Si os hablamos de Las Meninas de Velázquez, seguro que enseguida os viene a la mente el cuadro en cuestión. Porque, si no habéis ido al Museo del Prado de Madrid, probablemente lo habréis visto en alguna de las innumerables reproducciones que de él se pueden encontrar por doquier. Y es que el lienzo es una de las joyas no solo del Barroco, sino también del arte universal, y Diego Velázquez es, sin lugar a duda, uno de los mejores pintores de todos los tiempos.
El autorretrato de Velázquez en Las Meninas: la persecución de un sueño
Intentemos describir brevemente qué aparece en el cuadro. En primer término vemos, en el centro, a la pequeña infanta Margarita, a la que escoltan sus meninas o doncellas. Un poco más a la derecha del lienzo encontramos a Nicolasito Pertusato, uno de los enanos del palacio, que está molestando a un tranquilo mastín que parece dormitar. Al lado de Nicolasito vemos a Mari Bárbola, también al servicio de la infanta, que mira hacia el espectador.
En segundo término, también a la derecha (siempre desde nuestra visión) Marcela Ulloa, camarera mayor, conversa animadamente con otro personaje (de identidad desconocida), mientras que, en un último plano, José Nieto, el aposentador real, se asoma a través de la puerta abierta. En el espejo colgado a la izquierda del cuadro podemos observar el reflejo difuso de Felipe IV y su esposa Mariana de Austria. Finalmente, en el extremo izquierdo vemos al mismo Velázquez, pinceles en mano, que parece contemplar el retrato que está realizando de los reyes.
Aparentemente, se trata de una escena cotidiana; Velázquez se encuentra en el Cuarto del Príncipe del antiguo Alcázar de Madrid, pintando a los monarcas, cuando, de repente, irrumpen la infanta y sus servidores en la estancia y se detienen a mirar el cuadro… ¿o quizá existe otra explicación?
La familia de Felipe IV
De Las Meninas, uno de los cuadros que más ha fascinado a lo largo de los siglos, se han dicho muchas cosas y se ha tratado innumerables veces de desentrañar un posible significado oculto. Puede que el título del inventario con el que se inscribió, La familia de Felipe IV, nos arroje un poco de luz sobre el asunto. La familia de Felipe IV; es decir, se trata de un retrato de la familia real. Sin embargo, ¿acaso no tienen mayor protagonismo los criados del rey que la familia del monarca… e incluso que el propio rey?
A lo largo de los casi cuatro siglos de vida de la pintura, los eruditos se han exprimido los sesos para encontrarle un significado al misterioso y fascinante lienzo velazqueño. Sin embargo, el hecho de que el concepto de familia, en el siglo XVII, hiciera referencia al conjunto de sirvientes de una casa, nos puede dar algunas pistas. ¿Estaría Velázquez representando a los criados de la casa real?
Es una explicación plausible, puesto que, en realidad, la mayor parte de los personajes que aparecen son sirvientes del Alcázar: las meninas de la pequeña infanta, el guardadamas de identidad desconocida, la camarera mayor que habla con él, el aposentador real… e incluso el propio Velázquez que, como pintor de cámara, era también un trabajador del rey.
Zapatero, herrero, campesino… y pintor
Diego Velázquez (1599-1660) era en aquellos años pintor de cámara del rey, un cargo largamente soñado y, por supuesto, merecidísimo. En el jubón oscuro, en el pecho, ostenta la cruz de la orden de Santiago, que destaca, con su rojo nítido, sobre el negro del traje y la acusada penumbra del rincón. Dado que la cruz de Santiago no se le otorgó hasta 1658 y el cuadro está fechado en 1656 (o eso es lo que propuso el tratadista de pintura Antonio Palomino y la que se ha quedado como fecha correcta), todo parece indicar que Velázquez retocó el cuadro y se pintó la ansiada cruz a posteriori.
Pero volvamos al epicentro de este artículo: ¿por qué Velázquez se autorretrata en Las Meninas? Si era pintor de cámara y, por tanto, trabajador del rey, no parece descabellado que se una al grupo de sirvientes retratados de la familia real. ¿O existe otro motivo?
En el siglo XVII, el artista todavía no había adquirido el prestigio que tendría más adelante, especialmente a partir de la Academia del XVIII. Si bien en el Renacimiento italiano figuras como Leon Battista Alberti (1404-1472) trataron de dejar constancia de que el artista era un trabajador también intelectual (y no solo manual), todavía tendrían que pasar algunos siglos para que su figura fuera realmente aceptada como tal.
La sociedad barroca era heredera de la medieval en muchos aspectos. Uno de ellos era la visión que las clases pudientes (es decir, el clero y la aristocracia) tenían del trabajo realizado con las manos. Se trataba de una actividad vulgar, en su sentido más etimológico (pues era propia del vulgo, del pueblo llano). Ningún noble o eclesiástico que se preciara podía dedicarse a actividades manuales si quería conservar su prestigio y el de su casta. Y los oficios de pintor, de escultor, e incluso de arquitecto, estaban situados a la misma altura que los de zapatero, campesino o herrero.
Una reivindicación apasionada
A partir de lo anteriormente expuesto, podemos pensar: ¿por qué, entonces, los monjes iluminaban manuscritos? Bien, esa era una actividad cuya manualidad se “eximía” por estar relacionada con Dios. Pero, volviendo a Velázquez, podemos afirmar que durante toda su vida intentó situar su oficio como un oficio intelectual más, algo que ya había empezado Alberti en Italia y que, en España, en el siglo XVII, todavía no estaba del todo asentado.
Entonces, tenemos que Velázquez se retrata en Las Meninas. ¿Con qué fin? Pues con el de reivindicar su profesión de pintor. Arropado por opiniones de intelectuales como el ya citado Alberti o la de su suegro y maestro, el también pintor Francisco Pacheco (1564-1644), realizó un auténtico alegato sobre la nobleza de la pintura, elevada por todos ellos a la categoría de arte liberal.
En verdad, obras como Las Meninas no nos sugieren un simple trabajo manual. Se trata de una apoteosis de técnicas artísticas como la perspectiva (matemática y aérea), el dominio del color y la luz y una cuidadosa representación psicológica de los personajes. Por algo el escritor Théophile Gautier (1811-1872), cuando vio el lienzo por primera vez, espetó, asombrado: “¿Dónde está el cuadro?"