La filosofía griega está atravesada por tensiones y distensiones entre los humanos y los dioses. Son clásicas las reflexiones y narraciones que se preocupan por la relación entre lo mortal y lo divino, lo equivocado y lo perfecto, el orden y la desmesura.
En este contexto, la transgresión ha sido una de las figuras que encuentra en el trasfondo de los mitos y relatos que dieron origen a la filosofía griega más clásica, y que entre otras cosas permitieron que esta última tuviera efectos y funciones en el orden social.
Hay para los griegos un orden natural necesario, que rige la conducta y que debe ser mantenido y respetado. La naturaleza (de la que dioses y humanos forman parte) organiza y regula el mundo, el cuerpo y el alma, mantiene un orden que no debe ser contrariado. El concepto de hibris, que veremos desarrollado a continuación, tiene que ver con eso.
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La hibris y el orden del cosmos
En la filosofía griega los seres humanos forman parte de un orden que se llama “cosmos”. En dicho orden no hay lugar para la distinción tajante entre lo humano y lo divino, la naturaleza y el alma, la biología o la cultura. No obstante, se trata de un orden en el que los seres humanos se reconocen distintos a la divinidad: los humanos están limitados, no son inmortales ni omnipresentes como los dioses, son al revés: finitos y perecederos.
Al haber consciencia de la inmortalidad, hay también conciencia de los propios límites, y hay entonces posibilidad de transgresión. El problema es que la transgresión es señal del desconocimiento de los límites y de la propia condición de humano, lo que significa equipararse a la condición de dioses mediante un ego narcisista.
La hibris es la palabra con la que esto último queda representado: es el estado de ausencia de mesura, que es asimismo el estado de la transgresión mayor, en el que ninguno de los seres humanos debería caer. El deber de los humanos, contrario a esto, es el de “conocerse a sí mismos”, qué significa conocer los propios límites, evitar los excesos y conservar la moderación. La hibris es el estado que rompe con la homogeneidad, trastoca el orden de cosmos y el orden social.
Así pues, la hibris representa el atrevimiento y la desmesura, la escisión del cosmos y del orden político. Es lo contrario a la prudencia, que está más cercana a la idea de la humildad humana e invita a pensarnos y vivirnos en el reconocimiento de los propios límites. La hibris representa el acto de aspirar a más de lo que en realidad es posible, ir en contra de la “moira” que significa “parte”, “lote” o “destino”, y hace referencia a lo que le ha tocado a cada “ser”, incluyendo las posibilidades de “hacer”.
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Héroes y ética política
Uno de los grandes problemas que plantearon algunos filósofos griegos es cuando quienes caen en la hibris son los seres humanos encargados de gobernar. El tirano, que se tropieza con lo que los griegos llamaron “pleonexia” (la motivación insaciable, el querer tener siempre más), es la representación de la transgresión máxima.
Quien ha caído en la hibris no se regula a sí mismo, no se mide por la moderación, con lo cual no es la persona indicada para gobernar. Caso contrario es el de la figura del héroe de las tragedias griegas, quién tiene también un deseo de poder a veces insaciable. Este deseo le provoca ceguera y cercanía con la hibris, pero que no representa una ofensa deliberada contra los dioses.
Sin embargo sí caen en el orgullo y la arrogancia, por lo que no se salvan del castigo divino: la némesis; figura que representa la venganza, la justicia y el castigo equilibrador. Ya decía Heródoto, uno de los padres de la Historia, que “la divinidad tiende a abatir todo lo que se descuella en demasía”.
El Agamenón de la Ilíada homérica y comandante de ataque de Troya; Edipo Rey, que mató a su padre y se casó con su madre; y algunos emperadores como Calígula y Nerón, son solo algunos de los personajes griegos que llegaron al hibris. La confianza desmesurada tiene por consecuencia no tomar en consideración las experiencias, ideas y mentalidades ajenas, con lo cual, tampoco se prevén las consecuencias o las reacciones de los demás, y fácilmente la “nemesis” devuelve el equilibrio.
El síndrome de hibris
A través del concepto y la historia de la hibris ha sido más sencillo representar la figura de la desmesura del consumo, la tendencia contemporánea a la “pleonexia” y la sensación de insaciabilidad que atraviesa las subjetividades, volviéndose cada vez más narcisistas.
Ejemplo más claro podemos poner en la evidente ambición de poder político de la subjetividad de tirano, o la ambición desmesurada de conocimiento que lleva al exceso de confianza, al estado de impaciencia o de hiperactividad irreflexiva.
La hibris es el estado inspirado por las pasiones exageradas, las acciones irreflexivas. Representa la obstinación, la fijación a las ideas preconcebidas y el rechazo a las ideas contrarias o ajenas, el trato prepotente y el narcisismo.
Se trata de una desmesura que desorganiza y corrompe, pero que está bastante lejos del significado individual que atribuimos a “la locura” en nuestra época, precisamente cargada de hibris.
No obstante, la figura hibris ha sido utilizada para representar incluso en términos clínicos (como el de “síndrome”) las personalidades que se caracterizan por un ego excéntrico y desmedido que tiene por consecuencia el desestimar lo ajeno.
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