Resulta complicado no asociar el SARS-CoV-2, también llamado simplemente "coronavirus", al malestar en casi todas sus formas.
Frustración por no poder hacer vida normal ante las restricciones al movimiento aplicadas por los gobiernos para evitar contagios, inquietud por la posibilidad de tener ya el virus en nuestros cuerpos sin darnos cuenta, miedo a no habernos lavado las manos tanto como deberíamos en un contexto así, etc.
Sin embargo, más allá de este malestar basado en el cortoplacismo, hay otro conjunto de sentimientos desagradables que se proyectan hacia el futuro, y que tienen que ver con la incertidumbre acerca de lo que pasará en los próximos meses e incluso en los próximos años. La falta de certezas y de información al respecto es una realidad a la que debemos aprender a acostumbrarnos; y ante esto, los psicólogos como nuestro entrevistado de hoy, Javier Elcarte, tienen mucho que decir.
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Entrevista a Javier Elcarte: la necesidad de gestionar la incertidumbre ante el COVID-19
Javier Elcarte es psicólogo especializado en psicoterapia y neuropsicología, así como Presidente de la Sociedad Española de Bio y Neurofeedback y Director y miembro fundador del centro Vitaliza, ubicado en Pamplona.
A lo largo de más de 20 años de experiencia dedicados a la Psicología, este profesional ha visto cómo funcionan las lógicas de ansiedad y de desequilibrio emocional ante situaciones de crisis. Por ello, en este caso hablaremos con él acerca de la incertidumbre asociada a la pandemia del coronavirus y sus implicaciones psicológicas, a raíz de las entrevistas realizadas a Elcarte en su sección mensual en Radio4/RNE de la mano de Silvia Tarragona.
Según tu parecer, ¿cuáles son los aspectos de esta crisis social y sanitaria que nos recuerdan día a día que estamos viviendo unos tiempos muy distintos a lo que entendemos por “normalidad”?
En realidad, la pregunta se responde prácticamente sola. Creo que deberíamos preguntarnos lo contrario… ¿hay algo en lo que nos toca vivir en estos momentos que nos recuerde la “normalidad” pasada? No hay actividad ni humana, ni formativa, ni laboral y muchos menos social que no haya sido afectada por la pandemia. El distanciamiento social, más acentuado aún tras la obligatoriedad del uso de la mascarilla en todo momento y lugar, interfiere en toda nuestra actividad como seres humanos.
En ser humano es social por definición, y nuestro cerebro es relación biológicamente hablando, por lo tanto, este aspecto es básico y univoco a la hora de tomar conciencia de que estamos viviendo tiempos muy alejados de lo que entendemos por “normalidad”.
¿Puede decirse que, por lo general, ante la falta de información acerca de lo que ocurrirá en lo relativo a temas que consideramos importantes, los seres humanos tendemos a adoptar un punto de vista pesimista? Es decir, a centrarnos en lo que podemos perder.
El ser humano necesita certezas, nuestro cerebro busca el control, la explicación, la comprensión. Sin embargo, yo no soy muy partidario del concepto de pesimismo. Siempre recuerdo aquello de que “un pesimista es un realista con experiencia”.
Pero fuera de tópicos, la falta de información con respecto a aspectos vitales de nuestra existencia lo que produce, y a las encuestas oficiales me remito con respecto a esta pandemia, son incrementos exponenciales de miedo, fustración, rabia y desesperanza. Lo cual, a su vez, prolongado en el tiempo, como ya está sucediendo, deriva en sintomatología depresiforme. Y claro está, una vez en depresión, las nubes ya solo pueden ser negras... y ya solo vemos todo lo malo que puede pasar.
¿De qué maneras puede la incertidumbre facilitar la aparición de trastornos de ansiedad?
La incertidumbre ha sido a lo largo de la historia consustancial con el hecho de ser humanos. Hasta no hace tanto tiempo, uno podía morir por mil y una infecciones o bacterias y la subsistencia pendía casi siempre de un hilo, la esperanza de vida era mucho menor y solo sobrevivían los más fuertes. La vulnerabilidad ante el hecho de la muerte era tan evidente que, en su pequeñez, el ser humano se sostenía en certezas más simbólicas e intangibles, sobre todo la religión.
Poco a poco hemos construido una falacia de control, de seguridad y bienestar tanto a nivel de salud como laboral y de susbsistencia que la pandemia ha demostrado frágil e irreal. Nuestra burbuja como sociedad, hecha de cristal de bohemia, se ha roto ante el impacto de este enemigo invisible. La alerta se ha activado en todos nosotros. El enemigo puede ser nuestro amigo de siempre, el vecino. El virus acecha en cualquier rincón o superficie. Mi trabajo puede desaparecer. No hay ilusión, ni proyecto. Nuestro ordenador está encendido todo el día en alerta máxima y termina por fundirse. La ansiedad siempre es secundaria a la alerta, la falta de control, el miedo y la incertidumbre.
¿Y cómo puede afectar esa falta de información a las relaciones familiares? Por ejemplo, el no saber muy bien cuándo se podrá estar en contacto directo con seres queridos especialmente vulnerables a los problemas respiratorios quizás podría dar paso a temas tabú, como asumir abiertamente que podrían pasar varios meses en una situación de relativo aislamiento.
La incertidumbre, obviamente tendrá, efectos más devastadores en función de lo doloroso de la situación. Y quizás no exista evento más doloroso que tener a un ser querido en riesgo de enfermedad o muerte y no poder acompañarlo o despedirlo en su caso.
Las residencias geriátricas son un ejemplo claro de este sufrimiento, donde el aislamiento, y la imposibilidad de no poder contactar con la persona amada, han derivado en cuadros de una desesperanza tal, por parte sobre todo de los mayores aislados en sus dormitorios, que uno no sabe si esto no habrá causado tantos estragos en cuanto a mortalidad que el propio virus.
Teniendo en cuenta que no todo el mundo tiene muy claras cuáles son las medidas a tomar para minimizar el riesgo de contagio, en el caso de los niños y las niñas, ¿hasta qué punto les puede afectar recibir mensajes contradictorios acerca de lo que hay que hacer para adaptarse al contexto de pandemia?
El cerebro del niño o la niña están en pleno desarrollo, y lo que sembremos en ellos ahora dejará una huella indeleble en su vida adulta. No creo que exista en estos momentos otra institución donde se cumplan las normas sanitarias de mascarilla y distanciamiento con más rigidez y compromiso que en los colegios de niños.
Los profesores están en una tesitura terrible. El niño o niña está recibiendo nociones en el sentido de que su conducta puede resultar mortal para otro ser humano, que ellos son los responsables, si se quitan la mascarilla, de que otros mueran. Ello produce aislamiento en la mente del niño, miedo e introversión.
Tanto en la primera infancia, donde se absorbe el modelo social casi por osmosis, como en la etapa adolescente donde se desarrolla fundamentalmente el vínculo social, el aislamiento acabará instalándose en sus mentes y conductas. Y si a ello añadimos la proliferación de entretenimientos con nuevas tecnologías... el panorama de distanciamiento humano y social se presenta aterrador.
¿Qué se puede hacer desde la Psicología para ayudar a las personas a gestionar la incertidumbre?
La Psicología puede y debe hacer mucho. Quizás somos una de las claves para paliar este desánimo y frustración generalizados. Más allá quiero decir de los tratamientos siempre necesarios y beneficiosos del miedo, la ansiedad, la depresión y demás correlatos mórbidos secundarios a la situación de pandemia que estamos viviendo.
Al fin y al cabo, la psicología enseña sobre todo a afrontar y gestionar de manera madura y funcional aquello que la vida nos depara. Y en este caso la vida nos depara una situación de emergencia total y completa, de miedo global y de incertidumbre a nivel de todo el planeta. Situaciones excepcionales requieren de soluciones y respuestas excepcionales. Hoy es urgente dotar al ser humano de herramientas quizás ya desaprendidas de resiliencia, aceptación y afrontamiento de la enfermedad y la muerte.
En definitiva, de lo que da nombre a esta entrevista, la gestión de la incertidumbre. La psicoeducación, la desensibilización de miedos irracionales, el fortalecimiento de fortalezas cognitivas y conductuales y sobre todo en mi opinión la toma de conciencia, calmada y sosegada de una situación inevitable pero que, como todo, pasará. En este sentido, el Vitaliza estamos interviniendo con especialmente en el desarrollo Mindfulness terapéutico, tomando la atención plena como herramienta básica de gestión de la incertidumbre, con resultados más que esperanzadores.