Dice la mitología griega que Europa era una princesa fenicia que fue raptada por Zeus y trasladada a Creta. Incluso en el mito, observamos la vinculación que ha existido siempre entre Europa y Asia; una vinculación que va más allá, puesto que, geográficamente hablando, Europa no es un continente, sino una parte de Asia.
Está claro, pues, que la diferenciación de Europa como continente obedece más bien a elementos culturales que geográficos. Sin embargo, incluso esta diferenciación contiene sus puntos débiles, ya que, durante la historia, las diversas realidades culturales han convivido y se han influenciado mutuamente. ¿Por qué considerar, pues, a Europa como eje central de todo el proceso histórico?
En este artículo vamos a analizar el concepto de eurocentrismo: concretaremos su significado y daremos una breve pincelada sobre sus orígenes.
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Eurocentrismo: definición y conceptos clave
Se puede definir “eurocentrismo” como la posición que sitúa el continente europeo y su cultura como centro de la civilización humana. Esta perspectiva eurocéntrica se da tanto a nivel histórico como económico o social; en todos los casos, se establece a Europa como eje central a partir del cual gira el resto del mundo.
El eurocentrismo es una forma de etnocentrismo. Y, ¿qué es el etnocentrismo? Es la visión de una etnia, cultura o sociedad que se sitúa a sí misma como centro desde donde interpretar y juzgar al resto de culturas, etnias y sociedades. Esta perspectiva comporta, en general, una actitud de superioridad para con el resto.
Es importante señalar que, a pesar de que todas las culturas son, en mayor o menor grado, etnocéntricas, el etnocentrismo europeo ha sido el único que, históricamente, se ha identificado a sí mismo como una universalidad, es decir, como una pauta a seguir para el resto del mundo. En todo ello, como veremos, ha tenido mucho que ver la creación y el establecimiento del capitalismo. Pero vayamos por partes.
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El eurocentrismo y el “modelo universal de desarrollo”
El eurocentrismo es, pues, una manera de universalización. Como afirma Samir Amin en su libro El eurocentrismo. Crítica de una ideología, esta visión etnocéntrica de Europa “propone a todos la imitación del modelo occidental como única solución a los desafíos del tiempo”. En otras palabras, según el concepto eurocéntrico, solo a través del modelo europeo el resto de las sociedades del mundo pueden adaptarse y avanzar. De esta forma, se construye el mito de una Europa “redentora”, paternalista, cuya única intención es “salvar” al resto de culturas de su “barbarie”.
Samir Amin, en el libro ya citado, hace hincapié en que las raíces de este concepto universalista europeo se encuentran en el Renacimiento del siglo XV. Más tarde, durante el siglo XIX, el concepto es masivamente difundido. Ambos momentos históricos coinciden con expansiones colonialistas europeas, ya sea el colonialismo europeo hacia América del siglo XV o el colonialismo europeo en África, que ocupó todo el siglo XIX y parte del XX.
Estos colonialismos exportaban la idea de “cultura superior”, e intentaban asimilar las realidades culturales autóctonas con las europeas. Así pues, según Amin, el nacimiento del eurocentrismo coincide con el nacimiento del mundo capitalista moderno, que el autor sitúa en el siglo XV. Por otro lado, su auge coincide con la explosión del capitalismo en el mundo, en plena época colonial.
Esta teoría entraña varios errores. Para empezar, es inexacto llamar capitalista a la sociedad europea del siglo XV, puesto que, como mucho, podemos referirnos a ella como sociedad mercantilista. De ningún modo el siglo XV se puede identificar con el capitalismo o, al menos, no se trata del mismo capitalismo que el que imperó a partir del siglo XVIII y que coincide, efectivamente, con el colonialismo europeo del XIX. Sin embargo, es cierto que, con anterioridad al siglo XV, no encontramos un discurso eurocéntrico sólidamente construido.
El eurocentrismo afirma su supuesta superioridad en base a varios aspectos. El primero, la afirmación de que el capitalismo es la cúspide evolutiva de las sociedades y que supone, según esta teoría, la mejor manera de construir una sociedad. Y el segundo, la presunción de una continuidad histórica que, según Samir Amin, es inexistente.
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La Ilustración y el “invento” de la historia de Europa
Efectivamente, el eurocentrismo dibuja una línea evolutiva que va desde la antigüedad griega y romana hasta nuestros días. Y, como bien apuntan Samir Amin, Enrique Dussel y otros autores, esta línea es completamente artificial e impuesta. Veámoslo a continuación.
Para empezar, la Europa de la antigüedad no se corresponde con la Europa actual. La que, más tarde, se constituyó como la “única Europa” era, en época griega y romana, territorio bárbaro e “incivilizado”. Las culturas que brillaban en la antigüedad eran la egipcia y las culturas de Oriente Próximo, como la persa o la babilónica. Los griegos admiraban a estas culturas orientales, y no las consideraban culturas “bárbaras”, como sí que llamaban a las culturas del resto de Europa. Por lo tanto, primer punto: lo que después del siglo XVIII se llamó Europa y se consideró modelo de civilización, en un primer momento fue considerado como la periferia del centro cultural antiguo.
¿Qué queremos decir con esto? Simplemente, que la construcción de Europa como eje civilizador es un mito que nació en la Ilustración. No existió este eje como tal en la antigüedad. El centro cultural de la antigüedad pasaba por Egipto y Oriente Próximo, no por lo que hoy en día consideramos Europa. Sin embargo, el discurso histórico europeo ha introducido tradicionalmente estas culturas en su línea evolutiva, estableciendo de esta forma un eje Mesopotamia-Egipto-Grecia-Roma-Europa que es absolutamente artificial, con la única intención de incluir estas civilizaciones como parte de la historia europea.
Además, con anterioridad a este discurso universalista europeo, no existía una “historia universal”. Cada región, cada realidad geográfica tenía su propia historia y evolución. Encontramos así una multiplicidad de realidades culturales que, simplemente, coexistían unas con otras y, eso sí, se influían mutuamente. Pero en ningún caso podemos hablar de una historia común.
Por tanto, podemos concluir que fue la necesidad europea de construir una historia lo que facilitó el surgimiento de esta “historia universal”, que ha monopolizado los libros de texto durante siglos. Una “historia universal” que, en realidad, de universal tiene muy poco.
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La cultura europea no es un bloque único
El ya citado Enrique Dussel, en su obra Europa, modernidad y eurocentrismo, defiende con argumentos esta idea de la invención de la historia lineal de Europa. Dussel demuestra que, lo que tradicionalmente ha sido visto como lo “opuesto” a Europa (es decir, todo lo que no fuera cultura grecorromana y cristianismo) es, en realidad, un complemento, no una oposición. Vamos a analizarlo con más detenimiento.
Tradicionalmente, se ha visto la cultura europea como una fusión entre la cultura grecorromana y el cristianismo. A partir de esta definición, todo lo que no encajara con estas características se ha tendido a “quitar” de la realidad europea.
Dussel pone como ejemplos claros el mundo musulmán y el Oriente bizantino. Este último, a pesar de basarse, obviamente, en cultura clásica y cristianismo, se ha venido separando de lo que tradicionalmente se ha denominado Europa.
Sin embargo, la realidad es muy distinta. El mundo árabe musulmán, por ejemplo, bebió de la filosofía clásica. De hecho, el trabajo de muchos de los pensadores griegos, como Aristóteles, llegó a Europa gracias a las conquistas musulmanas. Por otro lado, y como ya hemos comentado, el mundo bizantino era heredero del mundo romano; de hecho, ellos mismos se llamaban a sí mismos “romanos”, no bizantinos.
¿Qué quiere decir todo esto? Que la uniformidad cultural europea, circunscrita al ámbito geográfico que conocemos actualmente y que coincidiría, más o menos, con la Unión Europea, es una idea que no se corresponde del todo con la realidad. Por tanto, y siguiendo de nuevo a Dussel, es solo a partir del siglo XVIII, con la Ilustración (y, sobre todo, con el Romanticismo alemán) que la cultura helenística es “raptada” y se etiqueta como exclusivamente europea. Ya hemos visto como esto no es así, puesto que mundos alejados de lo que hoy llamamos Europa, como el mundo árabe y el mundo bizantino, bebieron también de la cultura griega.
El eurocentrismo y el “etapismo” histórico
Ya hemos dicho que toda cultura es, en cierta medida, etnocéntrica, lo que supone situar su propia realidad cultural como lugar desde el que analizar, interpretar y, a menudo, juzgar, al resto de culturas. Es lo que se denominan “culturas periféricas”, es decir, las realidades que están más allá de la propia cultura, que se sitúa como eje central.
Hemos comentado también que, en el caso de Europa, este etnocentrismo es el único que se identifica con la universalidad. Tenemos, entonces, a la cultura europea (auto)considerada como el modelo a seguir, idea impulsada por el auge del colonialismo y el capitalismo. Es esta supuesta “superioridad” cultural europea la que cree justificar este colonialismo, amparándose en un paternalismo ficticio que considera a los demás pueblos como realidades subdesarrolladas, primitivas y, por tanto, necesitadas de protección. En otras palabras: la justificación para el colonialismo y las barbaridades que se relacionan con él es una intención “civilizadora”, un deseo de marcar el camino “correcto” al resto de pueblos.
A partir de esta idea de Europa como modelo de civilización, aparece el concepto denominado “etapismo”, que concibe el proceso histórico como una sucesión de etapas. Karl Marx lo recoge en su Prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política (1858), donde expresa que: “A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués”. Así, en base a este concepto marxista, el progreso de la historia es lineal, y culmina en el socialismo, que vendría tras el capitalismo (que él llama “modo de producción burgués”). Este concepto no es más que otra visión eurocentrista de la historia, ya que establece la evolución de las sociedades en base a esta “historia inventada” que toma como eje central a Europa. ¿Qué sucede, entonces, con las realidades económicas y culturales de otros puntos geográficos? ¿Dónde queda la China imperial, o la América precolombina, en todo este proceso?
Conclusiones
Así pues, como conclusión podemos afirmar que: primero, la llamada “historia universal” en realidad no lo es, ya que dispone como eje central tan solo la realidad europea, alrededor de la cual “giran” las llamadas culturas periféricas. Esto lo comprobamos en seguida si analizamos la nomenclatura de los distintos períodos históricos, que toman, sin excepción, la realidad europea como referente.
Por ejemplo, ¿se puede hablar de Edad Media en China, o en India? Estrictamente, por supuesto que no, ya que el inicio de la Edad Media se ha establecido (de manera también bastante arbitraria) con la caída del Imperio romano, y tanto China como India poco o nada tienen que ver con este suceso histórico.
Segundo, que lo que se ha considerado historia europea, tampoco coincide exactamente con la realidad, ya que, tal y como hemos comprobado, a partir de la Ilustración se “fuerza” una historia lineal que engloba culturas que no son propiamente europeas, como la egipcia o la mesopotámica.
Tercero, que las realidades culturales que tradicionalmente se han considerado como “no europeas” (a saber, el mundo árabe musulmán o el mundo bizantino) beben también de la cultura clásica, lo que nos hace plantarnos la siguiente pregunta: ¿dónde empieza y dónde termina Europa?
Por último, el eurocentrismo se basa, sobre todo, en un elemento económico, ya que es desde el eurocentrismo que Europa ha justificado su dominio de otras realidades culturales y ha expandido el sistema capitalista. Llegados a este punto, vemos que fenómenos como la globalización, que tan natural nos parece hoy en día, surgen también de esta perspectiva eurocéntrica (y económica) del mundo.
Afortunadamente, poco a poco en los ámbitos académicos se va superando esta progresión lineal que emerge del eurocentrismo. Durante los últimos años, se ha observado un cambio significativo en materias como la historia o el arte, y van apareciendo (no sin dificultad) trabajos que presentan la historia y la creación artística desde los puntos de vista de las que, antaño, fueron consideradas las “culturas periféricas” de Europa.