El beso, ese acto de presionar los labios contra la superficie de los de otro como señal de afecto, cariño o deseo es una expresión muy extendida en la sociedad moderna. Si reflexionamos sobre esta demostración emocional más allá de su significado psicológico, nos encontramos ante una costumbre que puede ser contraintutivamente dañina, tal y como veremos en posteriores líneas.
El acto del beso puede contener unas 80 millones de bacterias que se transmiten al receptor, y no todas ellas han de ser buenas necesariamente. Cualquier patógeno que se encuentre en la saliva puede ser transmitido por este mecanismo de afecto, ya sea un virus, bacteria, hongo u otro parásito lo suficientemente pequeño.
Es por esta razón que, si aplicamos el sentido común, toca preguntarse: ¿Cuál es la evolución de los besos? ¿Qué sentido evolutivo tiene un comportamiento que puede acarrear la puesta en peligro de la supervivencia del que lo realiza? ¿Cómo surgieron los besos?
Tal y como podéis ver, un acto aparentemente tan simple y carente de significado biológico (aunque cargado del emocional) encierra una serie de incógnitas a resolver. Sumérgete con nosotros en el mundo de los besos, no desde un punto de vista romántico sino biológico, pues las reflexiones que se plantean te sorprenderán.
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La evolución de los besos: de lo biológico a lo romántico
La primera respuesta necesaria para encadenar el resto de preguntas pertinentes es, efectivamente, descubrir cuál es el origen del beso. El primer registro de una conducta similar al beso que conocemos hoy en día se encuentra en los vedas, textos antiguos de la literatura india que cimentaron las bases de la religión védica (previa a la hinduista). Así pues, esta primera prueba data de 3.500 años de antigüedad.
Además, civilizaciones tan antiguas como los sumerios ya creaban poemas en los que se evidenciaba la presencia del beso como un acto de afecto y romanticismo. No vamos a continuar citando ejemplos históricos, pues queda claro el concepto que queremos transmitir: el beso acompaña al humano desde hace muchos, muchos años.
Lo que sí que llama más la atención (y desde luego es más difícil de explicar) es tratar de responder a esta pregunta: ¿por qué surgió el beso? Existen distintas teorías que exploran una posible respuesta, y te las mostramos a continuación.
¿Aprendemos a besarnos o forma parte de nuestro código genético?
La primera consideración a tener en cuenta en este ámbito es conocer si el beso es un acto aprendido o basado en el instinto más primario del ser humano. Por desgracia, no tenemos una respuesta clara, pero desde luego sí que se ha especulado al respecto.
A favor de la teoría que sostiene que esta muestra de afecto es instintiva encontramos distintas evidencias: por ejemplo, conductas similares al beso están muy extendidas en el reino animal, ya sea mediante el roce de picos en los pájaros, el lamido de los perros o el contacto entre antenas de los insectos. De todas formas, también encontramos a un animal que se besa exactamente como nosotros: el bonobo.
Los bonobos intercambian saliva en múltiples situaciones, pues utilizan el beso para calmar la tensión tras peleas por jerarquía, para reconfortarse entre ellos, con el fin de fortalecer relaciones en el grupo o, simplemente, sin ninguna razón aparente. Esto no es del todo sorprendente, pues compartimos con estos primates un 98,7 % del ADN, lo que desde luego explica que ciertas conductas sean tan parecidas entre ambas especies.
De todas formas, el concepto evolutivo del “beso” es algo que suele atribuirse más allá del grupo de los primates (o aves, quizás) de una forma errónea. ¿Podemos concebir el juego antenal entre insectos como un acto de afecto? Por desgracia, no existen pruebas suficientes para atribuirle tal significado. Sí, puede servir para el reconocimiento entre conespecíficos y para brindar cierta información del macho a la hembra antes de la reproducción, pero de ahí al cariño o afecto… hay un buen trecho.
Por otro lado, existen algunos argumentos que debilitan la teoría de que el acto de besar es una conducta heredada. El 90 % de las culturas se besan (aunque no todas ellas románticamente, como veremos a continuación), pero el porcentaje restante no lo hace. ¿Cómo se explica que estos individuos no se besen en el caso de que sea algo genético y engranado en toda nuestra especie?
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¿Por qué nos besamos?
Nos besamos por pasión, romanticismo, afecto, cariño, etc. Todos estos impulsos psicológicos están de sobra descritos, pero no nos referimos a eso. ¿Por qué nos besamos como animales? ¿Qué explicación evolutiva primitiva tiene esta conducta? De nuevo, existen diversas teorías al respecto y ninguna ha sido del todo confirmada.
Según diversos investigadores, el acto del beso puede haber evolucionado en los seres humanos por la conducta previa de regurgitar los alimentos boca a boca de madres a hijos, una forma de cuidado parental relativamente extendida en el mundo animal (sobre todo mamíferos y aves). Ya que no queremos generar náuseas en ningún lector, nos limitaremos a decir que el beso más apasionado (francés) y la conducta de regurgitación comparten mecanismos bastante similares.
Por otro lado, se ha postulado que el beso responde a un claro mecanismo de selección sexual. Desde un punto de vista biológico, cuando nos acercamos a la cara de otro ser humano, obtenemos una cantidad de información muy valiosa (aunque sea de forma subconsciente). Por ejemplo, estudios han descubierto que ciertos grupos muestrales de mujeres sienten más atracción biológica por los hombres con feromonas que evidencian que su perfil genético está alejado: nos explicamos.
Desde un punto de vista evolutivo, la reproducción entre relativos es deletérea para cualquier especie, pues reduce la variabilidad genética de la población y por lo tanto la vuelve más vulnerable a posibles cambios ambientales. Las feromonas pueden informar a los dos componentes de una pareja (hasta cierto punto) cuán relacionados genéticamente se encuentran, para así evitar reproducirse si son familiares y dar lugar a descendencia con una variabilidad menor. Desde luego estas asunciones han de cogerse con pinzas, pues los experimentos se llevan a cabo en ambientes de laboratorio y el componente social no se tiene en cuenta.
Además de un concepto tan abstracto como el de las feromonas, existen otros mecanismos mucho más evidentes. Por ejemplo, el mal aliento suele ser indicio de una enfermedad o una patología subyacente. Acercarnos a la cara de una potencial pareja nos permite sospechar de su estado de salud, y por lo tanto, de la calidad de sus genes.
El beso no es tan universal como se creía
Hasta hace poco tiempo, se ha repetido de forma recurrente en los medios de comunicación que el beso está presente en el 90 % de las culturas. Esto es medio cierto medio falso, ya que un estudio publicado en el año 2015 demostró que el beso como acto romántico solo está presente en el 46 % de las culturas muestreadas.
Sí, la mayoría de los individuos del planeta se besan (por ejemplo una madre a un hijo), pero menos de la mitad lo hacemos con intencionalidad sexual. Esto, desde luego, pone en tela de juicio nuevamente la teoría de que el beso tal y como lo conocemos desde occidente sea una conducta engranada en el genoma humano.
Otras consideraciones
Además de aportar evidencias biológicas del individuo al que besamos, no todo se basa en un juego de beneficios genéticos. Los besos también promueven la liberación de oxitocina, dopamina y endorfinas, neurotransmisores esenciales en el sentimiento de placer y bienestar.
Además, se ha demostrado que en las relaciones de pareja un aumento en la frecuencia de besos disminuye los niveles de estrés, afianza el vínculo e incluso se traduce en una reducción en los niveles de colesterol en sangre. Por lo tanto, además de su componente emocional subjetivo, el beso tiene un beneficio fisiológico claro: mejorar el bienestar del individuo.
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Resumen
Como hemos podido ver, la evolución de los besos es un tema que se mueve entre escalas de grises y nunca en afirmaciones absolutas. El propio origen evolutivo de los besos se encuentra en un terreno de especulación constante, pues ni siquiera tenemos claro si el besar es una conducta engranada en el genoma de nuestra especie o si se trata de un rasgo adquirido por aprendizaje.
De todas formas, algo está claro: a pesar de las enfermedades que se puedan transmitir por él, el beso aporta mucho más positivo que negativo. Las enfermedades vienen y van rápidamente, mientras que el afecto maternal, la construcción de un vínculo emocional, el cariño y el amor son conceptos mucho más permanentes en el tiempo.
Referencias bibliográficas:
- Castleman, M. (2015). Kissing. The international encyclopedia of human sexuality, 633-647.
- Jankowiak, W. R., Volsche, S. L., & Garcia, J. R. (2015). Is the romantic–sexual kiss a near human universal?. American Anthropologist, 117(3), 535-539.
- Whats in a kiss? The science of smooching, britishcouncil.org. Recogido a 30 de septiembre en https://www.britishcouncil.org/voices-magazine/kiss-science-smooching#:~:text=A%20kiss%20might%20seem%20like,being%20a%20basic%20human%20instinct.
- Why do we kiss, livescience.com. Recogido a 30 de septiembre en https://www.livescience.com/32464-why-do-people-kiss.html#:~:text=Today%2C%20the%20most%20widely%20accepted,people%20will%20make%20strong%20offspring.