Es indudable que, actualmente, nos encontramos en un periodo de calentamiento global que ha aumentado la temperatura del planeta de forma considerable. Sin embargo, y a pesar de que es evidente que la acción humana está acelerando el proceso, es importante resaltar que la tierra siempre ha sufrido cambios climáticos, algunos muy radicales y repentinos, como el que sucedió durante la llamada Pequeña Edad de Hielo o glaciación medieval.
¿En qué consistió este fenómeno, que introdujo un clima inusitadamente gélido en Europa durante casi cinco siglos? En el siguiente artículo intentamos explicar sus características y las teorías existentes acerca de su origen y sus consecuencias.
¿Qué fue la Pequeña Edad de Hielo?
La conocida como “Pequeña Edad de Hielo” es un periodo de temperaturas muy bajas que se concentró especialmente en el norte de Europa y que tuvo consecuencias no sólo climáticas, sino también sociales, políticas y económicas. Esta glaciación siguió al llamado periodo “óptimo climático medieval”, que fue, exactamente, todo lo contrario, pues aproximadamente desde el siglo VII al XIII la temperatura aumentó de forma considerable.
Desde una perspectiva geológica, es habitual que, tras una etapa de calor excesivo venga un periodo gélido. Nuestro planeta tiene su propio sistema de regulación climática, aunque, claro está, a veces pueden producirse fenómenos humanos y naturales que pueden acelerar o ralentizar el proceso. Veamos a continuación qué originó, según las teorías más aceptadas, esta glaciación súbita del planeta y cuáles fueron sus consecuencias.
El “óptimo climático medieval”
Alrededor del año 700, las temperaturas empiezan a ascender. Se produce por tanto un masivo deshielo que hace subir el nivel del mar y abre puertos y rutas marítimas que, hasta ese momento, permanecían más o menos bloqueados. Según algunos historiadores, esa es una de las causas por las que, durante el siglo VIII, proliferaron las invasiones vikingas por toda Europa.
Recordemos que los hombres del norte llegaron hasta la mismísima Constantinopla, y no olvidemos, además, que cada vez está más aceptado que los primeros europeos en llegar a América fueron los vikingos, y esto sólo pudo ser posible por el avanzado deshielo del mar. Por otro lado, el cultivo de vid y cereales proliferó en lugares tan poco apropiados para ello como Inglaterra o Islandia, lo que, una vez más, nos da una idea bastante clara del aumento notable de las temperaturas globales.
El “óptimo climático medieval” tuvo su máximo apogeo, según los últimos estudios, a finales del siglo XIV. Tal y como ha probado una investigación de la Universidad de Massachusetts Amherst (publicada en la revista Science Advances, ver bibliografía), durante esas décadas finales de la Edad Media el AMOC (es decir, la Circulación de Vuelco Meridional del Atlántico) vivió un movimiento inusitado hasta entonces.
Pero ¿qué es el AMOC? Es como los científicos llaman a la transferencia de las aguas templadas provenientes del trópico al norte del globo, un fenómeno constante que, durante esos años, vio incrementada su actividad. Este mayor vuelco de agua cálida tropical provocó, por supuesto, un enorme deshielo en la zona ártica, y esto, a su vez, conllevó un colapso climático que generó la aparición de una glaciación intensa apenas veinte años más tarde, la Pequeña Edad de Hielo.
La Pequeña Edad de Hielo duró cinco siglos
La datación de esta glaciación medieval es confusa. Los expertos no se ponen de acuerdo en cuándo y cómo arribó a Europa, aunque lo que sí está claro es que tuvo su máxima expresión en los siglos XVII y XVIII, cuando se dieron las temperaturas más bajas (en lo que se denomina Mínimo de Maunder, y que coincide con una menor radiación solar).
Algunos historiadores adelantan los primeros indicios de glaciación a las primeras décadas del siglo XIV, lo que explicaría el desastre agrícola que provocó hambrunas sin precedentes y que dejó a los europeos sin resistencia para afrontar a la temida Peste Negra, que se cebó con la población. A pesar de ello, la “glaciación medieval” que empezó en el siglo XIV no se “consolidó”, como ya hemos dicho, hasta bien entrada la época moderna.
Existen documentos que atestiguan hechos asombrosos, como mercados celebrados sobre las aguas heladas del Támesis, en Londres, o la congelación de parte de las aguas del puerto de Marsella. Por otro lado, tenemos multitud de pinturas que muestran a gente patinando sobre canales de los Países Bajos, e incluso se sabe que el Ebro, en España, tuvo episodios de congelación que duraron hasta quince días. Como vemos, algo absolutamente inusual que contrasta no sólo con nuestro clima actual, sino también con el inmediatamente precedente.
La Pequeña Edad de Hielo no empezó a desvanecerse hasta mediados del siglo XIX, cuando la tierra entró en un nuevo periodo de calentamiento que, actualmente, no hace sino acelerarse, en parte gracias a la actuación humana. Un dato curioso es que los deshielos actuales de zonas como los Pirineos no provienen, como se creía hasta ahora, de los glaciares de la gran glaciación prehistórica, sino, precisamente, de esta Pequeña Edad de Hielo.
¿Qué consecuencias tuvo la Pequeña Edad de Hielo?
Todos los historiadores coinciden en que esta glaciación originada en la Edad Media tuvo consecuencias a muchos niveles, no sólo climáticos. El clima es el arropamiento general de una población y, como tal, todas las culturas se han adaptado en menor o mayor grado a la situación climática envolvente. Por tanto, y como afirma el historiador Philipp Blom, si el clima cambia, todo cambia. Pero ¿cuáles fueron las consecuencias de la pequeña glaciación?
En primer lugar, y como consecuencia directa, tenemos las malas cosechas y, por tanto, las hambrunas. Está comprobado que la glaciación hizo avanzar los glaciares de montaña, lo que destruyó pueblos enteros y dejó sin cultivo a numerosas áreas. El descenso del cultivo produjo, obviamente, una menor capacidad para alimentar a la población, lo que se tradujo en epidemias de hambre y enfermedad que, a la postre, sirve para entender también los virulentos episodios de peste que se adueñaron del siglo XVII.
El caso concreto de la Península Ibérica ha sido analizado por el geógrafo de la Universidad de Barcelona Marc Oliva, que lideró un equipo de investigación que se dedicó a estudiar la Pequeña Edad de Hielo en el territorio. En el caso de la Península Ibérica, las consecuencias de la glaciación se materializaron en inundaciones y sequías alternadas que, evidentemente, también afectaron a las cosechas. En general, Oliva y su equipo calcularon que la temperatura había descendido unos 2 grados centígrados, y que, en consecuencia, los inviernos eran muy largos, y los veranos, cortos y fríos.
En segundo lugar, encontramos consecuencias sociales. Algunos historiadores han relacionado el auge de las malas cosechas, el hambre y las muertes que provocó la glaciación con el aumento de actos de penitencia y contrición y el endurecimiento de la idea de pecado. Por otro lado, también se ha llegado a relacionar la famosa “caza de brujas” europea con la histeria y la paranoia colectiva que se desencadenaron ante la persistencia de las inundaciones, las malas cosechas y la destrucción generalizada de aldeas a causa del hielo.
Finalmente, existen consecuencias económicas. Ante la mala situación del campo, y especialmente en el siglo XVIII con la Ilustración, se empezaron a diseñar nuevas ideas para explotar el campo debidamente y conseguir que diera la máxima respuesta. Todo ello transformó el concepto de la economía para siempre; el siglo siguiente es el siglo del despegue del capitalismo y del auge de la burguesía.