento es un intento de tratamiento, una solución que encuentra el sujeto en su camino para hacer frente a algo insoportable” (Cosenza) y esta muchas veces es la razón de porque la persona se aferra tanto a sus excesos con la comida, aún cuando estos posteriormente le generen malestar.
Acá se ponen muchas cosas en juego entre ellas una suerte de dependencia con el alimento, que se presenta con las mismas características que otras adicciones (como el alcohol o las drogas). Hay un exceso pulsional devorador hacia el alimento y una incapacidad para poder ponerle límites. En otras palabras es como si hubiese una fuerza muy grande que viene desde el interior del sujeto y lo impulsará a consumir el alimento y a no sentirse tranquilo sin ese consumo, una demanda inconsciente que exige satisfacción y frente a la cual la persona inevitablemente se deja llevar.
Otro rasgo característico es un circuito psicológico que va de la permisividad absoluta a la severidad extrema. La persona se autoriza a comer sin límites, pero luego se somete a tratamientos extremos muy severos, dietas estrictas, operaciones o tratamientos varios, lo que viene acompañado de un diálogo interno muy castigador.
La comida y su carga libidinal
La patología alimentaria es bien compleja porque contiene muchos registros implicados en ella, entre ellos; la necesidad, el deseo y la satisfacción libidinal-pulsional y estos siempre se ponen en juego en el objeto de la comida y en el acto de comer de la persona obesa.
Desde las primeras teorías sexuales de Freud, sabemos que la comida está cargada libidinalmente. La comida la recibimos inicialmente a partir de un objeto erotizado que satisface una pulsión y que constituye el primer encuentro con un Otro (la madre).
Dicho en palabras simples, el amamantamiento fue la primera forma en que recibimos el alimento, pero junto con éste recibimos muchas cosas más; recibimos olores, sensaciones, cariño, miradas, aprendimos a través de él a regular nuestros estados emocionales, pudimos reconocernos como sujeto de deseo, pudimos inscribirnos en la relación interhumana, alcanzar un intercambio simbólico y recibimos con él el primer don de amor y sobre todo respecto a este último punto, si nos detenemos en que la comida podría entonces ser percibida como una señal de amor y sabemos que respecto a la señal de amor que sentimos en la infancia hay una frustración inicial inevitable, que es la que marcará las frustraciones de amor posteriores como fundamento de toda demanda del sujeto, podemos leer que ante la no presentación de la señal de amor como significante del deseo del Otro, el sujeto utilice la comida en una suerte de compensación imaginaria.
Hambre emocional
Cosenza en su libro “la comida y el inconsciente” postula que una visión clave para entender la obesidad es la tesis fundamental de la obesidad como patología de la oralidad que presenta Karl Abraham. En ella se desarrolla una distinción entre dos tipos de hambre; el hambre fisiológica y el hambre neurótica. El hambre fisiológica es la necesidad de consumir un alimento con la finalidad de sobrevivir y tiene como base la necesidad.
El hambre neurótica aparece independiente del llenado de estómago, surge de forma irregular e inesperada, irrumpe como una necesidad angustiosa y trae consigo otras sensaciones muy diferentes a las que sentimos frente al hambre que viene por la necesidad de nutrirnos. Cosenza plantea que la búsqueda del exceso alimentario es el efecto del deseo de la persona por regresar a un estadio anterior donde experimento una satisfacción (muy grande y en muchos planos) con el alimento y entonces la ingesta de alimentos compulsiva funciona como una práctica sustitutiva que calma su malestar.
Una respuesta inconsciente, automática y espontánea del sujeto ante lo que frustra su experiencia de satisfacción, que lo lleva a una desregulación excesiva, en donde “el atracón, es entendido como pérdida radical del control, como precipitación en el acto alimentario, como crisis sin freno, como caída en la devoración incontenible”. (Cosenza).
Dificultades en las vinculaciones
Un rasgo muy importante y que muchas veces se pasa por alto es que, en todas las dependencias, incluidas las alimentarias hay un goce que se satisface a solas y que por ende excluye al Otro. La persona suele encerrarse a solas con el alimento (o el objeto que calme su angustia), hay un goce autoerótico que hace que la persona se comienza a encerrar y aislar.
Si lo pensamos las personas adictas no suelen consumir socialmente y si lo hacen rápidamente buscan la manera de desconectar y es que acá pasan dos cosas, se encuentra en el objeto de la adicción un refugio a la angustia que funciona en una suerte de protección frente a la amenaza que le supone el otro.
Es por esto que Cosenza señala que la clínica del exceso (o la clínica de las adicciones) presenta una patología en relación con el otro y postula que la desregulación de lo alimentario se debe analizar siempre a la luz de la relación con el vínculo que el sujeto que sufre de obesidad estructura con otros, sólo así se podrá entender que el sujeto utilice el alimento como solución inconsciente, aunque patológica.
La incapacidad para decir que no
En la dinámica de las relaciones interpersonales las personas que sufren de problemas obesidad suelen tener una relación especial respecto a la demanda del otro que la perciben como un imperativo al que deben responder. Suelen someterse a lo que el otro les pide de una manera sacrificial y no pueden decirle que no o desobedecer a esa petición que perciben como un mandato superyoico, al que se sienten forzados a dar respuesta y solución.
Esta dificultad para separar el deseo del otro de su propio deseo y la incapacidad de decir que no sin sentirse culpables es lo que muchas veces los dirige al consumo como una manera de compensar las emociones que esto les genera.
La otra cara de ser “todo para el otro”, es ser “nada para uno mismo” y algo de esto aparece. Es por eso que frente a la necesidad de responder a la demanda del otro aparece un enclipsamiento del propio deseo. La persona obesa suele evitar, rechazar o negar su propio deseo y las razones de esto tienen que ver con que esa sustancial y extrema disponibilidad a la demanda del Otro, libera al sujeto de la responsabilidad de la decisión de lo que quiere, de su deseo particular y en contraste el deseo del sujeto es absorbido o incorporado a la demanda del Otro, es decir que se pierde en el interior de esa demanda.
La hiperalimentación le permite a este tipo de personas lidiar y sostener los efectos alienantes del dominio imaginario del Otro sobre sí mismo, funciona como decía antes en una suerte de compensación y que pese a que la persona se lamente de ella la necesita para poder sobrellevar todo el circuito anterior frente al que no puede renunciar.