La presencialidad no asegura la presencia. Condición suficiente y no necesaria, muchas veces se confunde el cuerpo presente con la presencia.
Hace tiempo se solía decir que había que diferenciar la cantidad de tiempo de la calidad del mismo. El tiempo de atención, para el ser humano, es un tiempo escaso. Se intenta aumentarla a través de la meditación y otras técnicas, pero justamente en estos momentos está en caída libre.
El home office combina de manera un tanto improvisada un estilo de vida post pandemia con la familia y el trabajo todo en uno. Se puede estar "en casa" pero trabajando más que nunca. Con la familia presente, pero lejos de estar presente en cuerpo y alma. Suena raro este recurso al alma en el siglo 21. Pero es evidente que no alcanza el cuerpo para dar cuenta de la presencia.
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Hoy día, la presencia física no es suficiente
Es más, se sabe que se puede tener hasta "sexo virtual". Se puede ser infiel por mantener mensajes con alguien sin siquiera haber cursado un beso. Sin siquiera un “contacto visual”, como se dice ahora.
En lo personal no me suena tan raro, dado que en el siglo XVIII se llevaba a cabo una vida epistolar que podía abordar desde amores apasionados a amistades de toda la vida. La famosa Madame de Sevigne y la trascendencia a través de sus cartas a su hija, así como Victoria Ocampo, en la Argentina, directora de la revista Sur, y cuya correspondencia creo que ha sido más frondosa que sus obras literarias publicadas para el público, dan cuenta de un aspecto” virtual”, si podemos homologarlo a lo que ahora es la vinculación de modo “no presencial”.
De hecho, hoy en día manejamos ese material, dejado por Sigmund Freud, a través de cartas y escritos. La actividad epistolar era más frecuente que la presencia, en las épocas en que la actividad social se consideraba “presencial”.
Escribir lleva tiempo, pero mucho menos que el traslado de un país a otro. Esa limitación no fue impedimento para el encuentro entre seres humanos y la posibilidad de compartir y hasta coincidir en ideas, actividades, pasiones en común, a muchos kilómetros de distacia.
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La distancia
Una pareja hoy en día puede compartir una empresa laboral, hijos, rutinas cotidianas, sin llegar a acortar las distancias entre dos seres humanos. Esa distancia suele ser una distancia convencional, y variable, de un grupo social a otro, por los estudios que se han realizado, por ejemplo, entre los que concurren a un estadio, para presenciar una actividad deportiva.
En la vida cotidiana, se coincide espacialmente en un medio público de locomoción, así como en bares, y lugares de gastronomía, sin que ello modifique el espacio que separa a una persona del mundo de la otra. Tocar la realidad del otro es algo que hace el amor y la literatura.
La comodidad de "como si" se estuviera ahí, en el beso, en el apretón que no es casual y molesta, suspende todo encuentro. El mundo de los objetos y las rutinas sigue adelante más allá de las perimidas tradiciones que ahora son ocupadas por los gadgets que el mercado ofrece y controla.
El bloqueo, visto como un mecanismo nuevo de distancia, propia de la era del WhatsApp y las redes, no es solamente una posibilidad de la realidad virtual, sino algo que tiene lugar en la cotidianeidad, cuando un cuerpo se sumerge en la distancia de los milímetros que la cómoda forma de estar le permite elegir como compañía.
Y el otro está ahí pero no atrae. Está demasiado disponible, pero de manera engañosa. Está en cuerpo, pero en un cuerpo cerrado al otro. “Cuerpo objeto” efecto del bloqueo.
“pensé que lo deseaba, pero no se lo dije. Estábamos sentados uno a lado del otro, pero cada uno en su comodidad y eso generó una distancia”. Sortear esa distancia era difícil porque la teníamos naturalizada...”.
Ahora nos dimos cuenta que nos habíamos dejado de abrazar, porque estar cómodos fue venciendo al placer de estar con el otro en un abrazo y un beso”.
La oportunidad hace al amante
Pero no todo encuentro corporal es oportuno para generar deseo. Porque el deseo se alimenta de lo que falta.
El espacio es una variable vinculada a lo corporal. Y cuando el espacio se modifica, se unifica y pierde dimensiones simbólicas no es sino a expensas de algo. El deseo.
Hacerle falta al otro es una tarea para la que hay que trabajar cuando la curiosidad se satisfizo de manera que bloquea las ganas.
No hay una economía estipulada para cimentar el deseo. Hay lo que las sombras de las dudas sirven para alimentarlo. O para cubrir su ausencia.
La presencia no es sin la ausencia. En grados de permutabilidad indescifrables ya que lo contingente sobrevuela el mundo humano.
Bloquear a alguien al contacto cero, puede ser simplemente convivir con lo extraño como conocido, con lo íntimo como lo más ajeno. Bien sabemos que cuando una pareja se separa se encuentra recién con el desconocido que antes no pudo visualizar.
Se ve lo que se desea ver hasta que la realidad hace obstáculos que terminan haciendo imposible una relación. O podemos pensar que una vida es la manera en que se sortea la realidad para seguir viendo lo que se desea ver.
“La pared que nos separaba no era de ladrillos. Era de costumbre. Me resultaba imposible atravesarla”.
Pocas palabras verdaderas tienen lugar en medio de la maraña verbal babosa y las supuestas buenas costumbres… Personas que se excitan en ambientes sórdidos. Lo sórdido no excluye algo de lo agalmático.
El cuerpo no es excusa para los encuentros, eso ya lo sabemos. Decir “presente” requiere dejar de lado la capacidad de no camuflarse con la nada. No es casual que la palabra más común en mi país es “boludo”.
Un boludo es alguien que se camufla. Que está en su mundo, en su limbo. Que se junta con otros para seguir haciendo ese papel del que no se compromete, por ejemplo. De quien no se da cuenta. Uno se puede hacer el boludo con un cuerpo, un tiempo. Pero ese tiempo de poner el cuerpo y nada más deja un agujero.
El deseo habita un cuerpo o no lo habita. Lo deja librado a ser mero objeto de sostén de las miradas o de las acciones de los otros.
En el mundo del multitasking hay un “hacer de todo” sin asir nada.
Se tiende a identificar esto con una forma de hacer “femenina”, por esto de que los hombres no podrían hacer dos cosas al mismo tiempo.
Este criterio me parece poco convincente. Más bien habría que ver de qué manera hacer viable esta nueva convivencia entre presencias ausentes y ausencias presentes.
El orden simbólico ha sido la tarea humana por excelencia para delimitar espacios y funciones.
Habrá que empezar a tomar decisiones sobre lo que queremos para nuestra forma de vivir, que no nos tomen de sorpresa. La ausencia cuando es espacio disponible entre dos personas, genera el deseo del reencuentro. La presencia puede ser sustrato material donde el deseo que habita al ser humano se disfraza de hábitos y obligaciones.
En un mundo habitado por perfiles y avatares es un mundo donde hay que volver a encontrar las coordenadas del amor.