En mayor o menor medida, la población está concienciada sobre la necesidad de preservar el medioambiente. Por mucho que nos cueste reconocerlo, el ser humano sigue dependiendo de la naturaleza y a medida que la vamos estropeando vamos cavando nuestra propia tumba.
Desde el ecologismo se ha intentado que se aprueben restricciones a la explotación y contaminación ambiental, especialmente para evitar que las grandes multinacionales destruyan la naturaleza y pongan el peligro la salud y supervivencia de todos.
Algunos sectores ecologistas han superado la raya del respeto a las demás personas, poniendo la preservación del medioambiente por delante del bienestar social, llegando a lo que se ha considerado ecofascismo. Veamos más a fondo a qué hace referencia este término.
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¿Qué es el ecofascismo?
Definir qué es el ecofascismo no es tarea fácil puesto que como movimiento por sí solo no tiene mucha consistencia. Este término es un neologismo que, originalmente, era usado como un insulto antes que para describir aquellas posiciones que se podrían considerar una combinación del fascismo y el ecologismo.
En su sentido político más estricto, podemos entender al ecofascismo como cualquier ideología o postura ecologista en la que se introducen, de una u otra forma, aspectos propios del fascismo. En esencia, entenderíamos por ecofascismo a cualquier corriente ecológica en la que se pusiera por delante la integridad medioambiental antes que el bienestar y derechos de las personas o de ciertos colectivos.
Un régimen ecofascista sería aquel régimen totalitario en el que se aplicara un exhaustivo control de los recursos naturales, con la intención de preservar el medio ambiente. Entre las leyes que se podrían aprobar en este régimen tendríamos la total prohibición de la tala forestal, la pesca en ríos y lagos, la emisión de gases en la industria o cualquier medida que tuviera la clara intención de evitar cualquier mínimo daño a la naturaleza, aunque esto supusiera privar de derechos a sus ciudadanos, como la alimentación o la vivienda.
Un ejemplo de ecofascista reconocido lo tenemos en el caso de Pentti Linkola. Este ornitólogo y ecologista finés se identificaba a sí mismo como ecofascista y mostró su admiración por el régimen nacionalsocialista en temas de protección medioambiental. Linkola era un ecologista profundo totalitario quien abogaba por una dictadura ecologista fuerte y centralizada, con duras medida de control de la población para evitar que creciera demasiado y que aplicara castigos ejemplares a quienes violara las leyes de conservación del medioambiente.
Otro de los usos que se ha hecho del término “ecofascismo” es referirse a aquellos movimientos ecologistas radicales que han tomado posturas parcial o abiertamente afiladas con el neofascismo, o que se asemejan en las ideas fascistas. Este uso del término es usado más como una categorización externa por parte de los politólogos refiriéndose académicamente a movimientos nacionalistas, de extrema derecha o xenófobos que han incorporado en su discurso e ideario ideológico alguna medida de preservación del medio ambiente.
Ecofascismo en la historia
Aunque en la actualidad asociamos el ecologismo a movimientos más progresistas, ubicados en la izquierda y la extrema izquierda, cabe decir que el ecofascismo, entendido como el ecologismo dentro del fascismo, es algo que tiene una larga historia.
De hecho, la obsesión con unir la naturaleza con la idea de nación la podemos encontrar en la Alemania del siglo XIX, cuando surgió la idea del “Blut und Boden” (“Sangre y tierra”), la cual relacionaba la ascendencia de los pueblos con la tierra que habitaban, convirtiendo esta noción con uno de los principales rasgos del nazismo.
La nación, algo fundamental en todo fascismo, en el ecofascismo está relacionada con la naturaleza que debe proteger con todas sus fuerzas. Esta admiración de la naturaleza fue un tema constante en el Partido Nazi, cogido a su vez del romanticismo alemán wagneriano del que se inspiraba su nacionalismo.
El Partido Nazi tomó mucho en consideración todo lo que fuera medioambiente y vida agraria. El movimiento nacionalsocialista alemán le dio a la naturaleza una gran importancia en el proyecto fascista para la regeneración nacional.
El movimiento ubicaba el nacimiento de la nación alemana en los antiguos pueblos paganos germanos, respetuosos y ligados a la naturaleza, destacando la necesidad de respetar la naturaleza de Alemania. De hecho, las juventudes hitlerianas despreciaron la modernidad e idealizaron la vida agraria.
Teniendo en cuenta esto no es de extrañar que la Alemania bajo el régimen de Hitler estuviera a la vanguardia del conservacionismo, fundando las primeras reservas silvestres protegidas legalmente y reconociendo en su legislación a los animales y a la naturaleza como sujetos de derecho en vez de objetos. De hecho, el Partido Nazi recibió mucho apoyo de los ecologistas y conservacionistas alemanes, aunque este apoyo se esfumó al empezar la Segunda Guerra Mundial, puesto que la producción armamentística era urgente.
Si bien el caso de Alemania no fue la única excepción sí que se debe incidir en que al fascismo, entendido en su sentido más clásico, poco le importaba la naturaleza. La mayoría de los fascismos europeos estaban más interesados en usar la producción industrial como herramienta de unidad nacional antes que pararse a pensar en la necesidad de proteger el medio ambiente.
La otra excepción fue Rumania, donde la Guardia de Hierro. Esta organización fascista, compuesta por el campesinado rumano, vio en el capitalismo y los judíos los elementos que estaban destruyendo la nación rumana, su cultura cristiana ortodoxa y sus tierras agrarias. Este movimiento abogaba por la preservación del campo tradicional en contra de la modernización y creación de urbes industriales.
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Ultraderecha y ecologismo en la actualidad
Normalmente, se asocia el ecologismo del siglo XXI con los movimientos de izquierda y ultraizquierda. El ecologismo es visto como un movimiento contrario al capitalismo y, en especial, el liberalismo. Los ecologistas, en la mayoría de los casos, quieren que se preserve el medio ambiente para garantizar el acceso de los recursos a todas las personas, evitando que grandes organizaciones exploten de forma masiva unos recursos dejándoles prácticamente nada a los habitantes que viven por la zona.
Aunque durante mucho tiempo el binomio derecha anti ecologista e izquierda ecologista se había mantenido relativamente intacto, en las últimas décadas el ecologismo ha trascendido los límites del espectro político y no son pocos los políticos de ultraderecha que se han mostrado preocupados por la naturaleza, mezclando esta preocupación con su nacionalismo, identitarismo y fascismo.
Aunque siguen habiendo ejemplos de políticos de ultraderecha, como Jair Bolsonaro o Donald Trump, que se muestran muy contrarios a ideas como el cambio climático o la limitación de la explotación medioambiental, otros políticos del mismo lado del espectro político han hecho justo lo contrario. Cabe decir que resulta curioso como estos dos políticos, en especial Bolsonaro, han visto la lucha contra el cambio climático como el nuevo marxismo cultural, considerándolo en la amenaza comunista del siglo XXI.
Un ejemplo de ultraderechista aparentemente ecologista lo tenemos en el caso de Marine Le Pen, presidenta de la Agrupación Nacional francesa. Resulta gracioso pensar que su padre, Jean-Marie Le Pen, llegó a mofarse de aquellos que creían en el calentamiento global, diciendo que hasta tenía sus cosas buenas puesto que impedía que nos congeláramos, mientras que su hija se ha mostrado defensora del clima, promoviendo la protección del medioambiente de las multinacionales y los inmigrantes.
Muchos ultraderechistas europeos han comparado las sociedades de sus países con ecosistemas. De acuerdo con su mentalidad, tanto los ecosistemas como las sociedades se rigen por unas leyes implícitas que, en caso de no respetarse y dejar que se introduzcan agentes externos, las enferma. Si en los ecosistemas lo que los desestabiliza son las especies foráneas, en las sociedades europeas lo son las personas venidas de otros continentes. Basando en la idea de que cada pueblo toma como base la naturaleza de su región, el hecho de introducir a personas de otras regiones es un atentado biológico.
Cabe decir que realmente muchos de los discursos de los ultraderechistas a favor del medioambiente no son sinceros con lo cual no se podría considerar como verdaderamente ecofascistas. El hecho de que hablen de proteger la naturaleza o evitar el cambio climático tiene más que ver con un interés por conseguir más votos sumándose a la ola del ecologismo, dada la gran preocupación y sensibilidad por los problemas medioambientales en la actualidad.
Ecofascismo como insulto
Como comentábamos, la palabra “ecofascismo” tiene sus orígenes siendo usada como un insulto. Los sectores de derecha más liberales, protectores de la gran industria y la explotación medioambiental, en más de una ocasión han visto las propuestas de conservación del medioambiente como un ataque a sus libertades. Poner restricciones a la tala forestal, la pesca en océano abierto o pedir que se reduzcan las emisiones de CO2 se traduce en pérdida de beneficios para muchas empresas.
El ecologismo, en su sentido más general, es la defensa del medioambiente. Como en cualquier ideología amplia hay distintas corrientes que proponen propuestas que pueden ser desde suaves hasta realmente radicales. En más de una ocasión el ecologismo ha acusado del problema del calentamiento global, la deforestación y los daños en la naturaleza al sistema de producción capitalista y la ideología ultra liberal, la cual defiende que las empresas den rienda suelta a cualquier forma de explotación medioambiental.
Para desprestigiar cualquier medida de control de la explotación del campo los empresarios y personas afines han calificado a los ecologistas en más de una ocasión de ecofascistas. No es que opinen que los ecologistas son fascistas, sino que tienen la intención de que se asocie el fascismo, probablemente la peor ideología de la historia, con el movimiento en defensa de la naturaleza, haciendo que sean vistos como la amenaza en vez de la solución.
Conservadurismo a ultranza y ecofascismo
Como decíamos, el ecofascismo ha sido usado en debates políticos como descalificativo para las propuestas ecologistas que implicaran restricciones a la explotación de los recursos naturales. Sin embargo, cogiendo su sentido más teórico, hace referencia a los movimientos políticos, en mayor o menor medida fascistas, que han hecho del medio ambiente una de sus principales preocupaciones, siendo los casos más destacados el Partido Nazi, la Guardia de Hierra o el finés Pentti Linkola.
Sin embargo, hay algunas organizaciones ecologistas que, preocupándose más por el medioambiente que por la salud de las personas, ha rozado con el ecofascismo. Un ejemplo claro de ello son las organizaciones que se muestran contrarias al cultivo de transgénicos, alegando que pueden destruir el medioambiente, provocar enfermedades desconocidas o acabar con el cultivo tradicional, pese a que todo apunta que sería más bien lo contrario.
Con los cultivos transgénicos se pueden cultivar plantas que requieren de menos recursos que los cultivos tradicionales, además de tener más nutrientes que sus homólogos bio, como es el caso del arroz dorado. El cultivo de estos vegetales permitirían reducir el hambre en el mundo al poder ser plantados en regiones con pocos recursos naturales, además de reducir la prevalencia de enfermedades asociadas con la desnutrición.
Otro ejemplo de pensamiento ecofascista asociado al conservadurismo a ultranza no viene de organizaciones ecologistas en concreto sino más bien de la sociedad en general. Con la crisis sanitaria del COVID-19 han salido a la palestra ecologistas que se han alegrado de la pandemia. Por un lado, gracias a los confinamientos aplicados en varios países, se ha reducido la emisión de CO2 porque no se han usado tanto los transportes, y por el otro se han alegrado del virus porque éste ha ayudado a reducir la población mundial.
Esta visión que se tiene sobre la pandemia del COVID-19 es claramente ecofascista porque, para empezar, implica alegrarse de que haya habido reducción de la contaminación a base de limitar los derechos básicos humanos, mientras que en segundo lugar está el hecho de no empatizar con las familias de las miles de personas fallecidas a causa por el virus. Lo irónico de esto es que con la pandemia se ha incrementado la cantidad de plásticos en el mar, gracias al uso descontrolado de mascarillas y guantes higiénicos.
Referencias bibliográficas:
- Zimmerman, Michael E. (2008). Ecofascism. En Taylor, Bron R. (ed.). Encyclopedia of Religion and Nature, Volume 1. London, UK: Continuum. pp. 531–532.
- Olsen, Jonathan. (s.f.) Nature and Nationalism: Right-Wing Ecology and the Politics of Identity. New York: St. Martin’s Press.
- Matthew Phelan (2018). The Menace of Eco-Fascism. New York Review of Books.
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