En unas declaraciones que el papa Francisco realizó en abril de 2021 (ver bibliografía), afirmaba que la meditación atañía a todas las personas y les era necesaria, incluso a las que no profesaban particular interés por ningún tipo de religiosidad. ¿Es esto cierto?
La verdad es que la práctica de la meditación se extiende cada vez más. En un mundo que hace gala de la inmediatez, el ruido y la aglomeración, la soledad momentánea es un exquisito caramelo de paz al que cada vez se resisten menos personas. Sin embargo, en la mayoría de los casos se trata de la meditación de tipo oriental, ya sea budista o hinduista. ¿Qué hay, pues, de la meditación cristiana?
En este artículo examinaremos si existe realmente la meditación en el cristianismo y cuáles son sus diferencias básicas con la meditación de tipo oriental.
¿Existe la meditación en el cristianismo?
La respuesta es rotunda: sí, existe. Y existe desde hace milenios, especialmente desde que los primeros anacoretas se retiraron para vivir una vida contemplativa, dedicada en exclusiva a Dios.
Obviamente, si planteamos la cuestión desde una perspectiva oriental, nos daremos de bruces contra la duda. Porque, efectivamente, la meditación cristiana, aunque existe, es muy diferente con la meditación que practican las religiones orientales, como veremos a continuación. No sólo el procedimiento; también la intención última pretende ser diversa, puesto que una tiene como objetivo la introspección y el repliegue en uno mismo, mientras que la otra es una búsqueda activa de la divinidad. Veámoslo.
¿Qué es la meditación?
Antes que nada, deberíamos plantearnos definir exactamente qué es la meditación. La palabra en concreto proviene del latín meditatio, y en esta etimología vemos claramente el origen diverso respecto a la meditación oriental. Porque meditatio hace referencia a una reflexión, una especie de estudio sobre una idea, lo que admite directamente una función estrictamente activa en el sujeto que medita.
De hecho, fue Orígenes de Alejandría (185-254), asceta y erudito del primer cristianismo, quien perfiló el tema de la meditatio como un paso más para acceder a la comprensión de Dios. Esto dio lugar, ya en la Edad Media, a la Lectio Divina, que se componía, concretamente, de cuatro partes:
- La lectio propiamente dicha (es decir, la lectura directa de un pasaje de las Escrituras).
- La meditatio (la reflexión acerca del pasaje leído).
- La oratio (un diálogo con Dios donde se le pide una revelación acerca del mensaje).
- La contemplatio (donde el cristiano descansa cobijado por Dios).
Como vemos, la palabra “meditación” está directamente vinculada al estilo de meditación cristiano, no con el oriental. Por tanto, el hecho de que, actualmente, se utilice el término para hacer referencia tanto a la meditación cristiana como a la budista no quiere decir que ambas prácticas sean lo mismo.
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La historia de la meditación cristiana
La meditación en tanto que acercamiento a la divinidad estaba ya muy presente en la Biblia, por ejemplo, cuando Jesús se retira para meditar y hablar a solas con Dios. Pero fue a partir del siglo III, con el auge del anacoretismo, cuando la meditación establecida por Orígenes alcanza su auge.
Es la época de los anacoretas, que se retiran en solitario a lugares apartados para vivir una vida contemplativa, lejos del mundo. En la parte oriental del imperio Romano, el anacoretismo derivó en la figura del ermitaño, que se retiraba dentro del desierto para vivir una existencia de mortificación y privaciones, con el fin de que nada le privara del diálogo con Dios. Algunos de estos primeros eremitas fueron San Antonio Abad y Pablo el Ermitaño, y también las llamadas “madres del desierto”, mujeres devotas que se retiraron igual que sus compañeros masculinos, como es el caso de María Egipcíaca.
Poco a poco, estos primeros ermitaños se fueron reuniendo esporádicamente para rezar, aunque luego regresaban a sus meditaciones. Ese fue el germen de lo que más tarde sería el cenobitismo, o el origen de los monasterios que proliferaron en la Edad Media. En los cenobios vivía una comunidad de monjes o monjas, pero el hecho de haber abandonado la soledad de los primeros tiempos no cambiaba para nada la esencia del monacato: escapar del mundo y buscar la unión con Dios.
En la Edad Media la Lectio Divina esbozada por Orígenes se estableció finalmente en los cuatro pasos que hemos citado anteriormente, como un camino de comunión con Dios a través del diálogo y la reflexión. Por tanto, para el creyente, los textos sagrados cristianos no son meros textos, sino que tienen un mensaje profundo hacia el que la meditación va encaminada.
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¿Cuáles son las diferencias entre la meditación cristiana y la oriental?
Entonces, ¿qué diferencia exactamente a la meditación de la religión cristiana y la de las religiones orientales? Ya lo hemos ido perfilando a lo largo del artículo: mientras que la primera es algo activo y expansivo (pretende ir del fiel a Dios, y viceversa), la segunda es introspectiva (va del sujeto al mismo sujeto).
En la meditación cristiana, la intención no es aquietar mente y cuerpo y contemplar los pensamientos sin interactuar con ellos. Es más bien todo lo contrario; la meditatio es una herramienta para moverse hacia Dios. Por tanto, los pensamientos que apuntan hacia el pasaje deben ser espoleados para poder acceder al significado profundo del texto. Para los cristianos, este camino está guiado por el Espíritu Santo, que es enviado por Dios para iluminarlos y hacerles ver la verdad de la revelación.
Existe, además, otra diferencia. La meditación oriental mira “hacia dentro”, en parte, porque “unifica” al sujeto con Dios. Es decir, creador y creado se funden y todo se convierte en la misma energía vital. En general, en la meditación de Oriente no existe distinción entre estos conceptos, mientras que en la meditación cristiana sí la hay, puesto que en toda la meditación está el fiel, por un lado, y Dios, por el otro, que “dialogan” entre sí. En otras palabras, nunca dejan de ser dos, aunque cohesionados.
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Conclusiones
Pero, como siempre, las cosas tienen matices. Porque, precisamente, en los inicios, la meditación hindú era también un mecanismo para “acceder” al cosmos y comprenderlo y, de forma parecida a la meditatio, se apoyaba en textos sagrados. Por otro lado, no puede negarse la influencia que tuvieron las religiones orientales en la formación del primer cristianismo y, especialmente, en los primeros anacoretas. Recordemos que también los ascetas hindúes practicaban el ayuno y la oración en soledad.
¿Qué podemos concluir al respecto, y a la vista de todo lo expuesto? Para contestar a la pregunta con la que titulamos el artículo, diremos que sí, efectivamente, la meditación existe en el cristianismo. Sin embargo, y a pesar de que tengan nexos comunes, no se trata de la misma meditación que propone la tradición oriental, pues su objetivo es muy diferente, así como sus métodos.
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