La vida social, aquella que compartimos con los demás, trae consigo innumerables ventajas, pero no está exenta de problemas. Sin embargo, cuando aparecen estos pequeños roces con los demás, no todo el mundo muestra la misma propensión a pedir disculpas.
De hecho, no hace falta ni siquiera clasificar a las personas según los detalles de sus rasgos de personalidad para saber si es más o menos posible que diga "perdona": basta con acudir a la división más básica de todas: hombres y mujeres. Los primeros son significativamente más reacios a disculparse. Pero... ¿por qué?
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Por qué muchas mujeres piden perdón por todo
Se ha comprobado que las mujeres tienden a disculparse más que los hombres, pero las diferencias entre sexos en este tema no terminan ahí. Las mujeres también tienden a manifestar haber cometido más ofensas o incumplimientos. ¿Se debe esto a que el sexo femenino tiende más a cruzar el límite de lo moralmente correcto? En realidad, no.
La diferencia está en lo que cada uno considera que es cruzar esa línea. En otras palabras, las mujeres son más sensibles a aquellas conductas propias que puedan ser consideradas motivo para disculparse, mientras que este umbral es más alto en los hombres, haciendo que una mayor cantidad de estas faltas pasen inadvertidas como tales. Habiendo cometido el mismo ataque, la mujer será más propensa a disculparse mientras que el hombre, en muchos casos, ni siquiera considerará la opción de hacerlo por no creer que ha hecho algo malo.
Es fácil concluir que esto se debe a que los hombres son insensibles ante el sufrimiento que causan en ocasiones, quizás como consecuencia de su carácter algo más agresivo. Sin embargo, no hay motivos para pensar que esa es la explicación a este fenómeno. Es posible que la causa sea, en realidad, que muchas mujeres se disculpan cuando no tienen motivos reales para hacerlo.
¿Un problema ligado al género?
Muchos estudios de género coinciden en señalar que tradicionalmente, e incluso hoy día en la mayoría de países, el papel de la mujer ha estado ligado explícitamente al cuidado del hogar y a la atención de las necesidades domésticas del resto de la familia. Así, más allá de las obligaciones laborales del marido, se da por supuesto que la mujer se encarga de todo lo demás.
En este sentido, cualquier problema que ocurra con cualquier miembro de la familia y que tenga que ver con las tareas domésticas será reconocida siempre como una falta de responsabilidad por parte de la mujer.
Si un día el marido está a punto de salir a trabajar y se da cuenta que no tiene preparado un tentempié que llevarse a la oficina, la esposa reconocerá al instante que ha cometido un error... incluso cuando en realidad no lo está cometiendo. Normalmente este tipo de detalles no son fruto de una negociación, sino el resultado de la asignación automática de roles de género. Si la costumbre es que la mujer le prepare algo de comer al marido, el día en el que esto no se cumpla aparece un motivo para pedir perdón.
Los significativo de esto, sin embargo, es que esta costumbre llega a ser tan interiorizada por las mujeres que la pueden aplicar a todos los ámbitos de su vida que están más allá de lo doméstico. Es por eso que es posible encontrar mujeres muy jóvenes, incluso solteras y viviendo en un piso para ellas solas, que son más proclives a pedir perdón incluso ante personas a las que han visto por primera vez. El motivo es que han heredado la cultura del "ante la duda, discúlpate".
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Remordimientos que parasitan
El problema de que muchas mujeres pidan perdón en exceso va más allá de que refuerzan la idea de que tienen más motivos por los que disculparse haciendo lo mismo que los hombres. Además de esto, se acostumbran a asumir las culpas de hechos por los que no tienen por qué asumir responsabilidades, y ver la vida a través de este prisma es algo muy amargo.
Por un lado, muy poca gente de su entorno tiene motivos para señalar este error, ya que recibir unas disculpas inmerecidas los coloca en una situación de poder; es más fácil no contradecir la versión de quien pide perdón. Por el otro, acostumbrarse a pedir perdón por todo hace que, poco a poco, nos convenzamos de que no merecemos nada.
El hecho de ser conscientes muchas veces a la semana de que tenemos motivos para disculparnos, sea verdad o no, mina la propia autoestima y perpetúa este círculo vicioso. Con una autoestima baja, es más fácil suponer que ante una situación ambigua, si alguien debe pedir perdón es uno mismo o, en este caso, una misma.
Así pues, para romper con esta dinámica autodestructiva de pedir permiso hasta para respirar hay que cuestionar los roles de género, primero, y cultivar la autoestima, después. Para lo primero hace falta mucho trabajo, y buscar la solidaridad de las persona en situación parecida. Para lo segundo, un buen comienzo es, simplemente, echar la vista atrás y reflexionar sobre esas situaciones en las que pronunciamos un "perdona" en vano.