La familia es el nido en el que nacemos, donde nos sentimos arropados y desde donde echamos a volar. En condiciones ideales, la unidad familiar debería brindar apoyo, amor y protección de forma incondicional. Es en el seno familiar donde adquirimos una visión determinada del mundo y unos valores. Es así como todos adquirimos un sentido de quién somos y cómo debemos comportarnos. Para bien o para mal, los primeros vínculos que formamos en nuestra vida establecen el terreno donde se irán situando los cimientos de nuestra persona.
Lo cierto es que, si bien hay familias que cumplen su papel de manera correcta, esto no siempre es así. Son muchos los sistemas familiares disfuncionales que establecen dinámicas perjudiciales para sus miembros. El problema es que muchas veces ninguno de ellos ha conocido otra manera de vivir las relaciones, por lo que nadie repara en que algo falla en su manera de interactuar.
Si una persona crece dentro de un escenario familiar disfuncional, esta experiencia deja una huella psicológica difícil de borrar. Cuando quienes deberían ser un lugar seguro constituyen una amenaza, nuestra personalidad y nuestros esquemas acerca del mundo y de nosotros mismos se ven condicionados. En este artículo hablaremos con detenimiento acerca de qué es una familia disfuncional y cómo este tipo de entornos afectan negativamente a los hijos.
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¿Qué es una familia disfuncional y qué características tiene?
Las familias disfuncionales son, esencialmente, familias que fracasan a la hora de establecer dinámicas adecuadas que satisfagan las necesidades emocionales de sus miembros. Para comprender el enorme impacto que estas familias tienen en los hijos, debemos partir de la idea de que una familia no es un conglomerado de personas. Más bien, se trata de un sistema dinámico, dentro del cual los miembros forman vínculos en diferentes direcciones.
El sentido de la familia radica en que esta es proveedora no sólo de bienes materiales, sino también de protección, valores culturales y espirituales y, sobre todo, afecto y amor. Una familia disfuncional no es capaz de ofrecer todo esto, pues vive crisis y conflictos que le impiden alcanzar un estado de armonía. Como venimos comentando, las familias disfuncionales son aquellas que fracasan a la hora de satisfacer las necesidades emocionales de sus miembros. Más concretamente, se trata de entornos con características como las siguientes:
1. Presencia de abusos y malos tratos
Las familias disfuncionales se caracterizan por tener vínculos desorganizados, por los cuales las personas que deberían brindar amor y cuidados acaban por ser fuente de daño. En estos entornos priman las situaciones de abusos y malos tratos, que pueden ser de tipo físico, psicológico o sexual.
2. Invalidación emocional
En las familias disfuncionales suele respirarse un clima de marcada invalidación emocional. Los distintos miembros no comprenden ni aceptan lo que el resto puede sentir, llegando incluso a negar sus estados internos. Todo ello hace que cada individuo viva sintiéndose vacío, poco importante, incomprendido, etc. Hay una importante carencia de valores como el amor, la empatía y el respeto.
3. Presencia de diversas problemáticas
Las familias disfuncionales suelen funcionar en escenarios altamente estresantes. Más allá de sus dinámicas internas, suelen tener problemas adicionales. Ejemplo de ello es la adicción a sustancias o el desempleo. El resultado es una estructura caótica, desorganizada y violenta.
4. Inestabilidad e inseguridad
Las familias disfuncionales son caóticas y eso las hace impredecibles. Los hijos pueden estar atemorizados, ya que desconocen qué vendrá después. No hay un sentimiento general de confianza y seguridad, pues en cualquier momento todo puede explotar por los aires. Se trata de un entorno muy estresante donde la alerta constante es una realidad.
5. Hermetismo frente al exterior
Las familias disfuncionales suelen ser muy herméticas, de manera que no mantienen un intercambio frecuente de influencia con el exterior. Funcionan como una sociedad en miniatura independiente. Los miembros a menudo sienten miedo o vergüenza a la hora de contar a personas externas lo que sucede dentro del hogar, por lo que prima el secretismo de cara a la galería. Los padres suelen encargarse de educar a los hijos en esta ley del silencio, tratando de que se mantengan aferrados a los códigos y normas del sistema a la vez que desconfían de todo lo demás. Todo ello hace que la red social de apoyo de esa familia sea muy limitada, lo que alimenta aún más el estrés y las dinámicas derivadas de él.
6. Parentalización
La parentalización es un fenómeno por el cual los hijos pasan a asumir el rol de cuidadores que deberían ejercer sus padres. En las familias disfuncionales es una situación bastante común, pues los padres actúan de manera negligente a nivel físico y/o emocional. Los hijos se ven en la obligación de tomar las riendas y asumir responsabilidades inadecuadas acorde a su edad y grado de madurez. En algunos casos, los hijos acaban por asumir que es su deber ocuparse de brindar apoyo emocional a sus padres, quedando ellos sin ese sostén que tanto necesitan.
7. Aglutinamiento y límites difusos
Las familias disfuncionales también destacan por su tendencia al aglutinamiento y su falta de límites. Los miembros no se diferencian entre sí, sino que componen una amalgama de personas que no poseen derecho a reafirmarse. Esta dificultad para separarse del resto puede ser estrictamente física, pero también simbólica. Los asuntos privados siempre se comparten con toda la familia, no se permite tener un espacio propio y no hay cabida para los secretos de ningún tipo.
8. Ambivalencia
La ambivalencia es otra de las características de estas familias. A pesar del elevado nivel de violencia y conflicto, los miembros se necesitan unos a otros. Se forma una relación vincular en la que aparecen emociones contradictorias, lo que genera mucha frustración y confusión. Los hijos se sienten perdidos, ya que quienes más necesitan son las mismas personas que les atemorizan.
Efectos psicológicos de las familias disfuncionales
Teniendo en cuenta todas las características mencionadas, no debe sorprender el hecho de que criarse en un entorno disfuncional deje una huella psicológica. Entre las muchas consecuencias negativas para los hijos, podríamos destacar algunas como las siguientes.
1. Dificultades de vinculación
Los primeros vínculos que formamos en nuestra vida no son determinantes, pero sí influyen en mayor o menor medida en nuestras relaciones adultas. Cuando hemos crecido en un entorno que no nos ha dado amor, seguridad y protección, no logramos formar un vínculo seguro con nuestros adultos de referencia. Cuando alguien tan importante nos falla, interiorizamos de manera más o menos consciente la idea de que nadie es confiable.
En la adultez, es posible que existan problemas para formar nuevos vínculos sanos con otras personas, como por ejemplo una pareja. Algunas personas desarrollan lazos basados en la dependencia, mientras que otras pueden adoptar una dinámica evitativa por temor a un nuevo abandono. En cualquier caso, haber vivido en una familia de este tipo puede alterar nuestra capacidad para vincularnos con los demás.
2. Tolerancia a la violencia
Vivir en una familia disfuncional es sinónimo de crecer expuesto a modelos relacionales inadecuados y basados en la violencia. Cuando aprendemos que quien debería querernos también nos puede dañar, automáticamente aumenta la vulnerabilidad a sufrir futuras relaciones violentas. Sencillamente, no se conoce otra manera de relacionarse ni otro concepto del amor, lo que contribuye a tolerar agresiones, faltas de respeto, etc.
3. Aprendizaje de conducta violenta
Al hilo del punto anterior, las personas que han crecido en entornos familiares violentos corren el riesgo de convertirse en agresoras en el futuro. Muchos de nuestros aprendizajes se producen por procesos de observación e imitación, y cuando se trata de violencia no hablamos de una excepción. Por ello, es posible que aquellas personas que en su infancia sufrieron o presenciaron malos tratos sigan perpetuando esas dinámicas violentas.
4. Ausencia de orden, sentido y dirección
Es nuestra familia la que nos enseña habilidades básicas para desenvolvernos en la vida. Gracias a ella podemos adquirir normas, hábitos y costumbres que nos permiten construir nuestro propio proyecto de vida de manera organizada. Sin embargo, cuando alguien crece en un entorno disfuncional estos aprendizajes nunca se producen. Al haber vivido en un clima caótico, sin valores o normas, es difícil poder tener un sentido claro en la vida y tener un proyecto coherente de cara al futuro. La vida se vive a trompicones sin tener una brújula que sirva de guía. Todo ello dificulta poder tener una buena situación laboral y económica, así como relaciones estables con planes compartidos.
5. Dificultad para gestionar el conflicto
Las personas que han crecido en entornos disfuncionales están habituadas a presenciar una resolución inadecuada de los conflictos. Han asociado siempre la existencia de discrepancias con la agresividad, la violencia y el desprecio. En cambio, nunca han aprendido a manejar estas situaciones desde la asertividad. Por esto, se hace difícil para ellas poder manejar los conflictos en su vida adulta.
Dado que el conflicto (que no la violencia) es una parte irremediable de las relaciones humanas, esta dificultad suele generar bastante sufrimiento en la persona una vez que comienza a tener relaciones adultas. En lugar de resolver sus diferencias, la persona puede optar por una postura de pasividad y sumisión, anteponiendo los intereses ajenos para evitar que surjan situaciones conflictivas. Aunque al principio esta táctica puede servir, con el paso del tiempo acaba por ser dañina y producir un gran desgaste, pues se acumulan emociones difíciles y necesidades insatisfechas.