Imaginemos que hace tiempo que no comemos y tenemos hambre. Imaginemos también que en esta situación nos ponen delante nuestro plato favorito. Seguramente empezaremos a notar con más intensidad el hambre que tenemos, y notaremos como empezamos a secretar saliva. De un modo menos perceptible nuestro sistema digestivo, espoleado por la visión y olor de la comida, empezará a prepararse para el acto de comer. Imaginemos ahora que nos dan un calambrazo, o un pinchazo. Nos alejaremos de inmediato de su fuente, a modo de reflejo.
Todos estos ejemplos tienen una cosa en común: la fuente del calambre o el pinchazo o la presencia de comida son estímulos que nos han generado una respuesta inmediata, por sí mismos. Se trata de estímulos incondicionados, un concepto del que vamos a tratar a lo largo del presente artículo.
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¿Qué es un estímulo incondicionado?
Recibe el nombre de estímulo incondicionado todo aquel estímulo o elemento que posea la capacidad de generar una respuesta autónoma y de manera regular a una persona o forma de vida, siendo dicho estímulo algo biológicamente relevante para este.
Dicho estímulo incondicionado puede ser tanto apetitivo como aversivo, pudiendo suponer tanto un beneficio como un perjuicio para el sujeto a ser que lo experimenta. La respuesta que generan en el organismo o ser vivo, por ejemplo la activación de algunos sistemas corporales o el movimiento reflejo, también reciben el nombre de incondicionados. Es importante tener en cuenta que estas respuestas se dan a nivel innato, no siendo producto de la reflexión o la valoración subjetivas de si algo nos es agradable o desagradable.
Si bien son muchos los estímulos que pueden considerarse incondicionados, lo cierto es que por lo general están vinculados con procesos básicos para nuestra supervivencia: el dolor o la respuesta de lucha/huida ante un ataque, la presencia de alimentos o la presencia de estímulos sexualmente atractivos. Sin embargo hay que tener en cuenta que el estímulo concreto puede variar enormemente en función de la especie o incluso de la configuración cerebral.
Su papel en el condicionamiento clásico
El estímulo incondicionado, el cual genera una respuesta incondicionada y natural, no es sólo es importante por sí mismo sino que es además la base (según la perspectiva conductista) que permite la creación de asociaciones, las cuales son a su vez la base de la aparición del aprendizaje y la conducta según el conductismo clásico.
Y es que en el medio existen una gran cantidad de estímulos que no nos generan una reacción directa, que en principio nos son neutros. Pero que si se asocian repetida y consistentemente con un estímulo incondicionado pueden asociarse a él y hacer que generen una respuesta idéntica o semejante a la que genera el estímulo incondicionado en sí.
Así, la asociación entre estímulos incondicionados y neutros, que pasan a convertirse en condicionados, son una base de la capacidad de aprendizaje y adquisición de conductas simples. Este proceso es el que se denomina condicionamiento (ya que uno, el incondicionado, condiciona al otro) que en lo que respecta a la simple asociación entre estímulos y respuestas se denomina condicionamiento clásico.
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Incondicionado pero no inalterable
El estímulo incondicionado tiene la capacidad de generar una respuesta por sí mismo, pero ello no quiere decir que siempre vaya a generar una respuesta incondicionada. Es posible que un estímulo incondicionado se devalue y pierda sus propiedades.
Un ejemplo de ello es la saciación, un proceso en el que el hecho de someterse abundantemente a la exposición a un estímulo que genera una respuesta refleja acaba haciendo que la respuesta a este disminuya. Por ejemplo, si comemos mucho y nos exponemos a comida (estímulo incondicionado) no nos generará una respuesta dado que ya estamos saciados.
También puede producirse una habituación al estímulo: la repetición de la exposición al estímulo a lo largo del tiempo hace que la respuesta que genere sea menos intensa. Por ejemplo si es habitual la exposición a estímulos sexuales, el estímulo en cuestión puede perder (aunque también incrementar, existiendo sensibilización en vez de habituación) parte de su poder apetitivo.
Por último puede producirse un contracondicionamiento, en que se empareja un estímulo incondicionado con otro estímulo que genere una respuesta opuesta. Podríamos decir que el estímulo incondicionado pasa a ser estímulo condicionado, generando una respuesta donde antes había otra.
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