El 19 de octubre de 1940, mientras la Segunda Guerra Mundial se cernía sobre Europa como un espectro mortal, al monje de Montserrat Andreu Ripol se le encargó hacer de cicerone de un inquietante visitante: Heinrich Himmler (1900-1945), por aquel entonces Reichsführer de las SS y uno de los hombres más poderosos de la Alemania nazi.
El padre Ripol recibió el encargo, primero, porque era el único que hablaba alemán; segundo, porque tanto el abad Marcet como el padre Escarré querían evitar hacerse una foto con el molesto personaje. Así pues, Ripol tuvo que guiar al Reichsführer por la abadía de Montserrat. Todo iba más o menos bien, hasta que Himmler le pidió una cosa sorprendente: que le entregara el Santo Grial o, en otras palabras, la santa copa que recogió la sangre de Cristo.
¿Por qué buscaban los nazis el Grial en Montserrat?
Andreu Ripol era entonces un monje muy joven, y, según cuenta él mismo, se quedó bastante sorprendido, tanto por la presencia del nazi como por la inesperada petición. Ahora bien, ¿de dónde surgía el convencimiento de Himmler de que el cáliz sagrado se hallaba entre los peñascos afilados de la montaña catalana?
Para responder a esta pregunta, debemos viajar a 1882, año en que se estrenó la famosa ópera Parsifal, de Richard Wagner (1813-1883). En la ópera se recogían las hazañas de este caballero mítico que, según la leyenda, parte en busca del Santo Grial para aprovechar su poder ultraterreno y curar al rey de una gravísima enfermedad.
En la ópera se cita a la montaña Montsalvatge o Montsalvat como la guardiana del tesoro, nombre que más tarde se asimiló al Montserrat real. Para mayor confusión, en la ópera de Wagner se cita que la montaña sagrada se encuentra ‘en el norte de España’.
Pero no fue Wagner quien inventó el mito. De hecho, el gran compositor alemán se inspiraba en la literatura medieval; en concreto, en el poema Parsifal, perteneciente al ciclo artúrico y obra de Wolfram von Eschenbach (siglo XIII), donde ya se cita al legendario Montsalvat.
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La Ahnenerbe y la búsqueda del Grial
Como es bien sabido, Hitler y sus secuaces estaban muy interesados por todo elemento ‘pseudo-arqueológico’ que tuviera ‘poderes sobrenaturales’. En este sentido, las películas de Indiana Jones se inspiran en un hecho histórico: la obsesión del partido nazi, y de su líder en particular, de obtener objetos milagrosos que les permitieran controlar el mundo. Entre estos objetos estaba, cómo no, el mítico Grial.
En 1935, Himmler funda la Ahnenerbe, la ‘Sociedad de estudios para la historia antigua del espíritu’, cuya principal función era recuperar los orígenes de la cultura alemana para difundirla (aplicarla a la fuerza, más bien) por el resto del mundo. Pero, sobre todo, y en la práctica, la misión esencial de la sociedad era encontrar objetos ‘de poder’, es decir, reliquias que pudieran revestir al Tercer Reich de un poder sobrenatural y pudiera, de esta forma, ganar la guerra y dominar el mundo.
De esta forma, y de la mano de pseudo-arqueólogos que iban viajando por todo el planeta, los nazis buscaron desesperadamente la lanza de Longinos, que, según la tradición, hirió el costado de Cristo, el Arca de la Alianza o la piedra de Scone, entre otras muchas reliquias. Uno de los hitos de la sociedad era la búsqueda del Grial, en el que Himmler veía las raíces de muchos de los mitos germánicos y que, además, constituía, según la leyenda, una fuente inimaginable de poder, algo altamente ambicionado por los nazis.
Ya hemos visto que Wagner ‘insinuaba’ que el Montsalvat del héroe Parsifal era Montserrat. Por otro lado, existía una fuerte tradición popular que insistía en este tema; además, el Virolai, el famoso himno a la Moreneta, habla de que la montaña es ‘fuente del agua de la vida’, lo que todavía enredaba más el asunto.
Finalmente, la mismísima Enciclopedia Británica identificaba la montaña del mito con la montaña catalana. Himmler no necesitaba nada más para estar seguro de que, en efecto, el magnífico Grial se escondía en la abadía benedictina.
‘El Grial no está aquí’
Andreu Ripol tuvo que contestar estoica y firmemente a las preguntas incesantes del Reichsführer, que insistía, una y otra vez, que los monjes escondían el cáliz sagrado en la abadía. Al parecer, cuando Ripol llevó a Himmler y a los suyos a la biblioteca del monasterio, el Reichsführer le preguntó si tenían un ejemplar del Parsifal de Wolfram von Eschenbach, la crónica del siglo XIII que inspiró a Wagner y donde se afirma que el grial está en Montsalvatge. Sin poder salir de su asombro, Ripol repitió que no tenían nada de eso y no sabía de qué le hablaba.
De nada sirvieron las negativas del monje. Himmler insistía una y otra vez, obsesionado con la idea de que aquellos religiosos estaban escondiendo uno de los objetos más codiciados por la Ahnenerbe, y que ‘toda Alemania’ sabía que ‘el Grial estaba en Montserrat’. Su furia debió ser considerable, puesto que llegó a amenazar veladamente a la comunidad benedictina al explicar al pobre Ripol cómo habían represaliado a los católicos en Alemania.
Pese a todo, Andreu Ripol salió victorioso, como un nuevo Parsifal. Supo contestar cada una de las agresivas preguntas del nazi, e incluso tuvo fuerzas para retarle: cuando llegaron ante la Moreneta, obligó a Himmler a descubrirse y besarle la mano. No dejaba de ser un triunfo que un nazi se humillara ante la Virgen negra. Sin embargo, y a pesar de reconocer (quizá con ironía) que era ‘muy aria y muy bella’, Himmler no la besó.
Finalmente, los nazis marcharon de Montserrat con la cola entre las piernas, defraudados y muy enfadados con la poca colaboración que habían mostrado los monjes. El episodio no tuvo más trascendencia, pero sí que ilustra a la perfección la obsesión casi ridícula que el partido nazi, y Hitler en especial, tuvo hacia las reliquias supuestamente ‘mágicas’. Quizá si en lugar de buscar en Montserrat se hubieran dirigido a la catedral de León o a la de Valencia (ambas compiten por ser el lugar que conserva el verdadero cáliz) habrían tenido más suerte… pero, sin duda, mucho mejor así.


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