En 2016 se estrenó Nebel im August (Niebla en agosto), una durísima película que hablaba por primera vez en la historia del cine sobre el Aktion T4 o la eugenesia nazi, una escalofriante perversión de la profesión de la psiquiatría que tenía por objetivo exterminar a personas discapacitadas o que presentaban algún tipo de enfermedad mental.
El protagonista, el niño Ernst Lossa, es un personaje real que se rebeló contra la Hungerkost o “Dieta del hambre”, uno de los métodos que usaban los centros psiquiátricos para asesinar a los enfermos señalados. Otra de las maneras de que los sanitarios se valían para exterminar a las personas catalogadas como “inútiles” eran las cámaras de gas, que luego se utilizaron también, como es sabido, contra los judíos. En el artículo de hoy hablamos del Aktion T4, el escalofriante programa que pretendía “limpiar la raza alemana”.
El Aktion T4 y el objetivo de “limpiar la raza”
El Holocausto judío es de sobras conocido. Se han realizado numerosas películas sobre este lastimoso episodio de la historia, como, por ejemplo, la memorable La lista de Schindler (1993) o la no menos conmovedora El pianista (2002).
Sin embargo, poco o nada se ha hablado de la otra gran masacre perpetrada por los nazis: la que asesinó a unas 270.000 personas que padecían algún tipo de discapacidad o trastorno mental. La terrorífica “excusa”: “limpiar” la raza aria de la supuesta contaminación que suponían estas personas con “defectos”.
Darwin, Mendel y las teorías genéticas
Ni el británico Charles Darwin (1809-1882) ni el alemán Gregor Johann Mendel (1822-1884) podían imaginar que sus aportaciones a la ciencia serían manipuladas y pervertidas en aras de un asesinato colectivo. Pero, por desgracia, es lo que pasó.
Las teorías evolutivas de Darwin habían hecho mella en una sociedad ya per se bastante racista, y propiciaron el auge de la absurda idea de que existían unas razas “superiores” a otras. Por otro lado, las teorías de Mendel sobre la herencia genética espolearon la creencia de que todo, absolutamente todo, se transmitía de forma física, incluidas las enfermedades psíquicas y los trastornos mentales.
Uno de los lectores entusiastas de las teorías de Mendel era un joven Adolf Hitler, que en su Mein Kampf (Mi lucha) dejó por escrito que “a quien ya no poseyera la fuerza necesaria para luchar por su salud, se le negaría el derecho a la vida”. En otras palabras: en el mundo solo tenían cabida los más fuertes genéticamente hablando.
En 1920 apareció publicado un artículo escrito por el abogado Karl Binding y el psiquiatra Alfred Hoche que exaltó todavía más si cabe la ideología de la eugenesia o la “buena raza”. Su título era aterrador: Permiso para la destrucción de la vida indigna de ser vivida. En el escrito, los autores insistían en que las personas que tenían “defectos” que impedían su normal desempeño social debían ser eliminadas por su propio bien y el de la sociedad, y usaban expresiones insultantes como “comedores inútiles” para referirse a ellos.
En fin; cuando Hitler alcanzó la cancillería alemana en 1933, todo el terreno estaba abonado para que la espantosa Rassenhygiene o “higiene radical” se volviera legal.
Empieza la Rassenhygiene o “higiene radical”
No debemos pensar sin embargo que solo en Alemania se dio esta situación. De hecho, nos sorprenderá saber que, en Estados Unidos (en concreto, en el estado de Indiana) se aprobó en 1907 una ley que autorizaba la esterilización forzada y obligatoria de las personas con “problemas”. Si bien no se trataba por supuesto de una medida tan extrema, hoy en día nos resulta inconcebible que un estado se entrometa en un asunto tan privado como es la descendencia.
El programa de la Rassenhygiene o higiene radical alemana combinó ambas “soluciones”. Primero se empezó con una esterilización forzosa de las personas con enfermedades mentales, especialmente la esquizofrenia, ya que, siguiendo de nuevo las teorías genéticas del momento, se consideraba que estas personas transmitían su trastorno a sus hijos. Se calcula que, entre 1934 y 1945, unas 400.000 personas fueron esterilizadas de forma forzada en Alemania.
Lo peor, sin embargo, estaba por venir. En el verano de 1939, justo antes de empezar la Segunda Guerra Mundial, Hitler firma en secreto el programa conocido como Aktion T4 (por la dirección de la sede, en la Tiergartenstraße, 4 de Berlín). El objetivo de este programa era la eliminación de 70.000 enfermos, ubicados en diferentes centros sanitarios del país. La intención no era solo la de la “higiene radical”, sino que también se argüía un motivo económico; Theo Morell, el médico privado de Adolf Hitler, calculó que con el programa, y según sus palabras, se eliminarían “5.000 idiotas con un coste anual de 2.000 marcos”, lo que suponía para el estado un “ahorro” de 10 millones de marcos al año.
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Una absoluta perversión de la psiquiatría
La idea que se escondía en la base del espantoso programa era que Alemania debía contar con ciudadanos fuertes y sanos, que fueran considerados “dignos” de la raza aria y que no supusieran un “gasto inútil” para las arcas del estado. Dentro de esta calificación de “aptos”, la Aktion T4 no incluía ni a las personas que padecían esquizofrenia (una enfermedad especialmente perseguida) ni a los ancianos con demencia senil, pasando por aquellos que sufrieran cualquier tipo de “retraso mental” o, simplemente, que padecieran sordera o ceguera.
Para recabar información sobre el estado mental de los internos, se notificó a los diversos centros que rellenaran un formulario para cada paciente, aunque, para garantizar que la operación se mantuviera en secreto, no se les notificó el porqué. Así, muchos directores de psiquiátricos enviaron los formularios sin saber que, con ellos, estaban enviando a sus pacientes a la muerte.
La información más importante que el estado deseaba recabar en estos formularios era si el paciente en cuestión era capaz de un “trabajo útil”. Bajo esta consideración no entraban las tareas manuales como barrer o coser y, por supuesto, los pacientes que eran absolutamente dependientes estaban los primeros de la lista. Poco a poco, con la connivencia (intencionada o no) de los sanitarios, el estado nazi pudo conseguir la información que quería, y la Aktion T4 se puso en marcha.
Los pacientes que eran seleccionados para una Gnadentod o “muerte digna” (pues se solía usar este eufemismo para hablar de la intención del programa) eran trasladados a centros especializados, donde se procedía a asesinarlos a través de tres métodos: la cámara de gas, la inyección letal o la Hungerkost o “dieta del hambre”. Este último método queda perfectamente reflejado en la película citada en la introducción, Niebla en agosto, donde se muestra cómo se alimenta a los enfermos “seleccionados” con una especie de sopa que, en realidad, no contiene ningún tipo de nutriente, puesto que ha sido tratada con antelación.
Quizá lo más escalofriante del caso sea que los enfermos confiaban en las personas que los cuidaban y que, en muchos casos, se convertían en sus verdugos.
La campaña del obispo de Múnich y el fin del Aktion T4
El programa se llevó a cabo más o menos en secreto, aunque, poco a poco, las diversas y súbitas muertes empezaron a levantar sospechas, como es lógico. Muchas familias consiguieron salvar a sus familiares internados, pero las que no lo conseguían recibían una escueta carta del sanatorio en la que se indicaba que la persona había “muerto de repente” y que eso era “lo mejor, dada su condición”. Los cuerpos se incineraban y las cenizas se enviaban a los afligidos y confusos parientes.
A pesar del mutismo general (debido, en muchos casos, al miedo) hubo algunas personas que se rebelaron y denunciaron la escabrosa práctica. Una de ellas fue Clemens August Graf von Galen, obispo de Munich, que, en 1941, y desde el púlpito, denunció las sospechosas desapariciones de miles y miles de internos y las identificó directamente con homicidios del estado. El obispo no fue represaliado debido a su notoriedad, pero sí lo fueron algunos de sus colaboradores.
De todas formas, el Aktion T4 estaba ya herido de muerte. En 1941, Hitler ordena su detención, aunque algunos centros, como el famoso centro de Hartheim (actualmente constituido en un museo-memorial en honor a las víctimas) siguieron asesinando impunemente hasta el final de la guerra. Una absoluta perversión de la psiquiatría que ha pasado casi desapercibida en la historia y que llevó a la tumba a casi 300.000 personas.