La Psicología del Adicto

Así funciona la mente de una persona que ha desarrollado una adicción.

La Psicología del Adicto
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No hay nada más tramposo que una adicción. Te hace creer que la eliges, cuando en realidad es ella la que te tiene atado por los huevos. O por los ovarios. Porque la mente de un adicto no funciona mal. Funciona exactamente como se espera: con una lógica distorsionada que le permite sobrevivir un día más sin enfrentarse de verdad al problema.

La trampa está en que esa lógica, dentro de su cabeza, tiene todo el sentido del mundo. Es su normalidad. Y claro, desde fuera se ve como un “pero si sabe que le hace daño, ¿por qué sigue?”. La respuesta corta: porque dejarlo duele más que seguir. Al menos al principio.

El falso alivio

Imagina que llegas a casa después de un día infernal. Discusión con tu jefe, atasco monumental, tu pareja está de morros y encima te llega un aviso del banco porque estás en números rojos. ¿Qué haces? Pues si eres adicto, buscas la vía rápida: te sirves una copa, te enciendes un porro, te metes en Tinder como un poseso o te vas de cabeza al congelador por esa tarrina de helado industrial de triple chocolate.

En ese momento, sientes alivio. Efímero, pero alivio. Tu cuerpo se relaja, tu cabeza se distrae. Y ese es el primer gran error que tu cerebro aprende: que esa conducta te “salva”. Que cuando estás mal, siempre puedes volver a ella. Ahí empieza la programación.

Porque la mente de un adicto no se engancha solo a la sustancia o al comportamiento. Se engancha al alivio que le proporciona. No busca emborracharse, busca dejar de sentirse una mierda. No juega compulsivamente por diversión, sino por evasión. No se empotra a medio Tinder por vicio (bueno, a veces sí), sino por necesidad de sentirse deseado. Porque solo así se calma ese runrún constante de “no valgo, no sirvo, no puedo”.

Excusas y autoengaños

El adicto es un maestro del argumento cutre pero efectivo. “Hoy ha sido un día duro, me merezco una copa”. “Solo es un porro para relajarme, no estoy haciendo daño a nadie”. “Total, ya he recaído, pues me meto del todo y empiezo a cuidarme el lunes”. Son frases que suenan razonables si no las analizas demasiado. Son como esos amigos que siempre llegan tarde pero con buenas excusas. La movida es que el adicto no solo las dice. Se las cree. Se las repite hasta que no quedan grietas por las que se cuele la duda.

Y ojo, que aquí entra en juego otro clásico: la comparación tranquilizadora. “Bueno, al menos no estoy como aquel que perdió el trabajo y vive en la calle”. Como si el hecho de no estar tocando fondo validase seguir cavando.

Pensamiento de todo o nada

Otro patrón típico es la mentalidad binaria. “O lo hago perfecto o soy un desastre”. “Si he recaído, todo está perdido”. “Si no puedo parar ya del todo, entonces no vale la pena intentarlo”.

Este pensamiento es gasolina para la adicción. Porque convierte cualquier tropiezo en una caída libre. Hace que una cervecita lleve a otra, y luego a diez. Que una visita a la casa de apuestas acabe en una noche entera tirando dinero. Porque “ya que he fallado, fallo del todo”. Como si la única alternativa al 100 % fuera el cero absoluto.

Lo irónico es que esa forma de pensar parece exigente, como si tuviera estándares muy altos. Pero en realidad es una trampa para justificar la rendición. Si no puedo hacerlo perfecto, ni lo intento. Más cómodo, más fácil, menos dolor. Y así, vuelta al bucle.

El premio envenenado

Otro elemento clave: la gratificación inmediata. Esa droga, ese chute, ese click, esa compra impulsiva. Lo que sea. Todo lo que dé un subidón rápido es terreno fértil para una adicción. Porque el cerebro adicto odia esperar. Lo quiere todo ya. Aunque después venga la culpa, el vacío y el caos.

Piénsalo. La mayoría de las decisiones que tomamos bajo los efectos de la adicción son una apuesta por el placer instantáneo a costa del bienestar futuro. ¿Dormir bien o seguir viendo vídeos hasta las 4 de la mañana? ¿Ahorrar o gastar en otra compra absurda online? ¿Soportar la ansiedad o apagarla a base de humo o alcohol?

La parte de nuestro cerebro que debería anticipar consecuencias a largo plazo está apagada o directamente ha dimitido. Solo importa el ahora. El alivio inmediato. El resto, que espere.

Refuerzo a base de mierda

Aquí viene lo curioso: muchas conductas adictivas no son placenteras. Ni siquiera agradables. Pero siguen repitiéndose. ¿Por qué? Porque el cerebro ya no busca placer. Busca evitar el dolor de no tenerlo. El fumador no fuma porque le encante. Fuma porque si no lo hace, se pone nervioso, irritable, con mono. El que bebe cada noche no lo hace por gusto, sino porque si no lo hace, no duerme. El que se masturba compulsivamente no lo hace porque esté cachondo 24/7, sino porque es su forma de anestesiar la ansiedad, el aburrimiento o la soledad.

Es como estar huyendo todo el rato de una trituradora que te sigue los pasos. No corres porque te apasione correr. Corres para no ser devorado.

¿Por qué no lo dejan?

Esta es la pregunta del millón. Y la respuesta molesta es: porque dejarlo no es solo dejarlo. Es dejar también la identidad que han construido en torno al consumo. Es renunciar a la manera en la que gestionan emociones, relaciones y conflictos. Es quedarse sin su escudo. Y eso da pánico.

Además, muchas veces no tienen un plan B. Les quitas la droga, el alcohol, el porno, el juego... ¿y qué les queda? ¿Insomnio? ¿Ansiedad? ¿Una vida que les aburre o les aterra? Normal que vuelvan a lo de antes. Porque lo de antes, por malo que fuera, al menos era conocido.

Y esto sin contar con el entorno. Porque muchas veces su círculo más cercano está tan podrido como su adicción. Amigos que son cómplices. Familias que refuerzan sin querer. Parejas que alternan entre salvarles y machacarles. O sea, lo justo para mantener la rueda girando.

La trampa del “yo no tengo un problema”

Otra joyita del cerebro adicto es su habilidad para negar lo evidente. “Yo controlo”. “No es para tanto”. “Podría parar si quisiera, pero ahora no me apetece”.

Es como si hubiera un abogado interno cuya única función es defender lo indefendible. Y lo hace de lujo. Con argumentos retorcidos, datos sacados de contexto y comparaciones absurdas. Todo con tal de evitar el veredicto final: “tienes un problema”. Porque admitirlo implica abrir la puerta al cambio. Y el cambio implica esfuerzo, incomodidad, dolor, incertidumbre. Y el adicto odia todo eso.

¿Qué hacer, entonces?

Pues aquí va lo impopular: no hay milagros. No hay atajos. Lo primero es aceptar que no hay motivación mágica que te saque del pozo. Hay que empezar a actuar antes de que te apetezca. Porque si esperas a tener ganas, te vas a quedar ahí toda la vida. Lo segundo: crear un entorno que te lo ponga más fácil. Borrar números de teléfono de personas que fomenten tu consumo, cambiar rutinas, evitar ciertos sitios. Cortar por lo sano. Porque confiar en tu fuerza de voluntad, cuando llevas años fallándote, es como poner a un zorro a cuidar las gallinas.

Y lo tercero: aprender a estar incómodo sin salir corriendo. Porque dejar una adicción duele. Y mucho. Hay insomnio, ansiedad, aburrimiento, vacío. Pero todo eso no te mata. Pasará. Y cuando pase, habrás recuperado algo que la adicción te quitó: tu capacidad de elegir.

Conclusiones

La mente de un adicto no es débil. Es adaptativa. Se ha moldeado para sobrevivir en un entorno hostil. Ha aprendido a defenderse como ha podido. Pero esas defensas, que un día fueron útiles, hoy le están destruyendo.

No se trata de culpar. Se trata de entender. Pero también de responsabilizarse. Porque si bien la adicción no fue del todo una elección, salir de ella sí lo es. Y nadie va a hacerlo por ti.

Así que si estás ahí, en el limbo, jugando a medias a dejarlo mientras mantienes el número de tu camello o tu ex que te daba farlopa gratis… párate. Mírate. Pregúntate: ¿hasta cuándo?

Porque cada día que sigues ahí no es un castigo. Es una decisión. Y también lo sería salir.

Soy Luis Miguel Real, psicólogo especialista en adicciones. He escrito un libro de adicciones llamado “La mentira de la fuerza de voluntad”, donde profundizo mucho más en estos conceptos. Si necesitas ayuda, ponte en contacto conmigo y empezaremos a trabajar en tu caso lo antes posible.

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  • Real, L. M. (2025). La mentira de la fuerza de voluntad. Next Door Publishers.

Al citar, reconoces el trabajo original, evitas problemas de plagio y permites a tus lectores acceder a las fuentes originales para obtener más información o verificar datos. Asegúrate siempre de dar crédito a los autores y de citar de forma adecuada.

Luis Miguel Real. (2025, junio 5). La Psicología del Adicto. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/drogas/psicologia-del-adicto

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València
Terapia online

Luis Miguel Real es especialista en adicciones, trabajando sobre todo con personas con problemas con el alcohol, la cocaína o las apuestas. También trabaja con otros trastornos, como la depresión y variantes de ansiedad. Ofrece terapia individual o de pareja, tanto presencial en su consulta privada en el centro de Valencia como online, atendiendo tanto a adultos como con adolescentes, y organiza programas de formación para empresas y organizaciones que lo soliciten.

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