A grandes rasgos la psicología social se encarga de estudiar las relaciones entre el individuo y la sociedad. Es decir, se interesa por explicar y comprender la interacción entre personas y grupos, producida en la vida social.
A su vez, la vida social se entiende como un sistema de interacción, con mecanismos y procesos de comunicación particulares, donde las necesidades de unos y otros crean normas explícitas e implícitas, así como sentidos y estructuración de relaciones, comportamientos y conflictos (Baró, 1990).
Dichos objetos de estudio podrían rastrearse desde las tradiciones filosóficas más clásicas, pues el interés por comprender la dinámica grupal en relación a la individual ha estado presente incluso antes de la época moderna.
No obstante, la historia de la psicología social suele contarse a partir de los primeros trabajos empíricos, ya que son estos los que permiten considerarla como una disciplina con suficiente “validez científica”, en contraste con el carácter “especulativo” de las tradiciones filosóficas.
Dicho esto veremos a continuación un recorrido por la historia de la psicología social, comenzando por los primeros trabajos de finales del siglo XIX, hasta la crisis y las tradiciones contemporáneas.
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Primera etapa: la sociedad como un todo
La psicología social comienza su desarrollo en el transcurso del siglo XIX y está permeada por una pregunta fundamental, que también había impregnado la producción de conocimiento en otras ciencias sociales. Esta pregunta es la siguiente: ¿qué es lo que nos mantiene unidos dentro de un orden social determinado? (Baró, 1990).
Bajo la influencia de las corrientes dominantes en psicología y sociología, fundamentalmente asentadas en Europa, las respuestas a dicha cuestión se encontraron en torno a la idea de una “mente grupal” que nos mantiene unos con otros más allá de los intereses individuales y nuestras diferencias.
Esto ocurre a la par del desarrollo de las mismas disciplinas, donde son representativos los trabajos de distintos autores. En el terreno psicológico, Wilhelm Wundt estudió los productos mentales generados en comunidad y los vínculos que producían. Por su parte, Sigmund Freud sostenía que el vínculo se sostiene por los lazos afectivos y los procesos de identificación colectiva, especialmente en relación a un mismo líder.
Desde la sociología, Émile Durkheim hablaba sobre la existencia de una conciencia colectiva (un saber normativo) que no puede ser entendida como conciencia individual sino como un hecho social y una fuerza coactiva. Por su parte, Max Weber sugirió que lo que nos mantiene unidos es la ideología, ya que a partir de ésta los intereses se convierten en valores y en objetivos concretos.
Estos enfoques partían de considerar la sociedad como un todo, desde donde es posible analizar cómo se vinculan necesidades individuales con necesidades del mismo todo.
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Segunda etapa: la psicología social en el cambio de siglo
Baró (1990) llama a este periodo, que corresponde a los inicios del siglo XX, “la americanización de la psicología social”, en tanto que el centro de sus estudios termina de moverse de Europa a Estados Unidos. En este contexto, la pregunta ya no es tanto qué es lo que nos mantiene unidos en un orden social (en el “todo”), sino qué es lo que nos lleva en un inicio a integrarnos en éste. Dicho de otro modo, la cuestión es cómo es que un individuo se integra de manera armoniosa a este orden social.
Esto último se corresponde con dos problemáticas del contexto estadounidense del momento: por un lado la creciente inmigración y la necesidad de integrar a las personas en un esquema de valores e interacciones determinado; y por otro, las exigencias del auge del capitalismo industrial.
A nivel metodológico, cobra aquí especial relevancia la producción de datos respaldados por los criterios de la ciencia moderna, más allá de la producción teórica, con lo cual, el enfoque experimental que ya venía desarrollándose inicia su auge.
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La influencia social y el enfoque individual
Es en el año de 1908 cuando surgen los primeros trabajos en psicología social. Sus autores fueron dos académicos norteamericanos llamados William McDougall (quien ponía especial énfasis en lo psicológico) y Edmund A. Ross (cuyo énfasis estaba más centrado en lo social). El primero de ellos sostenía que el ser humano tiene una serie de tendencias innatas o instintivas que la psicología puede analizar desde un enfoque social. Es decir, sostenía que la psicología podría dar cuenta de cómo la sociedad “moraliza” o “socializa” a las personas.
Por otro lado, Ross consideraba que más allá de estudiar la influencia de la sociedad en el individuo, la psicología social debía atender a la interacción entre los individuos. Es decir, sugería estudiar los procesos por medio de los que nos influimos unos a otros, así como diferenciar entre los distintos tipos de influencias que ejercemos.
Surge en este momento una conexión importante entre la psicología y la sociología. De hecho, durante el desarrollo del interaccionismo simbólico y los trabajos de George Mead, emerge una tradición frecuentemente denominada “Psicología Social Sociológica”, que teorizaba sobre el uso del lenguaje en la interacción y los significados de la conducta social.
Pero, quizá el más recordado de los fundadores de la psicología social es el alemán Kurt Lewin. Este último le dio una identidad definitiva al estudio de los grupos, lo que fue determinante para la consolidación de la psicología social como disciplina con objeto de estudio propio.
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Desarrollo del enfoque experimental
Conforme la psicología social se consolidaba fue necesario desarrollar un método de estudio que, bajo los cánones positivistas de la ciencia moderna, legitimara definitivamente esta disciplina. En este sentido, y la par de la “Psicología Social Sociológica”, se desarrollaba una “Psicología Social Psicológica”, más vinculada al conductismo, el experimentalismo y el positivismo lógico.
De ahí que una de las obras más influyentes de este momento es la de John B. Watson, quien consideraba que para que la psicología fuera científica, debía separarse definitivamente de la metafísica y la filosofía, así como adoptar el enfoque y los métodos de las “ciencias duras” (las fisicoquímicas).
A partir de esto la conducta comienza a ser estudiada en términos de lo que es posible observar. Y es el psicólogo Floyd Allport quien en la década de los 20’s termina por trasladar el enfoque watsoniano hacia el ejercicio de la psicología social.
En esta línea, la actividad social se considera como el resultado de la suma de los estados y las reacciones individuales; cuestión que termina por mover el foco de estudio hacia la psicología de los individuos, especialmente bajo el espacio y los controles del laboratorio.
Este modelo, de corte empicista, estaba concentrado principalmente en la producción de datos, así como en conseguir leyes generales bajo un modelo de “lo social” en términos de pura interacción entre organismos estudiados dentro de un laboratorio; lo que terminaba alejando a la psicología social de la realidad que se supone que estudiaba (Íñiguez-Rueda, 2003).
Esto último será criticado más adelante por otros enfoques de la propia psicología social y de otras disciplinas, lo que, aunado a los siguientes conflictos políticos, llevará a las ciencias sociales a una importante crisis teórica y metodológica.
Después de la segunda guerra mundial
La segunda guerra mundial y sus consecuencias a nivel individual, social, político y económico trajeron consigo nuevas cuestiones que, entre otras cosas, resituaron el quehacer de la psicología social.
Las áreas de interés en este momento fueron principalmente el estudio de los fenómenos grupales (especialmente en pequeños grupos, como reflejo de los grandes grupos), los procesos de formación y de cambio de actitudes, así como el desarrollo de la personalidad en tanto que reflejo y motor de la sociedad (Baró, 1990).
Había asimismo una preocupación importante por comprender lo que se encontraba bajo la aparente unidad de los grupos y la cohesión social. Y por otro lado, crecía el interés por el estudio de las normas sociales, las actitudes, la resolución de conflictos; y la explicación de fenómenos como el altruismo, la obediencia y el conformismo.
Por ejemplo, son representativos de esta época los trabajos de Muzafer y Carolyn Sheriff en conflicto y norma social. En el área de las actitudes son representativos los estudios de Carl Hovland, y en conformidad son clásicos los experimentos de Solomon Asch. En obediencia son clásicos los experimentos de Stanley Milgram.
Por otro lado, hubo un grupo de psicólogos y teóricos sociales preocupados por comprender qué elementos habían desencadenado el régimen nazi y la Segunda Guerra Mundial. Entre otros surge aquí la Escuela de Frankfurt y la teoría crítica, cuyo máximo exponente es Theodore W. Adorno. Esto abre el paso hacia la siguiente etapa de la historia de la psicología social, marcada por un desencanto y escepticismo hacia la misma disciplina.
Tercera etapa: la crisis de la psicología social
No sin que los enfoques anteriores hubiesen desaparecido, la década de los 60’s abre nuevas reflexiones y debates sobre el qué, el cómo y el para qué de la psicología social (Íñiguez-Rueda, 2003).
Esto ocurre el marco de la derrota militar y política de la visión norteamericana, que entre otras cosas dejó ver que las ciencias sociales no eran ajenas a los conflictos históricos y a las estructuras de poder, sino al contrario (Baró, 1990). En consecuencia, emergieron distintas formas de validar la psicología social, lo que se desarrolló en constante tensión y negociación con los enfoques tradicionales de corte más positivista y experimentalista.
Algunas características de la crisis
La crisis no sólo estuvo provocada por factores externos, entre los que también se encontraban los movimientos contestatarios, la “crisis de los valores”, los cambios en la estructura productiva mundial y los cuestionamientos sobre los modelos que dominaban las ciencias sociales (Iñiguez-Rueda, 2003).
A nivel interno, los principios que sostenían y legitimaban la psicología social tradicional (y las ciencias sociales en general) quedaron fuertemente cuestionados. Surgen así nuevas formas de ver y hacer ciencia y de producir conocimiento. Entre dichos elementos se encontraban principalmente el carácter impreciso de la psicología social y la tendencia a la investigación experimental, que comenzó a considerarse como muy alejada de las realidades sociales que estudiaba.
En el contexto Europeo fueron clave los trabajos de psicólogos como Serge Moscovici y Henry Tajfel, y posteriormente los sociólogos Peter L. Berger y Thomas Luckmann, entre muchos otros.
A partir de aquí, la realidad comienza a ser vista como una construcción. Además, crece el interés por un enfoque conflictivo del orden social, y finalmente, una preocupación por el papel político de la psicología social y su potencial transformador (Baró, 1990). Frente a la psicología social sociológica y la psicología social psicológica, surge en este contexto una psicología social crítica.
Por poner un ejemplo y siguiendo a Iñiguez-Rueda (2003), veremos dos enfoques que se desprendieron de los paradigmas contemporáneos de la psicología social.
El enfoque profesional
En este enfoque la psicología social es también llamado psicología social aplicada e incluso puede incluir a la psicología social comunitaria. A grandes rasgos se trata de la inclinación profesional hacia la intervención.
No se trata tanto de “aplicar la teoría” en el contexto social, sino de valorar la producción teórica y de conocimiento que se llevaba a cabo durante la propia intervención. Actúa especialmente bajo la premisa de buscar soluciones a problemas sociales fuera del contexto académico y/o experimental, y de la tecnologización que había atravesado gran parte de la psicología social.
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Enfoque transdisciplinar
Es uno de los paradigmas de la psicología social crítica, donde más allá de constituir un enfoque interdisciplinar, que implicaría la conexión o colaboración entre distintas disciplinas, se trata de mantener dicha colaboración sin la estricta división entre una y otra.
Entre estas disciplinas se encuentran, por ejemplo entre la psicología, la antropología, la lingüística, la sociología. En este contexto cobra especial interés desarrollar prácticas e investigaciones reflexivas y con sentido de relevancia social.