Cuando se habla acerca de psicología, es posible que muchas personas piensen en rasgos de personalidad, trastornos mentales o sesgos cognitivos. En definitiva, elementos que podemos relacionar con una sola persona: cada uno tiene su nivel de inteligencia, la presencia o ausencia de un trastorno diagnosticado, o una propensión a caer en ciertos engaños de la mente. Sin embargo, hay un tema que también es muy abordado por la psicología: el modo en el que las relaciones interpersonales nos cambian.
Los paradigmas imperantes en la primera mitad del siglo XX en psicología, que eran la psicodinámica nacida con Sigmund Freud y el conductismo defendido por B. F. Skinner, sostenían la idea de que el fundamento del afecto entre las madres y sus hijos e hijas de corta edad es la alimentación y, más concretamente, la lactancia. A su modo, cada una de estas dos corrientes psicológicas tan distintas entre sí en la mayoría de sus planteamientos proponían la misma idea: que bebés y madres empezaban a involucrarse en conductas afectivas gracias a la necesidad de los primeros de ser alimentados. Justo después del nacimiento, el principal papel de las madres consistía en proveer de alimento a su descendencia.
Sin embargo, los psicólogos John Bowlby y, más adelante, Harry Harlow, asestaron un duro golpe contra esta teoría. Es gracias a ellos que hoy sabemos que el afecto en su sentido más puro y literal es una necesidad fundamental de los niños y niñas. En concreto, el experimento con monos de Harry Harlow sobre la privación materna es un ejemplo de esto.
El precedente: Bowlby y la teoría del apego
A mediados del siglo XX, un psiquiatra y psicólogo inglés llamado John Bowlby realizó una serie de investigaciones enmarcadas en lo que se conoce como teoría del apego. Esta es un marco de debate en el que se exploran los fenómenos psicológicos que están detrás de nuestra manera de establecer lazos afectivos con otros seres, y en él tiene una especial importancia la manera en la que los padres y madres se relacionan con sus bebés durante los primeros meses de vida de este último.
El motivo de este interés por las primeras etapas de formación de vínculos es simple: se asume que el modo en el que los pequeños estrechan relaciones continuadas, próximas y con muestras de afecto con otros influirá en su desarrollo hacia la adultez y tendrá un impacto, posiblemente de por vida, en varias de sus características psicológicas.
Las investigaciones de Bowlby
A través de varios estudios, John Bowlby concluyó que el hecho de que cada bebé disponga de manera regular del cariño materno es una de las necesidades más importantes de cara a su correcto crecimiento.
En parte, esto se basaba en sus creencias: Bowlby adoptó un enfoque evolucionista, y defendía la idea de que tanto en las madres como en los recién nacidos se expresan unos genes especialmente seleccionados para hacer que ambos formen un fuerte vínculo emocional. Es decir, creía que el establecimiento del apego maternal estaba programado genéticamente, o al menos una parte de este. Además, sostuvo que el vínculo más fuerte que toda persona puede llegar a establecer es el que se basa en la relación que tuvo con su madre durante los primeros años de vida.
Este fenómeno, al que dio a llamar monotropía, no se llegaba a consolidar si este intercambio de gestos afectuosos acompañado de contacto físico (clásicamente, durante la alimentación en la lactancia) se daba una vez cumplido el segundo año de vida del bebé, y no antes. Es decir, que la privación materna, la ausencia de un contacto regular con una madre que proporcionase afecto durante los primeros meses de vida, resultaba muy perjudicial por ir en contra de aquello para lo que nuestra genética nos habría programado.
¿En qué consistieron estos estudios?
Bowlby también se apoyó en datos empíricos. En este sentido, encontró algunos datos que reforzaban su teoría. Por ejemplo, a través de una investigación encargada por la Organización Mundial de la Salud acerca de los niños y niñas separados de sus familias a causa de la Segunda Guerra Mundial, Bowlby encontró indicios significativos de que los jóvenes que habían experimentado privación materna por vivir en orfanatos tendían a presentar retraso intelectual y problemas para gestionar exitosamente tanto sus emociones como las situaciones en las que debían relacionarse con otras personas.
En una investigación similar, observó que entre los niños que habían estado recluidos durante varios meses en un sanatorio para tratar su tuberculosis antes de cumplir los 4 años, tenían una actitud marcadamente pasiva y montaban en cólera con mucha más facilidad que el resto de jóvenes.
A partir de ese punto, Bowlby siguió encontrando datos que reforzaban su teoría. Llegó a la conclusión de que la privación materna tendía a generar en los jóvenes un cuadro clínico caracterizado por el desapego emocional hacia las otras personas. Las personas que no habían podido formar un lazo de apego íntimo con sus madres durante sus primeros años eran incapaces de empatizar con los demás, porque no habían tenido la oportunidad de conectar emocionalmente con alguien durante la etapa en la que habían sido sensibles a este tipo de aprendizaje.
Harry Harlow y el experimento con monos Rhesus
Harry Harlow fue un psicólogo estadounidense que durante los años 60 se propuso estudiar en el laboratorio la teoría del apego y de la privación maternal de Bowlby. Para ello, realizó un experimento con monos Rhesus que bajo los estándares éticos actuales sería irrealizable por la crueldad que involucraba.
Lo que Harlow hizo fue, básicamente, separar a algunas crías de macaco de sus madres y observar de qué manera se expresaba su privación maternal. Pero no se limitó a observar pasivamente, sino que introdujo en esta investigación un elemento con el que sería más fácil saber lo que sentían las crías de macaco. Este elemento era el dilema de elegir entre algo parecido al contacto físico relacionado con el afecto y la calidez, o la comida.
Sustituyendo a la madre
Harlow introdujo a estas crías dentro de jaulas, espacio que debían compartir con dos artefactos. Uno de ellos era una estructura de alambre con un biberón lleno incorporado, y la otra era una figura similar a un macaco adulto, recubierto con felpa suave, pero sin biberón. Ambos objetos, a su manera, simulaban ser una madre, aunque la naturaleza de lo que le podían ofrecer a la cría era muy diferente.
De este modo, Harlow quería poner a prueba no solo las ideas de Bowlby, sino también una hipótesis diferente: la del amor condicional. Según esta última, las crías se relacionan con sus madres básicamente por el alimento que les proporcionan, que objetivamente es el recurso con mayor utilidad a corto plazo desde una óptica racional y "economicista".
Lo que se descubrió
El resultado le dio la razón a Bowlby. Las crías mostraban una clara tendencia a estar aferrados al muñeco de felpa, a pesar de no proporcionar comida. El apego hacia este objeto era mucho más notorio que el que profesaban hacia la estructura con el biberón, lo cual iba a favor de la idea de que es el vínculo íntimo entre madres y crías lo realmente importante, y no el simple alimento.
De hecho, esta relación se notaba incluso en el modo en el que las crías exploraban el entorno. El muñeco con felpa parecía proporcionar una sensación de seguridad que resultaba determinante para que los pequeños macacos se decidiesen a emprender ciertas tareas por propia iniciativa e incluso se abrazaban con mayor fuerza a este cuando tenían miedo. En los momentos en los que se introducía algún cambio en el entorno que generaba estrés, las crías corrían a abrazar el muñeco suave. Y, cuando se separaba a los animales de este artefacto de felpa, mostraban signos de desesperación y miedo, gritando y buscando todo el rato a la figura protectora. Cuando se volvía a poner al muñeco de felpa a su alcance, se recuperaban, aunque permanecían a la defensiva por si volvían a perder de vista a esta madre artificial.
Provocando el aislamiento en los monos
El experimento del muñeco de felpa y el biberón era de una moralidad dudosa, pero, Harlow fue más allá al empeorar las condiciones de vida de algunos macacos. Lo hizo recluyendo a crías de esta especie animal en espacios cerrados, manteniéndolas aisladas de cualquier tipo de estímulo social o, en general, sensorial.
En estas jaulas de aislamiento solo había un bebedero, un comedero, que era una deconstrucción total del concepto de "madre" según conductistas y freudianos. Además, en este espacio se había incorporado un espejo gracias al cual se podía ver lo que hacía el macaco pero el macaco no podía ver a sus observadores. Algunos de estos monos permanecieron en este aislamiento sensorial durante un mes, mientras que otros se quedaron en su jaula durante varios meses; algunos, hasta un año.
Los monos expuestos a este tipo de experiencias ya presentaban evidentes alteraciones en su manera de comportarse después de haber pasado 30 días en la jaula, pero los que permanecieron un año completo quedaban en un estado de pasividad total (relacionada con la catatonia) e indiferencia hacia los demás del que no se recuperaban. La gran mayoría terminaron desarrollando problemas de sociabilidad y apego al llegar a la etapa adulta, no se interesaban en encontrar pareja o tener descendencia, algunos ni siquiera comían y terminaron muriendo.
Madres negligentes... o peor aún
Cuando Harry Harlow decidió estudiar el comportamiento maternal de los macacos a los que se había sometido a aislamiento, se encontró con el problema de que estos monos hembra no llegaban a quedar embarazadas. Para ello utilizó una estructura ("el potro de las violaciones") en las que las hembras quedaban fijadas con correas, obligándolas a ser fecundadas.
Las observaciones posteriores mostraron que estas hembras no solo no realizaban las tareas típicas de una madre de su especie, ignorando a sus crías durante la mayor parte del tiempo, sino que en ocasiones llegaban a mutilar a sus crías. Todo esto, en principio, a causa de la privación maternal, pero también por el aislamiento social, durante los primeros meses de vida.
Conclusiones: la importancia del apego
Tanto las investigaciones de John Bowlby como los experimentos de Harry Harlow son muy tenidos en cuenta actualmente, a pesar de que los segundos son, también, un caso de clara tortura hacia animales, y por sus implicaciones éticas han recibido fuertes críticas.
Ambas experiencias condujeron a ideas similares: los efectos de la ausencia de interacciones sociales que vayan más allá de las necesidades biológicas más inmediatas y que estén vinculadas a la conducta afectiva durante las primeras etapas de la vida acostumbran a dejar una huella muy seria y difícil de borrar en la vida adulta.