¿Puede el Urbanismo mejorar la Salud Mental?

Un breve análisis sobre el impacto de la planificación urbana en nuestro bienestar.

¿Puede el Urbanismo mejorar la Salud Mental?

Según estadísticas de la Mental Health Foundation (MHF), el 65% de las personas admiten sentirse mejor cuando se encuentran cerca del agua, bien sea el mar, un río o cualquier otra concentración acuática. Esto es lo que se ha venido llamando “salud azul”, una mejora de nuestro bienestar físico y psicológico que se origina con el contacto con este elemento.

¿Por qué el contacto con el agua nos hace sentir mejor? En un artículo publicado en frontiers.org, se expone cómo el acercamiento de los núcleos urbanos a las zonas de costa puede llevar a una mejora significativa en la salud de sus habitantes. Según este artículo, diversos estudios han llegado a la conclusión de que el contacto con el agua y, en general, con la naturaleza, impactan beneficiosamente sobre nuestro organismo, bien sea por vía directa (regulación de la temperatura del aire, lo que ayuda enormemente a nuestro cuerpo), bien sea a través de otras vías, como por ejemplo el mayor contacto social que conlleva el estar cerca de la naturaleza, donde se pueden ejercer actividades al aire libre.

En el artículo de hoy hacemos un breve análisis de cómo la planificación urbana puede impactar en nuestro bienestar, y sobre cómo se ha tratado esto durante la historia del urbanismo.

El impacto del urbanismo en nuestra salud mental

La influencia directa entre cómo estaban concebidas las ciudades y el bienestar de sus ciudadanos no es una preocupación contemporánea. Ya en la Antigua Grecia Hipodamo de Mileto (498 – 408 a.C.), considerado el “padre” del planeamiento urbanístico, ideó el que más tarde se denominaría plan hipodámico, que concebía las ciudades en una retícula ordenada y eficiente. La idea era dotar al núcleo urbano de una mayor viabilidad que favoreciera el flujo de habitantes y el transporte de mercancías.

Uno de los contratiempos de este tipo de urbanismo es que, al constituirse las calles en líneas rectas, los desplazamientos son más largos. De cualquier forma, en el siglo XIX se recuperó este tipo de planteamiento en ensanches como el de Barcelona, cuyo Plan Cerdà (por el nombre de su arquitecto, Ildefons Cerdà) volvía a la retícula hipodámica y a sus respectivas islas de casas.

El perjuicio de alejarse de la naturaleza

A pesar de que hace más de 10.000 años que el ser humano se trasladó a núcleos urbanos y que, actualmente (y según las Naciones Unidas), más del 54% de la población mundial vive en ciudades de más de 300.000 habitantes, nuestro diseño genético nos hace todavía propensos a necesitar a la naturaleza, el contexto diario de nuestros antepasados más alejados. No es extraño que las personas aprovechen los días festivos y las vacaciones para irse a la montaña o al mar, o para retirarse a un pequeño pueblo anclado en un paisaje rural y alejado del ruido de la ciudad.

Lo hacemos porque llevamos esta ansia en nuestro código genético. Los estudios han demostrado que los sonidos naturales, como el cantar de los pájaros o el rumor del viento en las hojas, ayudan a combatir el estrés y, por tanto, mejoran nuestro estado físico y psíquico. No es de extrañar, pues, que en la planificación actual de las ciudades se tenga en cuenta el elemento natural para dotar a sus habitantes de un mayor bienestar.

No solo el acercamiento de los núcleos a la zona costera es un ejemplo de ello (la “salud azul” de la que hablábamos), sino también la introducción de parques donde los ciudadanos puedan sentirse por unos momentos en medio de un bosque o de un lago. Algunas ciudades, como Vitoria-Gasteiz en España o Berlín en Alemania tienen muy en cuenta los núcleos verdes y los incluyen en su trazado urbano como elemento indispensable.

Hacinamiento industrial

El exceso de población en los núcleos urbanos no es nada nuevo; ya en la antigua Roma y durante la Edad Media hubo problemas con la densidad de la población y la capacidad de las ciudades para absorber a todos los habitantes. De hecho, Roma era una de las ciudades más insalubres de la antigüedad; especialmente, sus barrios más míseros, situados en el Trastévere, donde las personas se hacinaban en las insulae, bloques de viviendas precursoras de nuestros bloques de pisos, sin apenas acceso al agua o a un mínimo mantenimiento higiénico.

Las épocas de crecimiento de población son, por supuesto, más proclives a la insalubridad urbana. Durante los primeros siglos de la Edad Media la demografía europea cayó, por lo que el espacio dentro de las ciudades era suficiente, incluso con los problemas derivados de la existencia de demasiadas zonas abandonadas. En estas ciudades “vacías” proliferaron los huertos y los espacios verdes, que conectaban a los habitantes con la naturaleza. A medida que la población fue creciendo fue aumentando el problema del hacinamiento urbano, que tuvo su cénit durante la Revolución Industrial de finales del XVIII.

La garantía de trabajo que ofrecían las nuevas fábricas produjo una migración masiva a las ciudades y sus alrededores. Al no existir una planificación previa, muchas personas recién llegadas se asentaron donde pudieron y dieron lugar a zonas realmente deprimidas donde la salubridad era escasa. Por otro lado, las murallas medievales eran ya inservibles y constreñían a la población en el centro urbano, por lo que, a lo largo del siglo XIX, muchas ciudades decidieron derribarlas. Con ello, sin embargo, se eliminó un importantísimo testimonio histórico y cultural.

A pesar de que durante el ilustrado siglo XVIII muchas ciudades europeas iniciaron una reforma de su trazado urbano (Londres y París, entre muchas otras), la creciente industrialización paralizó estas mejoras y convirtió a estas urbes en lugares de hacinamiento, pobreza y enfermedad. En muchos lugares empezaron a proliferar barracas en los alrededores, que por supuesto no contaban con las más mínimas condiciones higiénicas.

El siglo XX y la arquitectura racionalista

Los nuevos modelos racionalistas de inicios del siglo XX intentaron acabar con la insalubridad en las ciudades. En Barcelona, por ejemplo (donde el barraquismo había echado grandes raíces), el GATCPAC (Grupo de Arquitectos y Técnicos Catalanes para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea) intentó modernizar el urbanismo de la ciudad a través de la construcción de edificios destinados al proletariado que fueran a un tiempo económicos y salubres.

En consonancia con las ideas de la Bauhaus alemana, el GATCPAC era consciente de la importancia de la vivienda y el entorno para la salud mental y física de sus habitantes, por lo que sus proyectos estaban diseñados en base, sobre todo, a dos cosas: primero, la salubridad del aire y del agua (con una adecuada ventilación de los interiores, el acceso a terrazas y al agua corriente) y, segundo, el ocio y la sociabilización.

Así, edificios como la Casa Bloc (ubicada en el barrio de Sant Andreu de Palomar, Barcelona) contenían galerías de acceso a las diversas viviendas, con las que se fomentaba el contacto entre vecinos, así como jardines de acceso público en el interior de la manzana.

La idea de los jardines interiores (ese contacto con la naturaleza tan deseado) ya estaba presente en el plan de ensanche de Barcelona de mediados del siglo XIX (el ya citado Pla Cerdà). Con ello, se pretendía dotar a los habitantes de un espacio de ocio y relax que impactara positivamente en su salud. Por desgracia, esta planificación sólo se llevó a cabo en parte.

Conclusiones

Las estadísticas, los estudios y la historia demuestran la voluntad del ser humano de vivir en los núcleos urbanos en unas condiciones adecuadas. El contacto con la naturaleza siempre ha estado presente; ya en el poema sumerio Gilgamesh, datado del III –II milenio a.C., se ponía de relieve la degeneración del ser humano que vivía en las ciudades. El hábitat urbano, en tanto que núcleo de la vida cotidiana, siempre ha perseguido pues una serie de ideales para mejorar la existencia de sus ciudadanos.

El entorno ejerce un impacto importante en nuestra psique y en nuestro cuerpo. No sólo se trata de la salubridad de las aguas y del aire, sino también de alejar el estrés y dotar a la mente de un bienestar que haga de la vida algo más fácil. En ello, el urbanismo tiene muchísimo que ver, tal y como se ha comprobado una y otra vez, por lo que las planificaciones actuales tienden a valorar el impacto que el entramado urbano ejerce sobre el bienestar mental de la persona y actúan en consecuencia.

No todas estas disposiciones modernas son beneficiosas, por supuesto. Algunas tienen sus pros y sus contras. En algunas zonas urbanas nuevas, la fijación por no densificar en exceso ha producido exactamente lo contrario: zonas prácticamente despobladas con muchísimo espacio entre edificios que, como consecuencia, carecen de cohesión social, pues se convierten en ciudades-dormitorio. Lo mejor sería, como siempre, encontrar el punto medio en el que la no masificación y la correcta sociabilización se dieran la mano.

  • Artero, M. (2018), Un árbol, un lugar, una ciudad. La ciudad del futuro imaginada por niñas y niños, artículo publicado en Revista EcoHabitar, núm. 57
  • Hernández, S., La Casa Bloc, pisos obrers per fer comunitat, artículo de betevé.cat, marzo de 2021
  • Tatjer, M. y Larrea, C. (2010), Barraques. La Barcelona informal del segle XX, Ajuntament de Barcelona
  • VV.AA., ¿Mar, montaña o ciudad? La ciencia responde, artículo publicado en 20 Minutos, noviembre de 2022 VV.AA., Los beneficios restauradores para la salud de una intervención urbana táctica: un estudio de la ribera urbana, artículo publicado en https://www.frontiersin.org/, junio de 2019.

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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