Hay etapas de la vida que pueden ser especialmente complicadas, tanto para niños/as como para padres/madres. Hablamos especialmente de la infancia y la adolescencia. ¿Qué podemos hacer si nuestro hijo/a está siempre está enfadado/a?
En este artículo encontrarás una serie de pautas orientativas para analizar este comportamiento y para poder encontrar soluciones eficaces que mejoren tanto tu bienestar como el de los más jóvenes de la casa.
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"Mi hijo siempre está enfadado": un problema común
Primero de todo debemos intentar analizar con detenimiento qué le está ocurriendo exactamente a nuestro hijo (no tanto la causa, que veremos más adelante, sino más bien la conducta en sí).
¿Realmente está enfadado? Muchas veces, detrás de un enfado o una rabieta se esconde algún otro tipo de sentimiento o emoción. Puede ser que detrás de la ira en realidad sólo haya tristeza, sentimientos de culpa, o incluso depresión.
En esos casos, deberá tratarse primero el problema de base, ya que facilitará un abordaje posterior de la conducta más observable (en este caso, los enfados), es decir, la conducta que manifiesta nuestro hijo. Acudir a un profesional que nos pueda orientar también puede ayudarnos.
Por otro lado, además de entender qué conducta está mostrando nuestro hijo (repetimos, si es realmente un enfado o no), también es importante analizar con detenimiento los antecedentes y los consecuentes de su conducta.
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¿Por qué ocurre? Análisis de la conducta
Mucha gente no pasa de la fase de plantearse "mi hijo está siempre enfadado". Pero es importante ir más allá, debemos preguntarnos: ¿qué antecede a su enfado? ¿Son siempre las mismas situaciones/estímulos? O por contra, ¿estos cambian? ¿Puede ser que aparentemente “no ocurra nada”?
Por otro lado, será esencial analizar con detalle qué manifestaciones muestra nuestro hijo (lloro, rabia, nerviosismo, trastornos de conducta, ira, etc.), así como la frecuencia en que dichos comportamientos o estados aparecen.
Finalmente, debemos también fijarnos en las consecuencias que aparecen cuando nuestro hijo se enfada: es decir, ¿le prestamos atención? ¿Qué tipo de atención? ¿Existe castigo? O existe comprensión y empatía por parte del entorno?
Círculos viciosos
Es importante fijarse en esto porque puede ocurrir que se esté entrando en un círculo vicioso, cuando por ejemplo el niño muestra rabietas “injustificadas” o mal gestionadas, y que su entorno (por ejemplo los padres o la escuela) le “refuerce” dicha conducta al prestarle atención, sin provocar ningún cambio, perpetuando así el problema y sin llegar a abordarlo realmente.
Desde la psicología conductual, esto se entiende desde los mecanismos de reforzamiento negativo: sería por ejemplo darle una piruleta a nuestro hijo cuando quiere una y se enfada para que se lo demos, y nosotros así lo hacemos; es decir, nos quitaríamos esa “molestia” pero a la vez reforzaríamos que en un futuro volviera a ocurrir dicha situación.
Pautas de actuación
Una vez tengamos un mapa mental de estos factores que pueden estar influyendo y/o perpetuando la situación, deberemos intentar entender por qué aparecen estas conductas de enfado frecuentes en los niños y niñas.
¿Cómo lo hacemos? Aquí veremos brevemente algunas pautas que pueden ayudarnos:
1. Utilizar la empatía
Sea nuestro hijo un niño o un adolescente, debemos entender que puede estar pasando una época más sensible, y que tiene su forma de sentir, padecer y vivir las cosas a su manera.
Es por ello importante que utilicemos la empatía para intentar ponernos en su lugar. ¿Cómo podemos hacerlo? Aplicando la escucha activa: buscar momentos tranquilos para hablar con él y escuchar sus inquietudes.
Puede ocurrir que no nos quiera contar nada o que simplemente diga que no le pasa nada. Deberemos tener paciencia e ir indagando poco a poco (una buena idea es preguntar a su profesor/a si en la escuela se comporta igual), y en definitiva ganarnos su confianza para que se sienta libre de abrirse en caso de que necesite ayuda.
2. Aplicar técnicas para reducir la impulsividad
En el caso de que hayamos detectado las situaciones donde nuestro hijo suele enfadarse, es buena idea aplicar algunas técnicas que le permitan retirarse de dicha situación, para evitar que reaccione impulsivamente. Algunas de ellas pueden ser:
- Contar hasta 10.
- Retirarse de la situación a un espacio más tranquilo.
- Practicar tres respiraciones profundas.
- Repetir algunas palabras que le tranquilicen.
3. No prestarle atención si son enfados “injustificados”
Como comentábamos, a veces (no siempre), los niños aprenden a enfadarse para conseguir lo que quieren.
Esto es una respuesta disfuncional que acabará generando muchos conflictos; es por ello que ante situaciones donde nuestro hijo se enfade “sin razón”, o de forma “desproporcionada”, es recomendable que evitemos darle la atención que está buscando, y aplicar técnicas como la extinción (dejar de reforzar una conducta que se mantenía por refuerzo).
4. Entender
Todos, adultos y niños, pasamos por momentos y etapas donde estamos más irascibles. A veces esto es desencadenado por alguna situación particular, y otras pueden estar influyendo otro tipo de variables como tener un mal día, una época especialmente sensible, cansancio acumulado, estrés puntual, etc.
Es por ello que debemos intentar entender dichas conductas dentro de unos límites, sin dejar que estas evolucionen a unos enfados persistentes y disfuncionales.
5. Hacer cosas juntos
A veces es un buen momento para replantearnos si pasamos tiempo de calidad con nuestro hijo, y en caso de que estos momentos de conexión y juegos se hayan descuidado un poco, empezar a recuperarlos.
Si, por ejemplo, averiguamos que justamente nuestro hijo está enfadado porque en realidad está triste (por ejemplo, porque ha sacado malas notas en el cole, o porque se ha enfadado con sus amigos) (obviamente esto se tendrá que haber indagado), podemos plantearnos dedicarle más momentos en que pueda evadirse de ese sentimiento.
Esto no significa que descuidemos la causa que originó las conducta; es decir, siempre deberemos buscar momentos para tratar también el tema que le preocupa.
Algunos ejemplos de actividades que se pueden realizar conjuntamente (dependiendo de la edad del niño) son: dibujar, salir al parque, ir en bicicleta, hacer manualidades, mirar películas, leer juntos, etc.