¿Qué demandas esconde el amor-pareja? La modalidad vincular tiene las huellas de su época, lo generacional y lo singular de la relación. La palabra “amor” nos invita a recorrer los senderos de la relación humana enlazada con el deseo.
La pregunta que funda todo ser humano y toda pareja es: “¿Qué quiere el otro de mí?”, generando relaciones humanas enigmáticas, productoras de frecuentes tensiones vinculares. El amor está hecho de palabras, donde tanto la constitución singular como la vincular se van despojando de los sentidos de la construcción filial para hacerse de rasgos propios.
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Amar es querer ser amado
En todo vínculo nos arrojamos al encuentro con un otro que no es transparente, sino que lleva consigo sus opacidades y vacilaciones. Es grato pensar que la experiencia de amar implica abismarnos a un otro, perdernos justo ahí donde ese otro no es plenamente calculable.
Siguiendo a Lacan y su planteo de la valentía de amar junto a lo fatal del destino, el amor siempre implica pérdidas: de ilusiones, de ideales, de narcisismo; pérdidas porque la relación puede terminar en cualquier momento de la vida; pérdidas porque, al elegir un amor —al menos en una relación monogámica— podemos estar dejando otras posibilidades de lado. Amar es aceptar que el enamoramiento estaba colmado de nuestras idealizaciones, y que el otro no es tan perfecto como nuestra fantasía nos hacía creer, y aun así, decidir compartir la vida con ese otro.
Desde Freud, podríamos decir que el amor implica valentía, porque para amar es necesario entregar una parte del propio narcisismo: “El que ama ha sacrificado, por así decir, un fragmento de su narcisismo y solo puede restituírselo a trueque de ser amado”. Y es también valentía porque implica entregar nuestro yo a la posibilidad de ser transformado por la relación con el otro: “Allí donde el amor despierta, muere el yo, déspota, sombrío”.
En esa entrega valiente, se encuentra en el horizonte el destino fatal, no solo porque no sabemos a dónde nos conducen nuestras elecciones inconscientes, sino también porque el amor puede terminar, ya sea por decisión de alguno de los involucrados o incluso por la muerte. En ese momento es necesario comenzar un trabajo de duelo para elaborar la pérdida y armarse nuevamente de valentía para volver a amar.
Lacan, hablando de la estructura del amor en nuestra época, dice: “Amar es querer ser amado”. Amar —al menos hoy— es pedir implícitamente al ser amado un amor que pueda reparar o compensar la falta que sentimos, el vacío o la carencia que experimentamos por dentro. En este sentido, todo amor parece constituir una solicitud de amor a cambio.
Sin embargo, Lacan propone algo original: el don de amor, por suerte, se resiste al intercambio. Por eso es un don. Cuando el amor se da por vías distintas al intercambio, genera ruido. La queja constante y el reclamo parten de una demanda rígida que ubica al otro del lado de la deuda, mientras que la pregunta introduce movimiento, la posibilidad de otro modo de vínculo.
Generalmente, la neurosis transforma los signos de amor que recibe del otro en una obligación insostenible, si no en una deuda que el otro nunca consigue pagar. Por eso, en ocasiones, el ser amado huye para desobligarse de devolver lo que gratuitamente recibió.
Actualmente se escucha en la clínica la exigencia de un amor sin fisuras, donde el velo de la intimidad se ha perdido en las redes sociales.
Otro extremo donde se sostiene el mito neurótico son las situaciones de violencia, donde el control intenta dominar y convertir a la pareja en un objeto de “propiedad privada”, desplegando formas de apoderamiento donde todo puede ser visto y escuchado. Este despliegue reduce la intimidad de pareja. La energía se concentra en controlar al otro, obviando el intercambio que permite aceptar las diferencias y nutrirse de ellas.
El mito de la complementación
Es necesario aceptar que el otro no nos completa y que no se comporta igual que nosotros. Esta aceptación del otro requiere trabajo, y es precisamente lo que suele generar conflictos en el amor. El amor no garantiza la felicidad eterna; detrás del amor, siempre nos encontramos con nuestra propia soledad.
Vivimos en un tiempo veloz, seguros de que nada durará mucho, de que nuevas oportunidades devaluarán las ya existentes. Y esto ocurre en todos los aspectos: con objetos materiales, relaciones humanas e incluso con la percepción que tenemos de nosotros mismos, cómo nos evaluamos, qué imagen tenemos de nuestra persona, qué ambición nos guía. Todo cambia rápidamente. Somos conscientes de que somos cambiables y, por lo tanto, tenemos miedo de fijar algo para siempre —continúa Zygmunt Bauman.
Se necesita tiempo para construir una pareja, a veces construyendo la idea falsa de un “para siempre” como forma de confiar y abrirse al otro, generando una existencia relacional. A diferencia del siglo pasado, donde amar era para siempre (y eso llevaba muchas veces a soportar lo insoportable con tal de mantener una buena imagen ante la sociedad), la época actual parece haberse volcado al otro extremo: la independencia frente al otro, el individualismo y los vínculos líquidos.
Existen muchos tipos de vínculos que se fundan en pactos conscientes e inconscientes. En la clínica, se observa el incremento de la exigencia de compatibilidad total, la ilusión de que nada debe quedar oculto. Por supuesto, esto no es más que una ilusión: es imposible decirlo todo y, además, lo que decimos siempre es una verdad a medias.
En una cultura atravesada por la ideología de la transparencia, donde la tecnología funciona como un “Dios que todo lo ve”, este síntoma liquida lo singular del sujeto, aquello que resiste al arrasamiento de lo íntimo, generando violencias. En vez de pensar lo íntimo como vivificante, desde esa instancia que queda velada al otro —y que es estructuralmente necesaria—, se lo ataca como si fuera un obstáculo, cuando en realidad es una forma de cuidar lo singular y, por lo tanto, al vínculo.
En otro orden, podemos ubicar el secreto. Cuando forma parte de un pacto que evita la circulación de un contenido potencialmente disruptivo o peligroso, puede volverse mortífero para la subjetividad y para el vínculo, pues arrastra lo traumático encriptado: “de eso no se habla”.
El deseo nunca se corresponde con el ideal. La pareja desea otras cosas, ambiciona relaciones diferentes, siente de forma distinta, piensa diferente. Una pareja que no produce marcas no ha logrado pasar la “relación especular”; no ha aprendido el interjuego de los deseos, y solo busca lo narcisista en el otro: que el otro comparta deseos, expectativas, ambiciones, ilusiones, etc.
¿Cómo resguardar lo íntimo en un contexto donde todo puede ser observado? ¿Será posible pensar que algunos secretos pueden ser un refugio? Quizás el psicoanálisis tenga algo que ofrecer, tal vez “un lugar donde las parejas puedan decirle lo que suponen que les pasa, con la seguridad de que no se lo va a repetir a nadie” (Allouch, 2008).
Piera Aulagnier, plantea que el derecho al secreto “es una condición vital para el funcionamiento del Yo”. La discontinuidad forma parte de la vida, sin embargo, a menudo escuchamos el sufrimiento que genera el desencuentro con eso que se supone o espera del otro. Freud plantea obstáculos en el vínculo, tiende frecuentemente a encontrar lo propio en el otro.
Para Lacan el analista no vale como tal para el sujeto, sino como semblante de los objetos primordiales. El analista apunta a la separación del Otro que captura. Ambos preparan a las personas a las resonancias de sus dichos en el proceso terapéutico.
¿Será posible que lo propio del amor sea su encuentro con lo ajeno, y no con la confirmación del sí mismo?
Partimos de la base de lo que se necesita de un acto para cuidar la compañía de alguien, aprendiendo el interjuego de los deseos sin buscar lo narcisista en el otro. Pensemos en la pareja como un espacio de tensión, es un lugar posible de conflicto, en transformación constante, movimiento pensado desde los cambios, no en sentido de progresar sino de dinamismo.
Cada pareja lleva en sus cimientos la forma de procesar la crítica, los desacuerdos, los malos entendidos construidos desde dentro de la relación, haciendo discernimiento y distinciones vinculares. Se trata de un espacio para disfrutar de lo diferente del otro, dando lugar a la presencia y no en liquidez de los afectos de la época.
El descubrimiento recíproco y la confianza se construyen, requiere de tiempo ir cediendo e incorporando las vivencias del otro, de cambios y modificaciones. Cuando hablamos de la pareja, estamos hablando del interjuego de identificaciones con otros seres importantes que transitaron por la vida de cada integrante con sus estilos vinculares.
¿Dónde trazamos la línea, el borde, entre el yo y el otro por medio de un ejemplo?
Una escena muy representativa de un conflicto conyugal, escena que se encuentra en la película "Marriage Story" (Historia de un matrimonio). En una de las escenas más intensas, los personajes principales, Charlie y Nicole, tienen una discusión acalorada sobre su relación y los efectos de su separación en su hijo. Durante esta escena, se desnudan emocionalmente, revelando sus frustraciones, resentimientos y el dolor que ambos han estado guardando. La comunicación se vuelve caótica y llena de acusaciones, lo que refleja la dificultad de manejar las emociones en medio de un proceso de divorcio.
Este tipo de conflicto, donde se entrelazan el amor, la pérdida y la lucha por la custodia, puede ser un claro indicativo de la necesidad de intervención terapéutica para ayudar a la pareja a navegar sus sentimientos y encontrar caminos con un menor grado de dolor. La película, en su conjunto, aborda temas de amor, desamor y la complejidad de las relaciones, lo que la convierte en un excelente ejemplo para explorar la dinámica de conflictos conyugales.
El tratamiento de pareja posibilita dejar atrás lo que se supone que hizo el otro, para que cada uno hable desde lo que le duele en el vínculo, un dolor que a veces no tiene nada que ver con algo que el otro haya hecho o dejado de hacer. A veces le pedimos mucho al otro, hay un punto en el que ese idioma íntimo de las parejas, en donde las expectativas, no logran algo conjunto. La psicoanalista Silvia Ons explicaba: “El imperativo de la felicidad atenta contra las relaciones.”
Las parejas duran poco por los imperativos, el imperativo de gozar permanentemente hace que no se tolere ningún tipo de deflación de parte del otro, ninguna frustración. ‘Debo gozar todo el tiempo’, entonces si el otro no me lo permite o el otro no me brinda eso, lo dejo, lo desecho’ (Silvia Ons ).
Es frecuente en las consultas el tema de infidelidad, que contiene aspectos más amplios. Si las parejas tienden a la obsesión, cada quien juzga de acuerdo con su fantasía. Hay algo de la infidelidad que es intrínseca en la relación; el punto es qué hace la pareja con ella. En general, se reprime una pulsión sexual, desviando su energía en otras formas de actuar, donde se tenga en cuenta a la pareja.
Los motivos que pueden llevar a alguien a ser infiel también son de lo más diversos, no siempre es por una cuestión de deseo que alguien se inclina hacia otro vínculo. En la práctica del psicoanálisis se confirma lo contrario de lo que dice el refrán (“busca afuera lo que no encuentra en casa”); a veces alguien es infiel porque tiene miedo de perder a quien ama, o porque siente una dependencia de la que quiere escapar.
En más de un caso, el temor es un motivo más fuerte que el deseo. En otras situaciones, la mujer o el hombre se han vuelto demasiado protectores y se encuentran teñidos de aspectos filiales. Ella se convierte en una madre y él en un padre; ahí el deseo no es posible. Sin embargo, no es en este tipo de cuestiones que quisiera detenerme. Prefiero que estas líneas apunten a una consideración menos descriptiva. Quisiera proponer una idea que sirva para quitarle a la infidelidad su dimensión moral, para interpretarla por una vía más comprensiva.
El psicoanálisis es una práctica que busca ir más allá de este tipo de análisis moral para situar los hechos en su complejidad. En los tratamientos con parejas, que a veces se inician con infidelidades, el primer paso es dejar a un lado la acusación reactiva (tanto como una justificación), para ubicar que no es tan obvio, qué ocurrió, cuando ocurrió un episodio que se nombra como “infidelidad”.
El inicio de un tratamiento de pareja se da cuando es posible dejar atrás el modo de hablar que se le atribuye al otro, para que cada uno hable desde lo que le duele en el vínculo con el otro. Un dolor que a veces no tiene nada que ver con algo que el otro haya hecho o dejado de hacer.
Mi interés es pensar de qué, de se trata en la expectativa de fidelidad. La fidelidad no es algo que se pueda acordar, sino que es una demanda, que se pide, no siempre de manera explícita, es algo que se espera del otro.
Quizá pueda parecer extraño mi planteo, porque hoy es más corriente pensar que en la pareja se trata de consensos, negociaciones, contratos, etc. Por ejemplo, se piensa la monogamia como un acuerdo, como si las personas pudieran decidir respecto de su deseo.
Una pareja siempre se trata de tres, es decir, uno, otro y el deseo, que es un tercero, porque incluso si fuera el caso de que dos deseen lo mismo, no lo hacen de la misma manera. De esta manera, el deseo descompleta cualquier pretensión de contrato en una pareja.
El deseo del otro nos excede, quizá podríamos aspirar a ser el único, pero así solo sufriremos. ¿Quiere decir esto que tenemos que aceptar la infidelidad sustancial del deseo? Son dos cuestiones diferentes: podemos aceptar que no podemos controlar el deseo del otro; también podemos pedirle a alguien que sea fiel.
La demanda de fidelidad
Ahora bien, ¿en qué consiste la demanda de fidelidad? Esto es lo verdaderamente importante. Por un lado, es una demanda (de algo) imposible. Porque no hay modo de pedirle a alguien que sea fiel, salvo que le estemos pidiendo que renuncie a su deseo, lo que cancelaría inmediatamente la posibilidad de la pareja. Las parejas controladoras son las primeras en perder el erotismo.
Además, es posible que alguien prometa que será fiel, pero ¿cómo puede saberlo? De acuerdo con lo planteado en el principio, puede que lo sea en los “actos”, pero ¿en el pensamiento o en los sueños? La demanda de fidelidad es imposible de formular, porque también es imposible de ser cumplida.
Dicho de otro modo, si la expectativa de fidelidad se entiende, literalmente, como demanda que impide que el otro desee o controla sus actos, encallará tanto con su imposibilidad, como con el malestar que hace del otro un eventual traidor.
Se le cobra de antemano la terceridad que el deseo introduce en toda pareja. Por esta vía, el amor se vuelve sospecha, la relación se somete a vigilancia, la fidelidad no construye nada entre dos personas. Así recaemos en la fidelidad como fenómeno moral.
Pensemos en una versión alternativa de cómo entender la fidelidad, que no sea limitativa y destaque mejor su condición constructiva. ¿A qué me refiero? A que no por pedir lo imposible se deja de pedir algo que puede ser reconocido como legítimo.
En este sentido, creo que la demanda de fidelidad se puede plantear en los siguientes términos: “Te pido fidelidad, no para que seas fiel, sino para que sepas que te lo pido, para que te importe mi demanda”. Creo que así es posible pensar la fidelidad desde un punto de vista que, antes que apuntar a qué, si el otro hace tal o cual cosa, le concede la posibilidad de una respuesta.
¿Quiere decir esto que hay que olvidarse de la fidelidad? Este parece ser el nuevo giro de época, que promueve la apertura de relaciones y el poliamor como sanción de la hipocresía de los mandatos. Sin embargo, pensar la fidelidad desde el mandato permanece aún en una perspectiva moral, que empobrece el planteamiento más serio de la fidelidad como demanda.
¿Estamos dispuestos a demandar y reconocernos demandantes sin la expectativa de que el otro cumpla con nuestra demanda? ¿Estamos dispuestos a dejarnos afectar por la demanda del otro sin empezar con la neurosis infantil de la pérdida de libertad?
Es con este tipo de preguntas que podemos pensar una verdadera deconstrucción de la idea de pareja, que no recaiga en las versiones del contractualismo, que no desvíe hacia las nuevas morales del amor libre y que apunte a lo igualitario, pero sin desconocer la disimetría que toda relación de vulnerabilidad implica. Si en una pareja el deseo es un tercero, la vulnerabilidad no corre por partes iguales.
El Ideal se constituye a partir del intento de recuperar algo del narcisismo perdido. Quizá pueda parecer extraño mi planteo, porque hoy es más corriente pensar que en la pareja se trata de consensos, negociaciones, contratos, etc. Por ejemplo, se piensa la monogamia como un acuerdo, como si las personas pudieran decidir respecto de su deseo. Una pareja siempre se trata de tres, es decir, uno, otro y el deseo, que es un tercero, porque incluso si fuera el caso de que dos deseen lo mismo, no lo hacen de la misma manera.
El deseo del otro nos excede, quizá podríamos aspirar a ser el único, pero así solo sufriremos. ¿Quiere decir esto que tenemos que aceptar la infidelidad sustancial del deseo? Son dos cuestiones diferentes: podemos aceptar que no podemos controlar el deseo del otro; también podemos pedirle a alguien sea fiel.
Se trata de un espejo que nos muestra cómo deberíamos ser para lograr ser amados. No obstante, dicho Ideal tiene un revés siniestro: el castigo y la punición cuando no logramos encajar en dicha exigencia. Vale decir, no puede ser coaccionado, obligado. Por más que así se lo quiera, no será amor, sino una artificialidad poco sustentable.
Amar es dificultoso, no solo por el imaginario e imperativo social, sino porque nos conmueve en nuestra singularidad. Amar es que algo hace eco en nuestras fantasías y interpela nuestra posición como sujetos.
En este sentido, ¿qué es amar? ¿El concepto, el acto/el verbo o la imagen de los enamorados? Sugiere la obra de Magritte: “Esto no es una pipa”, no sabemos lo que es o si es. Ah, pero el amor, a veces, hay que fumarlo en pipa… parece. No hay una sola forma de amar, sino que amamos de muchas maneras.
Le damos vida con cada descubrimiento recíproco donde la confianza se construye, se requiere de tiempo ir cediendo, incorporar vivencias del otro. Cuando hablamos de la pareja, estamos hablando de todos los trocitos, identificaciones con seres importantes que transitaron por la vida de cada integrante, estilos vinculares. El amor no puede solucionar un conflicto sin modificar y cambiar otras cosas.
En conclusión, es una experiencia de transformación personal, con alguna experiencia de insatisfacción que tiene que haber y es por ahí donde entra el otro.


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