Si preguntamos por el monumento romano más famoso, probablemente muchos mencionarán el Coliseo. En realidad, es todo un símbolo de Roma, cuya silueta reconoce cualquier visitante. Sin embargo, existe otro edificio, ubicado entre calles, que ha resistido heroicamente al tiempo y se alza majestuoso 2.000 años después de su construcción.
Hablamos del Panteón de Agripa, un antiguo templo romano dedicado a todos los dioses que probablemente conservó su estructura al ser convertido en iglesia en el siglo VII. Del expolio, no obstante, no se libró; muchos de sus mármoles fueron arrancados, para acabar, entre otras cosas, formando parte del baldaquino que Gian Lorenzo Bernini realizó para San Pedro del Vaticano. En el artículo de hoy vamos a ver los orígenes y las características de este famoso edificio de Roma, el Panteón de Agripa.
El Panteón: el templo a “todos los dioses”
Panteón viene del griego pan, “todos”, y theos, “dios”, por lo que se podría traducir como “todos los dioses”. Es decir que, originalmente, el Panteón se edificó para rendir culto a todos los dioses del Olimpo. Más tarde, el término panteón pasó a referirse a mausoleo o monumento funerario, porque, en 1520, el insigne edificio acogió los restos del célebre pintor Rafael Sanzio, muerto aquel Viernes Santo a los treinta y siete años.
Según el historiador romano Dión Casio, el Panteón de Roma representaría la cúpula celeste. Así, a través del óculo que se abre en el centro de la cúpula, la luz del sol iría rotando e iluminando el interior. El diseño del edificio es astronómicamente preciso, puesto que, el 21 de abril, fecha en que se conmemoraba el nacimiento de Roma, la luz solar bañaba la entrada y, por tanto, al emperador cuando accedía al recinto. Dión Casio también comenta que el edificio se levantó en honor a la gens (familia) Iulia o Julia, a la que pertenecía Augusto e incluso el mismo Agripa (por matrimonio con Julia, la hija de aquel). Así, el templo primitivo estaría dedicado a la tríada de dioses conformada por Venus, Marte y Julio César divinizado, los protectores de la familia.
El Panteón… ¿de Agripa?
A pesar de que este monumento se conoce como Panteón de Agripa, en realidad solo debemos a este personaje el primer edificio, erigido en época de Augusto. Marco Vipsanio Agripa era cónsul romano y yerno del emperador, y, en el marco de la transformación urbanística proyectada para la zona (en aquella época fuera de las murallas de la ciudad), encargó la construcción de un templo en 27 a.C.
De este templo primitivo queda la parte frontal; es decir, su majestuoso pórtico octástilo (de 8 columnas) coronado por un frontón clásico. En el friso todavía se puede leer la inscripción que menciona al cónsul: M·AGRIPPA·L·F·COS·TERTIVM·FECIT, que, con las características supresiones romanas para ganar espacio, vendría a decir: Marcus Agrippa, Lucii filius, consul tertium, fecit (Marco Agripa, hijo de Lucio, tercer cónsul, -lo- hizo).
Pero, a pesar de que el primer proyecto fue fruto de la decisión del cónsul, la parte más espectacular del edificio es muy posterior. En concreto, debemos dar un salto de más de un siglo y viajar al año 118 d.C., ya en época del emperador Adriano, que, tras varios incendios que devastaron el templo, decidió reconstruirlo. Las obras respetaron el acceso original de la época de Agripa y añadieron una impresionante cúpula que deja como espacio una esfera perfecta, el cuerpo geométrico más apreciado por la arquitectura romana (especialmente, por su arquitecto más famoso, Vitruvio).
La cúpula imbatible
Este segundo edificio fue proyectado, al parecer, por Apolodoro de Damasco, aunque su autoría todavía es dudosa. En cualquier caso, la impresionante cúpula que corona el templo todavía asombra por su perfección de formas y por el misterio ligado a su construcción. ¿Cómo pudieron edificar los romanos semejante cúpula y, sobre todo, cómo han podido sostenerla los muros durante casi 2.000 años?
Se sabe que se usó hormigón para la edificación de este segundo Panteón, pero existen todavía ciertos enigmas que los arquitectos e ingenieros no han podido descifrar. Una de las soluciones que explicarían la fortaleza de sus muros sería la utilización de un tipo de piedra muy ligera y porosa en su parte superior, que aligeraría la carga. Aún así, la cúpula, de nada menos que 43,3 metros de diámetro, fue un reto inalcanzable hasta que Brunelleschi proyectó la de Santa María en Florencia en el siglo XV, que solo tiene dos metros menos de diámetro. Incluso la espectacular cúpula de Santa Sofia, en Estambul, “solo” alcanza los 33.
El espacio del Panteón impresiona vivamente al visitante. La rotonda de su interior es geométricamente perfecta, y el óculo que se abre en el centro de la cúpula proyecta haces de luz en todo el recinto, por lo que nunca ha necesitado iluminación artificial. Todo estaba pensado en este segundo proyecto: para evitar una inundación (recordemos que el óculo está abierto al exterior, por lo que el agua de lluvia puede penetrar por allí), el suelo se encuentra ligeramente inclinado, con el objetivo de que las aguas residuales fluyan hasta la canalización pertinente.
“Lo que no hicieron los bárbaros, lo hicieron los Barberini”
Este famoso juego de palabras corrió de boca en boca por toda la Roma barroca. Hacía referencia al expolio que el papa Urbano VIII, de la familia de los Barberini, estaba realizando en la Ciudad Eterna. Entre otras cosas, el pontífice ordenó arrancar algunos de los mármoles del Panteón para realizar un baldaquino para San Pedro. El encargado de su diseño (¡cómo no!) fue la gran estrella de la Roma barroca, Bernini.
Si bien es cierto que el Panteón sufrió algunos ataques en este sentido, su condición de iglesia (Bonifacio IV puso al edificio bajo la advocación de Santa María de los Mártires en 608) lo puso a salvo de los diversos expolios que, desde la época cristiana, habían mutilado los antiguos monumentos romanos. El Panteón de Agripa sigue ahí, erguido y orgulloso, encajonado, eso sí, en ese laberinto de calles que constituyen la Roma barroca. Quizá eso forme parte de su encanto: un coloso antiguo en medio de una belleza sensual y laberíntica.


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