Ya hace tiempo que nuestra concepción de lo que es la violencia ha abandonado la rigidez de antaño para incluir muchos comportamientos que no se basan en las agresiones físicas. Los insultos y las agresiones verbales en general, por ejemplo, también se consideran tipos de violencia. De hecho, son de las más comunes.
Es por eso que es muy importante preguntarnos si sabemos cómo afrontar las interacciones con agresores verbales, esas personas que de forma sistemática y a veces casi inconsciente utilizan palabras con el fin de dañar el sentido de la dignidad de los otros.
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¿Cómo son los agresores verbales?
No existe un perfil demográfico o socio-económico de los abusadores verbales, pero sí ciertos estilos de comportamiento que los definen. Por ejemplo, una baja resistencia a la frustración e impulsividad, lo cual hace, entre otras cosas, que sean malas siguiendo una línea de razonamiento en un debate o discusión.
Las emociones vinculadas al enfado o al menosprecio llevan las riendas del tipo de discurso que utilizan para explicar su punto de vista, así que el único aspecto del contenido de su mensaje que cuidan es el que expresa lo poco que vale la persona a la que dirigen sus agresiones verbales.
También son relativamente incompetentes a la hora de comprender las argumentaciones de los demás; si les hacen sentir mal, actúan como si no las hubiesen escuchado. No porque sean poco inteligentes, sino por su alta implicación emocional en las discusiones, por mínimas que sean. Además, tratan de hacer que los otros sean cómplices de las descalificaciones, mezclándolas con humor para ridiculizar al otro.
Los agresores verbales son muy numerosos, ya que el uso de insultos y etiquetas peyorativas está relativamente permitido en muchos contextos.
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Las descalificaciones simbólicas y emocionales
Otro aspecto de la agresión verbal es que cuenta con aliados aún más indirectos y sutiles. Corresponden a las agresiones simbólicas y emocionales, que a pesar de ser no verbales funcionan a través de un código que transmite ideas y que, por consiguiente, puede causar daño o malestar.
Llegar a reconocer los casos de descalificaciones simbólicas no verbales puede llegar a ser algo complicado en algunos casos, ya que el margen para la interpretación es más amplio, pero en cualquier caso hay que tener claro que no es algo que pueda ser admitido.
Cualquier ataque hacia nosotros que no se produzca de forma física, sino mediante símbolos y palabras, tiene un efecto sobre nosotros; aunque no se aprecie materia o energía fluyendo en nuestra dirección tal y como pasaría si nos propinasen un puntapié, eso no significa que los insultos y malas palabras sean menos reales. Parte de la asertividad consiste en velar por la propia dignidad, y si los agresores verbales la comprometen, hay que confrontarlos… pero no de cualquier modo.
Cómo desactivar a un agresor verbal
Cuando alguien utiliza un término utilizado para descalificar (ya sea un insulto o una palabra usada para minimizar nuestra opinión, como “pequeño” o “párvulo”) y entendemos que ha sido una salida de tono poco habitual, es importante dar el mensaje de que ese comportamiento concreto tiene consecuencias claras desde ese mismo momento.
Es por eso que, en vez de preocuparnos por rebatir el contenido y las argumentaciones que ha utilizado el otro, debemos llamar la atención sobre la agresión verbal y no permitir que el diálogo siga fluyendo hasta que la otra persona no reconozca su error y se disculpe. Por muy importante que aparente ser la argumentación del otro, hay que ignorarla hasta que no se obtenga una disculpa.
Este bloqueo de la conversación se plantea como un incidente cuya responsabilidad es del otro por romper con las normas de la buena comunicación. De este modo, se le fuerza a elegir entre una opción que lo hará renunciar a buena parte de su posición de ficticia superioridad u otra en la que muestra su incapacidad para mantener un diálogo sin incurrir en una falta muy básica contra la cual son educados los niños más pequeños.
En caso de reincidir
Cuando los abusadores verbales vuelven a caer una y otra vez en la descalificación, hay que hacer que nuestra reacción siga el mismo ritmo; se detiene el diálogo tantas veces como haga falta para centrar toda la atención sobre la agresión verbal.
Cuando las disculpas no aparecen
En el caso de que el agresor verbal se niegue a reconocer su error y no se disculpe, lo más eficaz es hacer que pague también por eso. ¿Cómo? Llevando hasta el final la lógica del bloqueo de la comunicación que habíamos seguido hasta ese momento: saliendo físicamente de ese lugar. Esa acción será una manifestación explícita y visible por todos del fracaso de los intentos de comunicarse del agresor verbal.
Si permanecemos en el sitio pero nos negamos a hablar con esa persona, el impacto de esa medida es menor, porque pasa desapercibida hasta los momentos en los que se nos interpela para que digamos algo.
Referencias bibliográficas:
- Evans, P.(2009). The Verbally Abusive Relationship. Adams Media
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